HOGAR, TRISTE HOGAR
La siguiente cosa que recordaré será,
curiosamente, la colección de obras del realismo socialista. Digo
“curiosamente” porque parece estar de moda, y supongo que es hasta cierto punto
explicable, el desprecio hacia todo lo que en arte suene a comunismo y
propaganda soviética. A mí es un estilo que me llama mucho la atención,
en parte porque lo tengo muy poco visto. Me atrae especialmente la escultura,
que me parece expresiva y poderosa, y agradezco también ver elevados a la
categoría de tema artístico al hombre y la mujer trabajadora, al fogonero, a la campesina, al herrero, a la lechera, al operario. Luego hay que tener en cuenta,
claro está, las dotes particulares de cada artista y la altura estética de cada pieza. Supongo que la
animadversión generalizada que despierta esta corriente solo podrá calmarse con
el tiempo, y que el espectador del futuro podrá juzgar la obra de arte al
margen del adoctrinamiento ideológico, del mismo modo que hoy somos capaces de
hacer, por ejemplo, con los frescos románicos. Una aclaración: en la Galería Nacional
se podía hacer fotos (¿cómo no, si se permite a los guías tocar repetidamente
la superficie de los cuadros?), así que las imágenes que acompañan a esta
entrada fueron tomadas por mí, cuando me alejé del grupo para recorrer las
salas vacías en ese estado de somnolencia beatífica en que me encontraba.
Pero dejo para el final lo que sin duda recordaré
con mayor viveza. Lo encontré en un rincón del piso alto, en la sala dedicada al
arte moderno. Cuando accedí por la escalera descubrí que era la única
visitante; la sala no era demasiado grande, y entre todas las obras expuestas,
una pareció atraerme como un imán. Su título original en albanés es “Buzë
mbremje”, lo que traducido –me dicen- significa “Al atardecer”. Fue pintada en
1989 por el artista albanés Agron Bregu, del que no he podido encontrar dato
alguno en la red.
"Al atardecer" representa a una familia en torno al triste vacío de su mesa
de comedor. Las miradas de los personajes siguen trayectorias divergentes y no
llegan a encontrarse nunca: la madre mira al infinito, angustiada por no tener
nada con que preparar la cena para su familia; el padre lucha por concentrarse
en su lectura; el hermano mayor clava una mirada llena de reproche en el padre,
que no le corresponde; la hermana cruza por el fondo de la escena, abstraída
como un fantasma; el hermano pequeño nos mira a nosotros, espectadores, y nos
incluye en su drama familiar. Toda la miseria y la incomunicación de un pequeño
núcleo humano se recoge en esta pintura sencilla, de restringida gama cromática. El
espectador sospecha que lo que se está cociendo entre estos personajes, la
carencia a la que se enfrentan, es algo mucho más hondo que una mesa sin
alimentos. Un detalle sobrecogedor: colgada de la pared, hay una reproducción
en blanco y negro de la misma escena que estamos contemplando. La situación se
perpetúa y se estira hasta el infinito; no hay salvación posible para este
triste hogar.
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