POLÍTICAMENTE CORRECTO

Hace algo más de un mes, me sobresaltó la noticia de que Puffin Books, el sello infantil de la editorial Penguin Random House, había realizado una reedición de las obras de Roald Dahl con modificaciones encaminadas a evitar que ciertas sensibilidades se sintieran heridas. Al parecer, el genial autor que llenó de inteligencia y sentido del humor exento de ñoñería sus relatos para niños (idénticos humor e inteligencia que caracterizan su obra para adultos) había sido sometido al filtro de lo correcto. De esta forma, el glotón August Gloop de Charlie y la fábrica de chocolate ha dejado de ser denominado “gordo”; las brujas de la novela homónima, esos monstruos que yacen ocultos bajo la tranquilizadora apariencia de señoras corrientes, han experimentado una fulgurante y anacrónica promoción profesional, pasando de ser mecanógrafas y cajeras de supermercado a prestigiosas científicas o directoras de empresa. Se ha entrado a saco en la adjetivación para eliminar no solo los calificativos referidos a la gordura, sino también los incómodos “feo”, “blanco” y “negro”. La pequeña Matilda, lectora voraz, consume ahora libros de Jane Austen y no solo de autores masculinos. Ignoro si alguna editorial española planea unirse a esta estela anglosajona de la tranquilizadora corrección, pero temo por Cuentos en verso para niños perversos, el divertidísimo título en castellano para el original Revolting rhymes de Dahl. Tal vez este bienintencionado proceso de revisión llegue a afectar a la rima, transformando la ingeniosa y rotunda traducción en la más insulsa Cuentos en verso para niños correctos. 

Esta mañana he leído con estupor en la prensa digital que las novelas de Agatha Christie se enfrentan a similar proceso de reescritura por parte de  la editorial HarperCollins. Una comisión de “lectores sensibles” (cito literalmente) se está encargando de eliminar alusiones ofensivas referidas a cuestiones étnicas, de género o del aspecto físico de las personas. De esta manera, Miss Marple y Hercules Poirot se desenvolverán en un sorprendente ambiente híbrido en el que calles, vehículos y vestimentas serán los de comienzos o mediados del siglo XX, pero las palabras y pensamientos de los personajes se adecuarán a la sensibilidad moderna. Extraña combinación. Según descubro, esta reescritura de la novelista inglesa ha comenzado hace tiempo en ámbitos bien cercanos, ya que el popular título Diez negritos ha sido sustituido en una reciente edición francesa por el neutro e inofensivo Eran diez. En España, se ha tirado del final de la canción infantil que es el germen del título original para crear una formulación más inquietante: Y no quedó ninguno. No me parece mal. Lo que sí lamentaría es oír al pomposo detective Poirot comenzando uno de sus habituales discursos para desenmascarar al asesino no con un clásico “damas y caballeros”, sino con el moderno e inclusivo “compañeros y compañeras”. 

Todo lo anterior lo escribo a partir de datos obtenidos de la prensa y no de la experiencia directa; no he tenido acceso a ninguno de los textos corregidos y no sé, por ello, qué impresión causarían en un lector “no tan sensible” como los que forman la comisión correctora de HarperCollins. De lo que sí puedo hablar por experiencia es del concepto de literatura que se les inculca a mis alumnos a base de años de una educación en valores que desborda lo referente a la ética y la sociabilidad para entrar de lleno en el campo del arte, de la fantasía, de la creación. Cuando llegan al instituto, los estudiantes recién salidos del colegio no conciben que un texto literario no hable de fraternidad, ecologismo o igualdad de género; que no sea una beligerante declaración de todos los principios que nos conforman como sociedad moderna y civilizada. Mis alumnos de primero se empeñan, por tanto, en extraer moralejas de cualquier lectura. Cuando les pido la idea principal que trasmite el autor, elaboran candorosas formulaciones como: «hay que ayudar a todo el mundo», «no se puede juzgar a nadie por su aspecto», «todos somos iguales». Al poco se abre ante ellos el inexplorado mundo de la historia de la literatura y entonces llega el momento del estupor: resulta que Pármeno llama a Celestina «puta vieja», que Quevedo se burla de sus rivales por sus defectos físicos, que Calderón ―y con él todo su siglo― deposita el honor familiar en mujeres a las que se trae y se lleva como maniquís sin voluntad propia. Cuando descubren que Lázaro de Tormes tiene un padrastro negro, se llevan las manos a la cabeza (al parecer, en este mundo plagado de buenas palabras, a los negros no se les puede llamar «negros»). Hace un par de años, ante un emocionante poema amoroso de Keats, un alumno escandalizado me habló de «relación tóxica». Supongo que, para este mismo estudiante, todo Shakespeare, con sus pulsiones primordiales y sus bajadas a las simas de la conciencia humana, se mueve en el terreno de la toxicidad. 

Yo seguiré siendo incorrecta, con permiso de Puffin Books, HarperCollins y su pléyade de lectores sensibles. Intentaré transmitir a mis alumnos que a cada época corresponden unos valores distintos y que su arte puede ser apreciado desde la nuestra aunque choque frontalmente con la actual forma de ver la vida. Que el alma humana es amplia y compleja, llena de recovecos y sombras, y que negar sus zonas oscuras no nos enseña a ser mejores. Que las obras incómodas y valientes, producto de mentes que divergen de lo establecido, pueden estar llenas de grandeza. Que la literatura no se nutre de buenos sentimientos; que ser correcto, didáctico y positivo no convierte a un escribiente en un escritor. Que las buenas intenciones no crean arte. Que en las profundidades más sombrías (me niego a llamarlas «tóxicas») puede encenderse la luz de la auténtica creación.

Comentarios


  1. Lo peor de la correción política es que, cada vez más, confronta con la incorrección real. De nada sirve decir que una persona es "de color" mientras miles de negros y negras mueren cada dia de hambre y de sed en el Sahel a causa de los vapores de nuestros vuelos "low cost"...tampoco sirve a los obreros españoles que nos dirijamos a ellos con respeto a su género: "compañeros y compañeras..." mientras los líderes que así lo hacen, desaparen en tiempos de crisis, para evitar confrontar con los que les giran las subvenciones, mientras no paran de sobreactuar en momentos en que se anotan como propias las mejoras concedidas por gobiernos afines...
    Parece tratarse de un consenso universal para sustituir el hecho por su apariencia, la fea verdad por la mentira reflejada en un espejo, la realidad por la hipocresía...

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  2. No puedo estar más de acuerdo contigo: buenas palabras donde debería haber buenas acciones. Gracias por tu comentario largo, certero y elaborado, que podría ser una entrada en sí mismo.

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