LOS OJOS ABIERTOS

De las pinturas que decoran el tramo más largo que queda en pie del muro de Berlín, esta es mi preferida. Se titula Los ojos abiertos y es obra de la artista francesa Muriel Raoux.
 
 
Las pinturas que forman ese friso de más de un kilómetro que conocemos como East Side Gallery se sitúan en dos líneas: por un lado, la expresividad impactante, con toques humorísticos o agresivos, y por otro el lirismo delicado e infantil. Las primeras son más abundantes. Rostros deformados por el dolor, brazos humanos que parecen salirse del muro, carteles que lanzan consignas, figuras caricaturescas, colores chillones que golpean la retina del que los contempla. Y, de vez en cuando, en medio de ese vibrante recordatorio de violencias pasadas y presentes, se abre un remanso de paz como este.

Les yeux ouverts está situado junto a una pintura que representa un bosque de un hipnótico color verde. Casual o no, la disposición resulta muy oportuna: después de atravesar esa apretada fronda de ramas, se llega a un panorama despejado, de altos horizontes, en el que predomina la suavidad de los tonos pastel. La obra de Muriel Raoux está llena de sugerencias y uno puede ―doy fe de ello― contemplarla durante largo rato dejándose llevar por un vaivén de pensamientos, sin llegar a ninguna conclusión definitiva, pero, y eso es lo maravilloso, sin que ello le importe.
 
 
La niña que nos mira fijamente y nos sonríe desde el centro del mural es el inmediato foco de nuestra atención. Es el único personaje inmóvil en una composición llena de dinamismo: en torno a ella, un misterioso viento arrastra en un remolino periódicos y fotos, azota las ramas de unos árboles lejanos, arranca incluso fragmentos del muro que se introducen en la pintura o deja sin tejado unas casas de delicioso trazo infantil situadas sobre la loma. Una mujer observa con la melena revuelta esa revolución de papeles que vuelan y paredes que se derrumban. Sonriente y confiada, la niña clava en nosotros una mirada que habla de fe en un futuro distinto que surgirá tras la destrucción de los viejos esquemas. 
 

El detalle perturbador lo encontramos en la esquina inferior derecha. Sujeto a una piedra por una cadena, un ser de aspecto demoníaco contempla con asombro la revolución que se produce frente a sus ojos. Blanco sobre negro en una composición en la que predomina un alegre cromatismo, este personaje siniestro con cierto aire de gárgola nos remite a las fuerzas oscuras que amenazan el nuevo orden. Porque ese mundo recién nacido de suaves prados y hermosa vegetación está construido sobre los peligros de siempre: la injusticia, el abuso del poderoso, el terror. Muriel Raoux les asigna un espacio pequeño en una creación surgida en un momento de especial optimismo, pero los tiene bien presentes. Tiene, realmente, los ojos abiertos.
 

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