LECTURAS DE OCTUBRE (2024)

Un hombre abandona a su hijo recién nacido, según sus propias palabras, «por pánico a quererlo». Es la misma pulsión de cobardía y renuncia que le lleva a destruir su mayor empeño en la vida, una novela que intenta escribir y que no llega a completar. Dieciocho años después, el hijo recibe la noticia de la muerte en accidente de moto de ese progenitor ausente. Esto sucede el día de su cumpleaños: llega así de forma simultánea a la mayoría de edad y a la condición de huérfano. Al pasar revista a la casa del difunto, encuentra un cuaderno con unas notas de este y un libro sobre su mesilla de noche, una colección de cuentos de los hermanos Grimm. Estos dos elementos son los cabos de los que tirará el protagonista para ir en pos de la huidiza sombra de su padre. Semejante planteamiento podría haber dado pie a una novela intimista y psicológica, la enésima reversión de la compleja relación paternofilial. La distancia entre eso y la absoluta locura que es
Solo humo se explica por la personalidad de su autor, Juan José Millás. Solo humo reúne esos elementos tan queridos al novelista y a sus lectores habituales: el humor, el giro hacia lo inesperado, la fantasía que irrumpe en la realidad con la soltura de esa mariposa blanca que emerge de la oreja de uno de los personajes, expresivo símbolo de la presencia de lo mágico en la vida cotidiana. Carlos, el joven protagonista, se zambulle en la lectura de los cuentos que su padre dejó interrumpidos al morir y allí dentro, entre princesas y campesinos, brujas y leñadores, encuentra las huellas de su progenitor que la vida le ha escamoteado hasta ese momento. Paralelamente, se va zambullendo en la existencia real de su padre a través de una mujer que tuvo con él una relación estrecha. Con estos elementos, Millás construye una historia sobre el poder de la imaginación, el miedo a la vida y la válvula de escape que ofrece la fantasía. Una historia en la que todo puede suceder y en la que cuanto sucede —me atrevería a asegurarlo— pillará desprevenido al lector. Una locura, como decía antes. Una locura maravillosa.

El rey del desparpajo narrativo, Félix J. Palma, regala a sus adeptos un nuevo juguete novelesco de inspiración británica. Si en El mapa del tiempo se servía de dos elementos emblemáticos de la Inglaterra de finales del XIX, los crímenes de Jack el Destripador y la máquina del tiempo con la que soñó H. G. Wells, en El gran timo de las hadas da el salto a los inicios del XX para tomar como punto de partida la oleada de ferviente fe en los seres feéricos que atravesó la sociedad de la época. La historia es de sobra conocida: unas jovencísimas habitantes de la campiña hicieron públicas unas supuestas fotos de hadas que fascinaron a un curioso —y sorprendentemente ingenuo— Arthur Conan Doyle, que les dio publicidad en sus escritos y que desató con ello una auténtica moda de avistamientos de hadas, duendes y demás criaturas mágicas por toda Inglaterra. Con este jugosísimo material, hilvana Félix J. Palma una trama de las suyas: amena, llena de giros inesperados y de humor. El protagonista es Alan Schofield, un tipo con una infancia terrible que parece extraída de una novela de Dickens y que sobrevive a todo a través del ingenio y del descreimiento. Para empezar, ni se llama Alan ni se apellida Schofield; todo en él es engaño y mixtificación, como indica el mismo título de la novela. Este tipo que parece abocado al más completo cinismo sufre un accidente aéreo en la guerra del que emerge con una sorprendente doble visión, la de una ninfa que se solaza en medio de la naturaleza y la de una enfermera que le salva la vida. A partir de ese momento, su destino se entreteje con el de esta última, la joven Violet, una muchacha fuerte y atípica, que tampoco es lo que parece. Juntos emprenden una aventura encaminada a sacar beneficio económico de la credulidad de una sociedad sacudida por la tragedia de la Gran Guerra. Se desencadena así una historia llena de sorpresas e intriga que sorprende, hace sonreír y —en alguna ocasión— estremece al lector, preocupado por el destino de esta peculiar pareja a medio camino entre la amoralidad y la simpatía. Lo decía antes: ya el título de la novela declara que todo es un gran timo y, sin embargo, es fácil dejarse envolver por la tramoya organizada por los ingeniosos protagonistas e incluso encontrar un resquicio para la fe. Porque sí, lo confieso, estoy más que dispuesta a creer en la existencia de las hadas. Si al insigne creador de Sherlock Holmes le sucedió, quién soy yo para llevarle la contraria.

La primera vez que vemos a Olga, es una niña de apenas un año a la que su madre se ve obligada a dejar al cuidado de una vecina. «No te va a estorbar nada, lo que más le gusta es mirarlo todo», le explica la madre a la otra mujer, algo reticente a hacerse cargo de la pequeña. He dicho que es la primera vez que «vemos» a Olga y esa es la sensación que tenemos. La vemos a ella y, a través de su mirada, el entorno cotidiano de la humilde casa en la que pasará muchos ratos durante su infancia. Porque Olga es una chiquilla observadora, reflexiva, que lo capta todo de forma prematura, incluida su propia condición de niña pobre. Un par de capítulos más adelante, conocemos al segundo componente de la pareja que será la base de la historia. «En cuanto pudo ponerse en pie, el niño quiso caminar», nos dice el narrador. Herbert es un niño inquieto, activo, que quema etapas a increíble velocidad en su capacidad para desplazarse y que a los tres años corre con soltura impropia de su corta edad. Este pequeño que no soporta quedarse quieto se transformará en un joven enamorado de las grandes superficies y los horizontes lejanos. La muchacha que todo lo observa y el joven que solo desea viajar forman el dúo protagonista de Olga de Bernhard Schlink. Son una pareja basada en una constante unión de opuestos: la niña humilde y el chico rico, la reflexión frente a la acción, el apego al hogar frente al deseo de conocer mundo. Comienza así una historia de amor enfrentado a las dificultades que nos remite a los relatos decimonónicos, pero no nos dejemos engañar: Schlink se las va a arreglar para sorprendernos con un material en principio tan clásico. Agazapado en algún punto de la novela, nos espera un giro que nos descoloca y lleva la trama por derroteros inesperados. Olga es una reflexión sobre las formas de abordar la vida, sobre la soledad y las oportunidades perdidas, sobre las limitaciones que impiden la realización personal. Es, además —no podríamos esperar menos de su autor—, un repaso del devenir de la historia y de los grandes acontecimientos de la Alemania del siglo XX. Y, por encima de todo, es una novela preciosa. Eso también me lo esperaba de Bernhard Schlink.

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