MIS FOTÓGRAFOS (y XV)


Maravillas de la red: gracias a ella se multiplican las posibilidades de conocer a artistas que nos dejan sus obras al alcance de un simple golpe de “clic”. Es un precioso juego de encuentros azarosos en el que unos lanzan sus anzuelos y otros se enganchan a ellos por la vía del asombro, el gozo o la identificación. Así me ha ocurrido en este caso con mi último descubrimiento, la fotógrafa María Tudela Bermúdez. Ella es la creadora de un mundo visual delicado y evanescente, en el que es fácil perderse y dejar libre el vuelo de la imaginación. Cuando vi la fotografía que encabeza estas líneas, comprendí que tenía que ser la siguiente protagonista de esta sección. Mi primer motivo de interés fue el exquisito tratamiento de la imagen, el difuminado que parece situarnos frente a una fotografía de otra época. Pero en seguida se impuso el motivo: la figura inclinada que sube trabajosamente por una cuesta que se curva hasta salir de nuestro campo de visión; la naturaleza que se abre a los pies del pueblo, oscura y melancólica. Esta fotografía tiene tanto poder de sugerencia que tal vez abra puertas distintas en la mente de cada cual. A mí me habla del paso del tiempo, del difícil e implacable camino de la vida, de la incertidumbre de un final que se escapa a nuestras previsiones. No me canso de contemplarla. Como ya he comentado con su autora, las imágenes de María Tudela serían excelentes cubiertas para un libro. Producen, como el primer capítulo de las novelas que nos atrapan, la sensación de ser la puerta de acceso a un mundo aparte en el que sentimos fuertes deseos de entrar.


El mes de enero se acerca y lo recibo con esta hermosa fotografía de la estadounidense Vivian Maier, que recoge una escena invernal de hace unas cuantas décadas. Se la conoce como Enero, 1953, Nueva York y su título funcional y carente de pretensiones se debe sin duda al hecho de que Vivian Maier era una fotógrafa aficionada, que trabajaba como niñera y en sus ratos libres se colocaba tras el objetivo para tomar imágenes que en ocasiones no llegó ni a revelar. La obra de esta mujer sin ambiciones artísticas es, como se puede apreciar en este caso, de una calidad técnica impecable: la composición, la elección del momento preciso, la afortunada incidencia del rayo de sol sobre el charco y el maravilloso juego de reflejos son propios de una fotógrafa avezada. La imagen transmite la sensación de limpieza de esas mañanas de invierno en que el mundo parece despertar renovado; casi nos parece sentir el frío que corta la respiración y a través del cual las imágenes se recortan nítidas y precisas. Al mismo tiempo, tiene la espontaneidad de una instantánea: mientras dos de los miembros de la familia protagonista de la escena están ajenos a su importancia, la niña ha descubierto a la fotógrafa y vuelve hacia ella una mirada de curiosidad. Preciosismo y naturalidad se conjugan para crear una imagen emocionante, que evoca la belleza y la simplicidad de los paseos de la infancia.


El estadounidense Bob Weil es representante de un nuevo concepto de fotografía: la realizada utilizando medios modernos como el iPhone. Es autor de collages en los que combina imágenes procedentes de tomas distintas para crear un conjunto con gran poder de sugerencia. Entre todas las creaciones suyas que he podido rastrear por la red, me gusta especialmente la que encabeza estas líneas, que tiene además un título misterioso y de resonancias bíblicas: For thereby some have entertained angels unawares. Se trata de un versículo de la Carta de San Pablo a los hebreos cuyo sentido (bastante incierto, según he podido averiguar) es una invitación a la hospitalidad hacia los extraños, dado que “de ese modo, algunos han acogido a ángeles sin saberlo”. Esos seres angélicos que se presentan en nuestras vidas bajo la apariencia de simples mortales están representados en la fotografía por una figura alada, enorme y difusa, en la cual se inscribe la imagen de varias puertas que se abren una dentro de otra para dejar paso a un hombre que camina hacia nosotros. Esas puertas concéntricas me parecen un perfecto símbolo de la obra de este artista, empeñado en reelaborar la realidad para abrir conductos que nos lleven hacia otros mundos. Enigmático y evocador, Weil se sirve de los medios más modernos para apelar a nuestras pulsiones íntimas, a los rincones ocultos que pueblan nuestro interior desde que el ser humano adquirió la capacidad de imaginar (en definitiva: desde que alcanzó el rango de humano).


El contraste entre la piedra y el agua crea efectos de infinita belleza. El fotógrafo británico Michael Kenna lo sabe y los explota con singular eficacia en su serie dedicada a los jardines del Palacio de Versalles. En esta fotografía en concreto, titulada Carro de Apolo, lo hace con la inestimable ayuda de la niebla: rodeadas por un halo de indefinición, estas criaturas sobrenaturales emergen de las aguas para irrumpir en el dominio de los humanos. La fila de árboles fantasmales que les sirve de telón de fondo parece el marco más adecuado para ellas. El mundo exterior y las profundidades acuáticas están teñidos, gracias al fenómeno natural, por un mismo aire de misterio. El dios Apolo y su séquito de seres fabulosos están igualmente en su medio en lo hondo y en la superficie: lo irreal y lo real, lo mítico y lo humano, se funden así en una única trama, en la que se materializan los sueños de muchos.

Comentarios

  1. Beatriz, 1000 gracias. El análisis y la reflexión que haces de mis fotos me ha emocionado. Gracias por entenderlas. María T

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    1. La verdad es que no se trata tanto de entender intelectualmente tus fotografías como de conectar con ellas a través de la emoción. Con su mezcla entre lo real y lo ficticio, lo natural y lo manipulado, apelan a rincones oscuros que todos tenemos en mayor o menor grado.

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  2. Sensibles y perceptivos comentarios sobre preciosas fotografías. Me confieso aficionado a la fotografía, pero un aficionado de móvil en ristre no puede, por fuerza, llegar muy lejos…, y ese es mi caso. No obstante, para mí, muy negado para el dibujo y la pintura, constituye una verdadera tentación ser capaz de « congelar» un instante de belleza o un ángulo que implique una percepción personal y tener la oportunidad de compartirla casi como si yo fuera yo mismo el que la hubiera creado.

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    1. Me sucede lo mismo que a ti. Mi primera vocación artística fue, de hecho, la pintura. Como carezco del talento necesario, me consuelo disfrutando de las creaciones de otros e intentando congelar la belleza, como tú dices, a través del objetivo de mi cámara. Tampoco en ese campo soy capaz de crear como los fotógrafos de verdad, así que la cosa no pasa de simulacro. Menos mal que me quedan las palabras.

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