LAS NUBES NOS CUENTAN HISTORIAS
Agosto se aleja en el horizonte a la velocidad de esos trenes o barcos que se llevan a quienes desearíamos tener siempre a nuestro lado. Ha bastado una quincena del incalificable mes de septiembre (incierto, trabajoso, ajetreado, agobiante, agotador, pero también estimulante, pleno de ese inquietante atractivo que se desprende de lo inseguro y lo azaroso), para que nuestras evoluciones veraniegas queden relegadas al impreciso pasado donde se encuentran los recuerdos que carecen de conexión con el presente. La persona que protagonizó mis anécdotas de vacaciones no es la que escribe estas líneas, sacando tiempo en medio de un horario que se ha plagado un año más de obligaciones. Cuando pienso en mí misma en el pasado mes de agosto, me recuerdo sobre todo mirando las nubes. Tuve un emplazamiento privilegiado para hacerlo, una especie de palco de honor frente al espectáculo del firmamento: una ventana abierta a un valle silencioso, cerrado por la sinuosa línea de las montañas. Pasé bueno