UNA IMAGEN ELOCUENTE
Desde que la he descubierto en las redes sociales, no me quito de la cabeza la fotografía que encabeza estas líneas. La imagen en cuestión lleva días pululando por Facebook y Twitter, acompañada de una nota que informa de que las jóvenes que aparecen en ella son estudiantes afganas que hacen su examen de acceso a la universidad en condiciones precarias, sentadas en el suelo, a 37 grados y bajo un sol al que cuesta, en este caso, considerar “de justicia”. Es fácil imaginar los comentarios indignados que ha suscitado la publicación de esta foto en las redes: la mujer, infravalorada como siempre, y aún más en la sociedad afgana. Y también los comentarios llenos de emoción: estas jóvenes se enfrentan a lo que sea porque saben que en la educación está la llave de su libertad. Todo lo cual es una verdad indudable, con independencia de esta imagen.
Como me he vuelto desconfiada en las cuestiones de este tipo (quizá, me planteo ahora, me he vuelto desconfiada en general), he introducido la fotografía en un buscador por imagen. No he obtenido datos fiables sobre las circunstancias en las que ha sido realizada; la única fuente de información es la foto en sí. En ella, se aprecia la presencia de un par de figuras portadoras de mascarillas que atestiguan su carácter reciente, pero sigo sin tener certeza alguna sobre el lugar ni el objetivo de la prueba que se está desarrollando. Tras agrandar la imagen en la medida en que me lo permite su definición más bien escasa, he descubierto que, en las filas tan meticulosamente respetadas, hay una importante presencia masculina. Al parecer, son todos, hombres y mujeres, los que deben afrontar la prueba de esta forma rudimentaria que, a nuestros ojos privilegiados, se antoja insoportable.
Es cierto que no me ha ayudado en mi deseo de obtener datos concretos, pero el buscador por imagen me ha brindado una lección inesperada. Bajo un rótulo que reza “imágenes visualmente similares”, ha desplegado para mí un mosaico de fotografías que en un primer golpe de vista producen una fuerte sensación de similitud con el objeto de mi atención. Las recorro con la mirada y descubro las divergencias: se trata de luminosas vistas de playas modélicas en la gestión de la distancia social, con bañistas primorosamente repartidos en filas; lamentables imágenes de plásticos de colores diseminados en la arena junto al mar; el auditorio de un animado concierto junto a la playa; una preciosa bandada de aves desplegada frente a las olas. El buscador por imagen ha resultado ser todo un sabio, que me ha mostrado que la traducción de la escena misteriosa a nuestro contexto es una retahíla de hermosas playas que disfrutamos o ensuciamos, respetamos o convertimos en símbolo de nuestro prepotente desdén hacia el planeta. Nada parecido a estas largas filas de estudiantes pacientes, sentados bajo el sol con la espalda curvada y los papeles apoyados en las piernas, extendiéndose hacia un horizonte que no desemboca en mar alguno. Realmente, ya no necesito saber dónde y cuándo se ha tomado esta fotografía. Creo que me ha hablado con sobrada elocuencia.
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