LLAMADAS EN LA NOCHE

Colecciono detalles de ese creador de pequeñas cosas que despiertan enormes sugerencias que es Patrick Modiano. La última novela suya que he leído, Ropero de la infancia, no me ha fallado en ese sentido.

Ropero de la infancia cuenta el exilio voluntario de un escritor francés de cierto éxito que ha decidido vivir bajo nombre ficticio en una ciudad del norte de África, probablemente Tánger. Allí trabaja para la emisora Radio Mundial escribiendo un interminable folletín sobre las aventuras de un improbable Luis XVII adulto tras su supuesta huida de la cárcel. Pero su trabajo en la radio tiene una faceta más oscura y a la vez mucho más estimulante: se trata de un breve espacio que se emite a pequeñas dosis a lo largo de la madrugada y que responde al nombre de Llamadas en la noche. 

Llamadas en la noche está compuesto por apuntes tomados de diarios franceses atrasados, de unos cuarenta años de antigüedad. Dichos apuntes son una amalgama de elementos dispares: anuncios por palabras, nombres de caballos y jockeys participantes en carreras, declaraciones de quiebra, direcciones de viviendas en alquiler, búsqueda de personas desaparecidas, recompensas por animales u objetos extraviados… Con ese tono íntimo e intenso que adquieren las voces de los locutores durante la madrugada, se procede a la lectura de esa mezcolanza de detalles rescatados de la noche de los tiempos, con la esperanza de que despierten un eco dormido en algún oyente de cualquier rincón del mundo. Cada emisión termina siempre con las mismas palabras: «Se ruega a toda persona en condiciones de darnos más detalles sobre este asunto que nos escriba». El protagonista, que vive un total desasimiento con respecto a su propio pasado, mantiene la ilusión de que alguna vez su mensaje lanzado al mar de las ondas recibirá una respuesta, y alguien escribirá para decir: «yo gané una fortuna apostando a ese caballo», o «mi perrita apareció al cabo de una semana», o «jamás volvimos a ver a papá». 

No puedo evitar fantasear sobre la posibilidad de crear algo semejante con respecto a mi propia vida. Una llamada de atención sobre los cabos sueltos, las personas con las que se perdió el contacto, los lugares a los que no es posible volver, los objetos perdidos. La niña rubia de flequillo que se sentaba a mi lado en preescolar, en una mesa redonda y ―creo― de plástico rojo. El apartamento en el que viví sola por primera vez. El gato que me siguió incansable por el camino de una recóndita playa de Almería y al que me habría gustado adoptar. El pendiente que perdí en un café de Madrid cuando acababan de regalármelo. Qué habrá sido de ellos, quién me podría contar que también tuvieron algún valor en su vida. Cómo agarrar esos cabos que se nos escapan para afianzarnos un poco en este frenético viaje sin paradas que es la vida.

Comentarios