CUADROS RECUPERADOS (XXIII): NATURALEZAS MUERTAS
El pintor estadounidense John Frederick Peto es autor de naturalezas muertas en las que objetos cotidianos se recortan sobre fondos oscuros con la serenidad de modelos que posaran ofreciendo su humilde sabiduría. Son bodegones graves y austeros, serios dentro del desorden que domina sus componentes. Están tratados con un realismo tal que su autor ha pasado a la posteridad como un maestro del “trampantojo”, técnica consistente en crear en el ojo humano una ilusión de realidad donde solo hay elementos pintados. El cuadro que traigo hoy a esta sección tiene para mí un valor sentimental añadido que queda patente desde su título: Materiales de estudiante. Siempre me han conmovido los estuches e instrumentos de escribir, los libros y cuadernos que acompañan a los humanos en la carrera del aprendizaje. Me gusta observarlos, relacionarlos con la personalidad del que los emplea, ordenarlos cuando son abandonados de cualquier forma por un estudiante impaciente por salir al recreo. He puesto capuchas a innumerables bolígrafos y guardado otras tantas gafas en sus fundas tras el sonido del timbre liberador. Pero volvamos a la pintura de Peto. Los protagonistas del cuadro (libros, tintero, pluma, pipa, vela), contemporáneos a su autor, tienen para la posteridad el encanto de representar un mundo perdido. Mi favorito es el viejo cuaderno que cuelga del tablero. Su cubierta desgastada, precioso ejercicio de texturas, lo identifica como un camarada bregado en mil lides estudiantiles. No solo tengo la impresión de que podría tocarlo con extender la mano: estoy deseando hacerlo, abrir su tapa, pasar sus hojas y adentrarme en las notas y observaciones de un estudiante que dejó de serlo hace mucho.
(Los cuadros de mayo. 2020)
(Los cuadros de noviembre. 2013)
(Los cuadros de diciembre. 2016)
Limpieza,
elegancia y reducción a lo esencial son los rasgos definitorios del estilo de
Marta Gómez de la Serna, pintora nacida en Madrid en 1953. Este Bodegón
con uvas es una buena muestra de ello. No me detendré a insistir una
vez más ―van ya unas cuantas― en la fascinación que ejerce sobre mí el color
blanco en la pintura; sólo diré que este cuadro simple y delicado es un nuevo
ejemplo de esta inclinación mía. Una pared dotada por el tiempo de un sinfín de
matices, un plato blanco y dos racimos de uvas son los elementos mínimos sobre
los cuales la autora ha construido su obra. Parece difícil atraer la mirada del
espectador utilizando una mayor economía de medios. Este bodegón posee la
simpleza y la gravedad de las piezas clásicas; se me ocurre que podría haber
adornado durante siglos los muros de una villa romana. Frente a una realidad
sobrecargada de estímulos, la pintora ha operado por reducción, ha dejado fuera
estridencias y contrastes, ha dado la espalda a los fáciles efectismos. La
imagino más borrando que pintando, eliminando la torpe y abigarrada maraña que
nos envuelve hasta llegar a la más delicada esencialidad. Como un músico hábil
que conoce el arte de manejar los silencios. Como un buen poeta, que pule y
pule sus escritos hasta dejar fuera de ellos todo aquello que no es realmente
poesía.
(Los cuadros de julio. 2014)
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