CUATRO PALABRAS

Voy a ser breve.

Hace unos días, oí por la radio el testimonio de un radioaficionado que ayudaba a las víctimas del reciente terremoto de Ecuador poniéndolas en contacto con sus familiares y conocidos. Esta persona tenía muchas experiencias que compartir, pero entre todo lo que contó hubo algo que me impactó de forma especial. Era el mensaje que unos supervivientes de la catástrofe habían transmitido a unos familiares que vivían lejos y a los que suponían presas de la inquietud por los efectos del seísmo. Es obvio que en una situación de emergencia nadie se anda con florituras. Y la síntesis posee una intensa capacidad para conmover. El mensaje en cuestión era así de escueto: «Familia bien. Casa derruida».

La brevedad es poderosa. Puede ser incluso demoledora: el paso de la celebración a la pérdida, del mayor de los alivios a la desolación, en cuatro sencillas palabras. Toda una historia familiar de relaciones, afectos, recuerdos; la presencia de las generaciones actuales y el peso de las anteriores, reducidas a un puñado de sonidos.

He sido breve, como prometía. Esta entrada no le robará a ningún lector más de unos pocos segundos. No le hizo falta muchos más al terremoto del pasado 16 de abril para dejar tras sí, en el mejor de los casos, un rastro de casas derruidas.

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