CUADROS RECUPERADOS (II): MUJERES

Desenvuelta, vivaz, dinámica, extrovertida: así se nos muestra la pintora franco-rusa Zinaida Serebriakova (1884-1967) en su Autorretrato en el tocador. Esta artista, que poseía el don de crear retratos de extraordinaria naturalidad, fue capaz de captar con idéntica frescura su propia imagen a los veinticinco años. Ni rastro de la trascendencia y solemnidad, del aire intelectual o melancólico que con frecuencia dominan los autorretratos de los grandes artistas. Serebriakova se presenta frente a nosotros como una jovencita de mirada franca y pícara, con su punto de coquetería y una personalidad arrolladora. La artista invita al espectador a entrar en su intimidad; el cuadro está lleno de pequeños detalles que así lo atestiguan, como el hombro descubierto de la modelo o el repertorio de objetos de aseo y arreglo personal que pueblan la habitación y que están reflejados con encantadora minuciosidad. Aun así, no encontramos ni rastro de recato en esta muchacha sorprendida en un momento privado. Es más bien el espectador el que se siente intimidado frente a su mirada directa y llena de chispa. Viendo la sonrisa que le baila entre los labios y los ojos y el gesto decidido con el que sujeta su larga melena, uno creería capaz de cualquier cosa a esta joven pintora a la que tantas décadas de vida y trabajo le quedan por delante.
(Los cuadros de julio. 2013)
 
La obra del artista británico Mike Worrall es una bajada sin frenos al mundo del subconsciente. Serán muchos los que reconozcan en los cuadros de este autor contemporáneo alguno de los elementos que pueblan sus sueños: el agua que se desborda e inunda espacios inesperados, arquitecturas imposibles, damas misteriosas emergidas de un pasado que no existió jamás. Como les sucede a los grandes clásicos del Surrealismo, Worrall ha desarrollado un estilo meticuloso y detallista que produce una ilusión de realidad en franco contraste con el carácter onírico de sus escenas. Entre todos los productos de su desbordada imaginación que he podido contemplar, me atrae especialmente este que traigo hoy aquí, bautizado con el sugerente título de Forever lost. Esta figura femenina perdida para siempre en un laberinto tiene mucho de la Alicia de Lewis Carroll y, cómo no, de nuestra propia consciencia adentrándose en sus zonas más recónditas y oscuras. Las paredes pintadas minuciosamente hoja a hoja poseen a la vez una tremenda inmediatez y un carácter abstracto, igual que la muchacha carente de rasgos personales, reducida a una melena y un vestido rojo, bajo los cuales tenemos la impresión de que se puede albergar nuestro yo más profundo, embarcado en una indagación sin retorno. El cuadro en sí tiene ese mismo poder de atracción: cuesta apartar la mirada del entramado vegetal que ocupa y desborda el lienzo y que amenaza con engullirnos mientras lo contemplamos.
(Los cuadros de octubre. 2014)

Se nos escapa el verano y regreso por unos días al mar: motivos más que suficientes para traer a esta sección el luminoso cuadro Bañistas, de la pintora española de origen ruso Olga Sacharoff. En su carrera a medio camino entre el estilo naíf y las vanguardias, Sacharoff tiene momentos como este de inscripción en el clasicismo: en la estela de Ingres y de Renoir, utiliza un cuerpo femenino de consistencia escultórica como centro de una composición que es un canto a la juventud y al esplendor de la naturaleza. La figura adulta y la figura infantil posan para nosotros con perfecta naturalidad, abstraídas ambas en un motivo de atención que no vemos y que suponemos bajo el agua. Es precisamente el tratamiento del mar lo que singulariza este cuadro de tema tan tradicional y lo ubica con claridad en el siglo XX. La descomposición de la masa en pinceladas de color y luminosidad distintas crea la sensación de una superficie móvil, sometida por los rayos del sol a constantes variaciones tonales. Como sucede con frecuencia a partir del impresionismo, Sacharoff acepta el reto de captar el instante y detenerlo para la eternidad. La mujer y la niña no volverán a ser exactamente así, la luz no incidirá de idéntica manera ni la barca se mecerá con el mismo vaivén, pero nos queda el consuelo del recuerdo convertido en arte, igual que apelamos a la memoria para conservar las imágenes de los veranos que nos abandonan.
(Los cuadros de agosto. 2017)

Al parecer, los esquimales tienen diecinueve palabras distintas para denominar otros tantos tipos de nieve. Tal vez debería ocurrir lo mismo para designar los múltiples blancos de Anne apoyada en una mesa, del pintor franco-israelí Avigdor Arikha (1929–2010). Un mantel arrugado, una camisa que se pliega en torno a un cuerpo que adivinamos apenas, y se abre ante nosotros la pasmosa variedad de matices de lo que en el lenguaje común etiquetamos bajo el nombre de un solo color. Y el gran enigma del cuadro: qué expresión oculta el rostro de Anne, tras esa mata de pelo oscuro que atrae los ojos del espectador en medio de tanta blancura.
(Los cuadros de marzo. 2011)

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