UN TIRÓN DEL HILO

En las obras clásicas, cuando un personaje pretendía localizar a alguien que no conocía o simplemente había partido de viaje, se abría un repertorio de maniobras extraordinarias que constituían una trama en sí y que a veces hacían olvidar al lector el objetivo de dicha búsqueda. Mensajeros a caballo, notas entregadas por sirvientes, telegramas perentorios, cartas llevadas en coches de posta, recados orales de amigos fieles. Y en contrapartida, mensajeros que llegaban tarde, sirvientes olvidadizos, postes de telégrafo derribados, coches de posta atracados por bandidos, amigos fieles que caían víctimas de un imprevisto. No olvidemos que Romeo no se habría suicidado de haberle llegado el mensaje enviado por Fray Lorenzo de que la muerte de Julieta era fingida.

Todo esto se ha terminado con la web. A un golpe de teclado, estamos todos localizables. Me planteo que, si tuviera ahora el impulso de desaparecer cual personaje de Paul Auster, pasarían años antes de que se borrara el último vestigio de mi persona en la red. Hay demasiados hilos que me vinculan a lugares y a gente, y de vez en cuando, alguien tira de ese hilo y me convoca. Decía el padre Brown, el encantador cura detective creado por Chesterton, con respecto a un delincuente al que le seguía la pista: “Lo atrapé con un anzuelo invisible, con un sedal también invisible, lo bastante largo para dejarlo vagar hasta el fin del mundo, y aun así, para traerlo de vuelta de un tirón del hilo”. Ocurre que, de vez en cuando, alguien tira de uno de esos hilos en los que estamos enredados: puede ser un amigo con el que hemos perdido el contacto hace tiempo, un conocido que se interesa por nosotros o un completo extraño. Esto último es lo más emocionante. Los desconocidos que se asoman a nuestra vida de improviso y nos ofrecen su interés, sus opiniones, sus palabras, con la celeridad que proporcionan estos aparatos que abren nuestras casas y lugares de trabajo al mundo. Se ha perdido quizá el romanticismo de los mensajes que no llegan a destino, de las cartas devueltas a su destinatario tras rodar de dirección en dirección, de los teléfonos que suenan y suenan en una habitación vacía. En compensación, tienen algo de mágico estas apariciones meteóricas de desconocidos portadores de buenas noticias, que emergen de la pantalla como el genio de la tradicional lámpara.

A mí me acaba de ocurrir con alguien a quien hace poco no conocía pero a quien siento muy cercano porque es colega mío por partida triple. Se llama Rubén Castillo y es filólogo, profesor de Lengua y Literatura y escritor. Rubén es, como no podría ser de otra manera, un enamorado de las letras, y además de ser un autor prolífico, lleva adelante con singular dedicación dos blogs literarios: Librario íntimo y Ventanas de papel, este último centrado en la literatura infantil y juvenil. Este hombre de letras global ha tenido el detalle de escribir una reseña sobre mi libro de cuentos Los muertos, los vivos en el periódico de Murcia El Noroeste y de ponerse en contacto conmigo para hacérmela llegar. Los trámites han sido breves: un e-mail a la editorial Torremozas, otro de la editorial a mí, y el tirón del hilo del que hablaba antes ya se había producido. En pocos días, Rubén y yo habíamos intercambiado varios mensajes, yo tenía la reseña en mi poder y además la enorme alegría de conocer a un autor al que seguiré con entusiasmo en lo sucesivo. La de llamadas telefónicas y visitas a correos que nos hemos ahorrado.

Os dejo el enlace al blog Librario íntimo, donde está colgada la reseña de mi libro. Os invito, además, a entrar a curiosear en ese interesante espacio y a conocer a su autor. Sigamos tirando del hilo.

Comentarios

  1. En ocasiones, es una delicia esto de Internet y de los blogs. Me ha permitido estar en contacto con una autora admirable como tú; y eso no tiene precio, realmente. Sigue por el camino que vas, porque tu calidad literaria es excepcional

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  2. ¡Qué bonito comentario a tu libro hace Rubén! ¡Quiero leer el último! ¿Cuándo sale? Lola

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  3. Preguntarle a un escritor sobre la publicación de un libro es como preguntarle a un actor sobre una fecha de estreno. Nunca hay una respuesta concreta para eso: somos gremios muy supersticiosos, y está prohibido hablar de lo que no es seguro. Como no corren buenos tiempos para la cultura (¿es que han corrido alguna vez?), supongo que tendré que enfrentarme a dificultades, pero espero que la publicación no se demore tanto como la de "Alguien aguarda en el sueño". Por si acaso, esta última novela no lleva en el título ninguna palabra relacionada con la espera.

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