JUEGO DE PALABRAS
«Para mí no hay un genocidio
en Gaza», dice desde la pantalla de mi televisor el alcalde de Madrid, José
Luis Martínez-Almeida, y a mí se me queda colgado el tenedor en algún punto
intermedio entre el plato y la boca. Como esta última ya la tengo abierta
—estaba, ya lo habréis deducido, comiendo mientras veía el telediario,
costumbre harto arriesgada—, el asombro se me nota sobre todo en los ojos, que
supongo abiertos como el plato que he dejado a la mitad.
Para no sulfurarme ni iniciar
esa costumbre tan española de gritarle al televisor, y dado que estoy
compartiendo comida con una persona sumamente pacífica, me lanzo en busca de mi
móvil y convoco en mi ayuda a la Real Academia de la Lengua Española. Aparece casi
al instante, en la pantalla de mi teléfono, el diccionario digital de la institución.
Tecleo con ímpetu la palabra «genocidio», leo la definición y disipo cualquier atisbo
de duda. El significado sigue siendo el que conozco: «Exterminio o eliminación
sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o
nacionalidad». En este nuevo mundo de reescrituras históricas, de realidades paralelas
construidas a base de poder económico y falta de escrúpulos, al menos me puedo
fiar del diccionario de la RAE. Es un pequeño consuelo, muy de filóloga. Deformación
profesional.
A estas alturas, el alcalde,
trajeado de gris y accionando frente a un micrófono doble, ha entrado en lo que
me parece el territorio del delirio. Este es el razonamiento en el que apoya su
tajante afirmación inaugural: «…porque genocidio fue el del pueblo judío en la
Segunda Guerra Mundial».
Es literal.
Sic, como
apostillaban los clásicos para garantizar el carácter textual de una cita
dudosa.
Tal cual, como decimos
coloquialmente.
Para no gritarle al
televisor, me entretengo en aplicar la misma lógica inenarrable. Me dejo
inspirar por el personaje que ocupa la pantalla y me salen las siguientes
formulaciones: «Para mí, el alcalde de Madrid no es Martínez-Almeida, porque ser
alcaldesa fue lo de Manuela Carmena. Para mí, la sede del ayuntamiento no es el
Palacio de Cibeles, porque sede del ayuntamiento fue la de la Plaza de la
Villa. Para mí, la capital de España no es Madrid, porque capitalidad fue la de
Toledo en el siglo XVI y la de Valladolid en el XVII. Para mí…»
Podría ser incluso un juego divertido, pero el probo funcionario que, supongo, obedece consignas, ha desaparecido de la pantalla y su lugar lo ocupa ahora una turba de personas que enarbolan recipientes. No necesitan presentación: son gazatíes que acuden al reparto de alimentos. Al primero de la abarrotada fila, un niño de unos diez años, unas manos cuyo dueño se sale de campo le están sirviendo en una cazuela una masa informe de color marrón. Otra niña, muy pequeña, llora en primer plano, por los empujones o porque no consigue abrirse paso. Todos gritan. Mientras nosotros jugamos con las palabras, ellos se están muriendo de hambre.
Me quedo con lo que dices: Martínez -Almeida no es para mí, alcalde...alcaldesa fue Manuela Carmena...pero aquí no se trata de categorías profesionales sino morales y en eso Almeida es en lo que no da la talla.
ResponderEliminarPodría haber puesto el nombre de cualquier alcalde y el razonamiento absurdo habría valido igual, pero me he dejado llevar por mis preferencias. Y sí, lo de no dar la talla no es un chiste fácil: durante el fragmento de la intervención que pude ver, tuve la impresión de que el alcalde era un muñeco de ventrílocuo y alguien lo movía desde detrás y le prestaba su voz. Casi prefiero creer que es así, una miserable servidumbre, a que piensa realmente lo que ha dicho.
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