ARTE CALLEJERO
La
calle Arriaza es un pasaje corto (apenas recorre dos manzanas de casas) y de
una anchura considerable para su brevedad. Numerosos vehículos se agolpan en
ella a todas horas, buscando desembocar en la cuesta de San Vicente para enfilar
la salida de Madrid por la cercana autovía A5. Es de esas vías urbanas en las
que se presiente el final de la ciudad, en las que huele ya a viaje y a
carretera. En ella hay un supermercado, una residencia de ancianos, un taller
de coches, un bar de toda la vida y unos cuantos negocios que periódicamente van
sucumbiendo y son sustituidos por otros o dejan un local vacío. Y hay también
varias ventanas clausuradas a la altura de los peatones, espacios en blanco ofrecidos
a la creatividad espontánea y al arte callejero. Como pizarras, como lienzos
abiertos al collage, al grafiti y a la más libre de las inspiraciones.
Durante
mucho tiempo, dos de estas ventanas han tenido sendos ocupantes que me
agradaban mucho. Uno era un niño Jesús que emergía, como dispuesto a alzar el
vuelo, de un confuso montón de flores. El otro, una extraña criatura con cabeza
de mono, vestimentas de prelado y garras de ave, que sostenía en la mano una
historiada letra Ñ. Este último estaba acompañado por un niño que vomitaba un
racimo de uvas y una peculiar jarrita de metal con cabeza de flor. Un delirio
entre el arte pop y los desvaríos de El Bosco. Ambas figuras estaban creadas a
base de la superposición de recortes de fotografías y han permanecido
inalteradas, preservadas de la intemperie por los vanos de las ya inútiles
ventanas, durante mucho tiempo.
Hacía tal vez meses que no pasaba frente a estos paneles cuando, el otro día, descubrí una alteración que me incomodó sobremanera. El niño Jesús había desaparecido. O más bien diré que sigue ahí debajo, cubierto por una profusión de nuevos recortes que han compuesto la imagen de un gatito con manto de Virgen María, rodeado por animales de variada condición que se apelotonan como si se dispusieran a entrar en al Arca de Noé. Amante como soy de las criaturas que comparten nuestro viaje en este planeta, no puedo dejar de echar de menos el rostro relamido del pequeño Cristo y el gesto impetuoso de sus bracitos abiertos, que, hacía tiempo ya, carecían de manos. Entiendo que este panel que se brinda a la colaboración espontánea es un espacio mudable, sometido a intervenciones imprevisibles, pero opino que esta nueva composición del santo minino es mucho más torpe que la anterior. Le hice una fotografía, pero os la ahorro. Lo que no fotografié fue lo que había sucedido con mi criatura bosquiana, que ha sido simplemente destrozada. Me disgusté mucho, lo confieso. Es lo que tienen los espacios públicos y compartidos: están sujetos a la inspiración inesperada, pero también al vandalismo.
Quizá
para consolarme, los artistas de la calle Arriaza han inaugurado dos nuevos espacios
surgidos gracias al cierre de un restaurante gallego que llevaba funcionando muchos
años. Uno es un rectángulo de grandes dimensiones, en el que una o varias manos
han creado con paciencia un ingenioso collage de reminiscencias dadaístas. Os
dejo la imagen y os recomiendo que la ampliéis para ver sus detalles. Está
lleno de parejas de todo tipo que se abrazan o se besan, de animalitos
encantadores, flores, fragmentos de pinturas clásicas y mensajes emotivos como
«retales de mi vida» o «ya no queda nada». Es divertido, ingenioso, sentimental
y kitsch. Tal vez a estas alturas ya no exista.
También descubrí que había surgido, junto a mis ausentes amigos de papel, una creación con la que cierro esta entrada y que me hizo sonreír en medio de mi zozobra. Sobre un fondo de piedra, un David Bowie con túnica y aureola tiende los brazos hacia quien lo contempla, como ofreciéndose a la contemplación extática. En su cuello, una mano no muy cuidadosa ha escrito: «Solo Dios es Dios». Otra mano, ya francamente hostil, le ha hecho un desgarrón en el pecho. Es el comienzo, supongo, de la inevitable destrucción. En contra del espíritu efímero consustancial a este arte callejero, dejo aquí la fotografía para la posteridad. Con todos ustedes, San David Bowie. Amén.
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