INVITADOS DE HONOR
Este mediodía he hecho una visita rápida al Museo del Prado, de esas que solo son posibles en el mes de agosto: aparcamiento en la puerta, entrada sin colas, público moderado y sin apreturas. He pasado deprisa por las salas de la colección permanente porque tenía un objetivo muy concreto. Siempre que camino sin detenerme por esos espacios que he recorrido tantas veces desde el lejano día en que mi padre me llevó al museo por primera vez, tengo la sensación de pasar frente a viejos conocidos que me saludan desde las paredes alegre o solemnemente, con seriedad o descaro, cada cual según su estilo.
Hoy me ha parecido que los italianos –Andrea del Sarto, Bronzino- me lanzaban guiños de complicidad con sus brillantes colores, y que los miembros de la Familia de Carlos IV sonreían socarrones desde lejos al verme pasar tan apurada. He tenido un momento de vacilación al distinguir una Santa Bárbara de Parmigianino que no recordaba haber visto, pero me he mantenido firme en mi trayectoria; El Cardenal de Rafael me ha seguido mientras me alejaba con la fina ironía de sus agudos ojos. Durero ha sido imposible de convencer, como de costumbre: me ha lanzado su reclamo desde una esquina de su pequeña sala, y no he podido hacer otra cosa que acercarme, obediente, a saludarlo en su Autorretrato. Me ha mirado como siempre hace, de medio lado, con su altiva suficiencia de hombre galante, consciente de su poder sobre mí. Frente al Lavatorio de Tintoretto he tenido que ralentizar el paso; no en vano, por una conjunción de factores que sería muy largo detallar, se sabe el cuadro que yo elegiría si me viera en la terrible disyuntiva de salvar una sola obra del museo. Por un momento he errado en mi trayectoria y he rondado el territorio de los primitivos españoles. He retrocedido sin entrar, perseguida por un clamor: Berruguete, Bermejo, con el coro de las pinturas murales de la Vera Cruz de Maderuelo, se quejaban de ser la zona menos visitada. No he cedido a sus reproches y he continuado mi búsqueda en dirección al ascensor, como el protagonista de cuento que sabe que si se detiene en un recodo del bosque nunca cumplirá su misión. Y mi objetivo estaba en la primera planta del museo, y a él quería dedicar mi tiempo hoy.
Hoy me ha parecido que los italianos –Andrea del Sarto, Bronzino- me lanzaban guiños de complicidad con sus brillantes colores, y que los miembros de la Familia de Carlos IV sonreían socarrones desde lejos al verme pasar tan apurada. He tenido un momento de vacilación al distinguir una Santa Bárbara de Parmigianino que no recordaba haber visto, pero me he mantenido firme en mi trayectoria; El Cardenal de Rafael me ha seguido mientras me alejaba con la fina ironía de sus agudos ojos. Durero ha sido imposible de convencer, como de costumbre: me ha lanzado su reclamo desde una esquina de su pequeña sala, y no he podido hacer otra cosa que acercarme, obediente, a saludarlo en su Autorretrato. Me ha mirado como siempre hace, de medio lado, con su altiva suficiencia de hombre galante, consciente de su poder sobre mí. Frente al Lavatorio de Tintoretto he tenido que ralentizar el paso; no en vano, por una conjunción de factores que sería muy largo detallar, se sabe el cuadro que yo elegiría si me viera en la terrible disyuntiva de salvar una sola obra del museo. Por un momento he errado en mi trayectoria y he rondado el territorio de los primitivos españoles. He retrocedido sin entrar, perseguida por un clamor: Berruguete, Bermejo, con el coro de las pinturas murales de la Vera Cruz de Maderuelo, se quejaban de ser la zona menos visitada. No he cedido a sus reproches y he continuado mi búsqueda en dirección al ascensor, como el protagonista de cuento que sabe que si se detiene en un recodo del bosque nunca cumplirá su misión. Y mi objetivo estaba en la primera planta del museo, y a él quería dedicar mi tiempo hoy.
Caravaggio pintó esta maravilla cuando tenía la temprana edad de treinta y tres años (temprana para haber alcanzado tal nivel de pericia, aunque él no llegó a cumplir muchos más). Este Descendimiento es la obra invitada del Museo del Prado desde el pasado mes de julio, y a él he consagrado mi visita de este mediodía. Es una experiencia impactante plantarse frente a este lienzo de enormes dimensiones y alzar la vista hacia los monumentales personajes que expresan todos los matices del sufrimiento humano, desde la grandilocuencia hasta la resignación. A mí me conmueve especialmente el gesto casi infantil de María Magdalena, representada como una jovencita con trenzas recogidas sobre la cabeza que se enjuga las lágrimas con un pañuelo. Ojo a los pies y las manos, siempre expresivos, siempre poderosos en este pintor: la mano de Cristo que cae inerte sobre la losa; los pies contundentes, anclados a la tierra, de Nicodemo, el hombretón que sujeta las rodillas del difunto mientras clava la mirada en el espectador. Caravaggio es un pintor que me encanta y del que procuro no perderme nada, pero he de decir que esta es una de las obras suyas que más me impresiona. Permanecerá con nosotros hasta el próximo 18 de septiembre, fecha en que regresará a su residencia habitual, los Museos Vaticanos. Es, verdaderamente, un invitado de honor.
Mi visita de hoy me ha traído a la cabeza una historia que leí en la prensa a comienzos de este año y que se refiere a otra obra del gran maestro italiano. Se trata de la Natividad de la iglesia de San Lorenzo de Palermo, que fue robada una noche de 1969 y no ha vuelto a ser vista desde entonces. Corren ríos de tinta sobre el destino que ha corrido y sobre su emplazamiento actual. Las distintas versiones presentan el problema de hacer sido elaboradas sobre testimonios de delincuentes que se echan unos a otros la culpa del robo y que están, eso sí es unánime, relacionados todos ellos con la Cosa nostra. Hay declaraciones terribles, que hablan del deterioro de los colores al ser enrollado el lienzo, o de su abandono en un establo, a merced de los ratones y los cerdos. Yo prefiero aferrarme a la otra versión, la que explica que los jefes de la mafia, ofendidos por el robo perpetrado por unos ladronzuelos, reclamaron la obra del inmortal artista y la tienen desde entonces presidiendo las reuniones de los padres del crimen siciliano. Tengo la impresión de que al arrebatado Caravaggio, de vida breve y violenta, no le habría disgustado del todo este destino para su cuadro. Sería él también, en definitiva, otro invitado de honor.
IMPRESIONANTE. CON ESTA PALABRA DESCRIBO, UNA VEZ MÁS, TU PASIÓN POR ESTOS TEMAS TAN HERMOSOS COMO SON LA LITERATURA Y EL ARTE.
ResponderEliminarBELLOS. CON ESTA PALABRA DESCRIBO LOS CUADROS QUE, SUPONGO QUE LOS ARTISTAS TARDARIAN MUCHO EN HACER. ES TAL EL REALISMO QUE CASI PARECE QUE ESTEMOS MIRANDO A TRAVES DE UNA VENTANA...
¿EL MUSEO DEL PRADO? ¡QUE SUERTE TIENES! A MÍ ME ENCANTARÍA IR, NUNCA HE ESTADO, PERO TENGO UNA CITA CON UN CUADRO DE VELAZQUEZ, ENTRE OTROS. SEGURO QUE SABES A QUÉ CUADRO ME REFIERO.
TAMBIEN ME ENCANTARIA IR AL MUSEO DE LOUVRE, DONDE ESTA UN AMOR MIO INCOMPRENDIBLE. ¿CREES QUE ES POSIBLE AMAR A UN CUADRO, YA SEA POR LA HISTORIA, SUS MISTERIOS Y SU ENCANTADORA SONRISA? A MI ME OCURRE, Y CREO QUE TAMBIEN SABRAS A QUE OBRA ME REFIERO. =)
Pues fíjate lo que son las cosas: te parece que tengo suerte por mis reiteradas visitas al Museo del Prado, y a mí me parece que tú también la tienes, porque te queda por delante la más emocionante de todas, que es la primera. Habiendo tanta gente que va obligada y que deambula por las salas sin el menor interés, me parece prodigioso que tú atesores la perspectiva de esos primeros encuentros con cuadros con los que tienes citas pendientes (por cierto: es evidente cuál es el del Louvre, pero el del Prado... se me ocurren muchos de Velázquez que merecen ese honor). Y respondiendo a tu pregunta: sí, por supuesto que es posible amar a un cuadro. Y a muchos. A mí lo que me parece imposible es no amarlos.
ResponderEliminarJAJAJAJA! GRACIAS POR TU CONSIDERACION! EL CUADRO AL QUE ME REFIERO ES AL DE "LAS MENINAS", ME ENCANTA LA TECNICA EMPLEADA Y LO QUE HACE VELAZQUEZ CON EL ESPEJO. ADEMAS, LAS DAMAS REPRESENTADAS ME RECUARDAN A LAS QUE TENEMOS EN LA PUERTA DEL INSTITUTO. UNA VEZ FUI CON MI PADRE A CONSERJERÍA Y CUANDO PASAMOS JUNTO A ELLAS LE DIJE:"MIRA PAPÁ, ¿A QUE ESTAN MUY BIEN ECHAS?" Y MI PADRE DIJO SONRIENDO "LAS MENINAS DE VELAZQUEZ". POR CIERTO LA PRIMERA VEZ QUE VI ESE CUADRO DE NIÑA ME ASUSTE Y PENSE QUE LAS DAMAS TENIAN UNAS CADERAS ENORMES DEBIDO A UNA ENFERMEDAD, Y RESULTA QUE ES UN ADORNO DEL VESTIDO JAJAJAJA!
ResponderEliminarUNA VEZ MÁS, GRACIAS POR LO QUE HAS DICHO, ME ENCANTA HABLAR CON UNA PERSONA TAN CULTA Y BIEN ENTENDIDA. RARA VEZ TENGO LA OPORTUNIDAD DE HACERLO. POR CIERTO, AL UNICO SITIO AL QUE VOY OBLIGADA ES A LAS TIENDAS DE ZAPATOS JAJAJAJA!
Sin duda, las personas que elaboraron las preciosas figuras de las Meninas de la puerta de nuestro instituto, hace ya unos cuantos cursos, se sentirían encantadas si supieran el efecto que causan en ti. Yo no puedo recordar la primera vez que vi el cuadro de Velázquez en vivo, pero sí que me acuerdo de cuando lo vi recién restaurado. Era totalmente distinto al cuadro que yo conocía; de pronto, los colores habían emergido del fondo como por encanto. Pensé que nunca había visto un color gris comparable al del vestido de la infanta Margarita. Gracias por tu atención y tu entusiasmo. Es un placer escribir para personas como tú.
ResponderEliminarY PARA MI UN PLACER LEER COSAS TAN INTERESANTES QUE ESCRIBE ALGUIEN INTERESANTE. Y NO ES PELOTEO EH? JAJAJAJA! ME GUSTA CUANDO CONVERTIMOS EL APARTADO DE COMENTARIOS EN UNA ESPECIE DE CHAT PARA INTERCAMBIAR IDEAS E IMPRESIONES. ESPERO QUE SUBAS PRONTO UNA PAGINA =)
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