LECTURAS DE JULIO (2025)
Ocho voces femeninas recrean
situaciones personales atravesadas por un tema común: el amor. El que empieza
apenas a esbozarse, el que arrebata a quienes lo experimentan hasta apartarlos
de su vida cotidiana, el que se enturbia con la violencia y el dolor, el que
traspasa las fronteras del tiempo y de la muerte. Las historias que componen el
volumen Abandonarse a la pasión. Ocho relatos de amor y desamor son un
prodigio de sutileza, de exploración de los recovecos del alma humana, y
también de originalidad. La escritora japonesa Hiromi Kawakami recorre el más
trillado de los temas y lo hace creando personajes y circunstancias únicas,
sugerentes, que sorprenden al lector. Su universo narrativo —que abordé por
primera vez con la hermosísima novela De pronto oigo la voz del agua— está
plagado de elementos simbólicos: la lluvia fina que va calando a unos
enamorados incipientes, lenta e imparable como el sentimiento que se va
tendiendo entre ellos; la huida física de una pareja que representa el carácter
arrollador de su pasión; el extraño grito de una tortuga, expresión del dolor
callado de una mujer maltratada. Los sueños y los recuerdos de infancia tienen un
peso importante en este mundo a la vez poético y extrañamente revelador. Los
amantes de Kawakami se dejan llevar por una pasión que no entienden ni
analizan, asumen con mansedumbre los tormentos asociados a ella y, en un
precioso giro final hacia lo maravilloso, se transforman tras su muerte en una
sombra que acompaña al amado o alcanzan la eternidad a dúo, en una expresiva metáfora
del carácter inabarcable de la pasión amorosa.
Amigos del folletín
decimonónico, enamorados del intrigante y brumoso Londres victoriano,
admiradores de las intrincadas deducciones del sin par Sherlock Holmes, estamos
de enhorabuena. La editorial Impedimenta acaba de lanzar uno de sus señuelos
irresistibles para los que soñamos con pasos esquivos que se alejan en la
niebla y con sombras amenazadoras apostadas tras las esquinas del White Chapel
de Jack el Destripador. Ya la cubierta es una declaración de intenciones, con
la hermosa ilustración de Les Edwards, experto en dar forma a las turbias
pesadillas de la literatura de horror y ciencia ficción. Las siete figuras
encapuchadas que se dirigen hacia unas ruinas con clara influencia de la
parafernalia romántica de Caspar David Friedrich funcionan como un imán. Ellas
nos conducen a la historia rocambolesca y plena de guiños culturales de La
lista de los siete, del escritor y guionista estadounidense Mark Frost. Baste
decir que Frost colaboró con David Lynch en la creación de esa icónica
pesadilla de los años noventa que es Twin Peaks para saber lo que
podemos esperar de esta obra: imaginación desbordante, tendencia hacia lo
macabro y lo inexplicable y una reflexión sobre el mal que es en realidad más
profunda y va mucho más allá de lo que la loca envoltura de crímenes, engaños y
persecuciones podría hacer pensar. Un joven Arthur Conan Doyle, todavía médico
modesto y aspirante a escritor sin eco alguno en el mundo editorial, es
invitado a una sesión de espiritismo por una dama desconocida que le hace
llegar una nota con una angustiada petición de ayuda. No cabe comienzo más emblemático.
A partir de ese momento, se desencadena una frenética trama en la que el inexperto
Doyle es asaltado, perseguido, privado de sus posesiones materiales, vapuleado
y situado al borde de la muerte por una secta capitaneada por un individuo aterrador,
perfecta encarnación de las fuerzas oscuras. Para su fortuna, Doyle encuentra
la ayuda de Jack Sparks, un caballero de misterioso pasado y sorprendentes
capacidades, y de los criados de este, dos delincuentes arrepentidos que
conservan de su vida anterior una extraordinaria habilidad para vulnerar
propiedades privadas y hacer frente a las situaciones más peligrosas. La
aventura que emprende este cuarteto está jalonada de momentos portentosos (mi
favorito: la huida por los sótanos del Museo Británico, un laberinto plagado de
objetos singulares) y de encuentros con figuras tan representativas de la época
como Madame Blavatsky, la fundadora de la teosofía, y Bram Stoker, el padre
literario de Drácula. Los devotos de las historias de Sherlock Holmes
reconocerán sin duda escenarios como las cataratas de Reichenbach, donde el
auténtico Doyle situó la muerte del detective de ficción que amenazaba con
tener más entidad real que su mismo autor. La trama de La lista de los siete
es divertidísima y está llena de sobresaltos, pero insistiré: hay
profundidades ocultas tras este aparente juego de homenajes. El desenlace de la
novela opera en ese sentido. Solo diré que no consigo quitármelo de la cabeza.
Resulta que William
Faulkner, creador de tórridos universos sureños, hábil ensamblador de algunos
de los más complejos empeños literarios en cuya lectura me he embarcado jamás,
fue también un ferviente enamorado que volcó durante treinta años los
entresijos de su idilio extramarital con Meta Carpenter en una correspondencia
que la posteridad ha recibido mutilada: William destruyó metódicamente las
misivas que recibía de su amada Meta, pero esta conservó las de William. Este
desequilibrio se me antoja comprensible. Perdonadme la frivolidad: no todo el
mundo recibe cartas de un Premio Nobel de Literatura. El caso es que esta
relación epistolar demediada, que nos muestra al escritor ilusionado,
expectante, eufórico, desapegado, escéptico y un largo etcétera de matices, es
el eje sobre el que se articula Los días perfectos, primera incursión en
la novela del polifacético escritor Jacobo Bergareche. Una voz masculina que —a
mí al menos— resuena inquietantemente autobiográfica se dirige a dos mujeres,
la amante clandestina y la esposa, para rastrear, al hilo de un intento
parecido presente en la correspondencia de Faulkner, los días perfectos
compartidos con ambas, escasos en el caso de la truncada relación adulterina,
perdidos bajo una montaña de rutina en el de la larga relación marital. Al
margen de grandilocuencias, con un tono conversacional en el que se cuelan con
soltura los detalles emotivos y las notas de humor, el narrador va desgranando
un repertorio de escenas amorosas con las que construye una sentida reflexión
sobre la felicidad. La mágica conexión entre las personas, el misterio de la
atracción física, el valor de lo pequeño, la labor destructora del tiempo y el
peligro del tedio son importantes actores en esta historia de amor que es más
bien una historia de añoranza, de lo que se tuvo y se perdió, de lo que solo la
ingenua esperanza del que ha estado enamorado puede sentir como recuperable.
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