LO MÁS IMPORTANTE

The most importan thing es el título de una serie de fotografías en las que el estadounidense Brian Sokol retrata a refugiados que muestran ante la cámara lo que pudieron salvar de su hogar cuando lo tuvieron que abandonar de forma precipitada. Con el subtítulo de Retratos de una huida, es también el título de la exposición en la que hasta el mes de mayo se exhiben veinticuatro de estas imágenes, acompañadas por las historias de sus protagonistas, en CaixaForum de Madrid.

El fotoperiodista Brian Sokol lleva años dedicado a documentar la dura realidad de grupos humanos condenados a abandonar su hogar como consecuencia de la guerra, la intransigencia y la segregación. Es de esos fotógrafos dotados de la capacidad de crear imágenes con una depurada técnica y un cuidado del encuadre y la composición, sin que estos elementos formales eclipsen la auténtica finalidad de su tarea, la de dar testimonio de un drama humano. La serie de fotografías que se pueden contemplar en la exposición de CaixaForum constituyen un conjunto especialmente emocionante. Con una premeditada sencillez formal, Sokol sitúa a sus modelos en el más humilde de los marcos: una tela tendida de forma rudimentaria que, voluntariamente, no oculta del todo el ambiente en el que viven los protagonistas. Estos estudios improvisados son así una especie de escenario portátil por el que desfilan los actores que salen a presentar sus historias al público. No en vano, Sokol quiso en su juventud ser autor de teatro: en realidad, esta serie fotográfica tiene mucho de una sucesión de monólogos en los que los personajes nos van contando sus vidas. Pero el carácter medido, la pose estudiada de todos ellos, no nos hacen olvidar que estamos ante historias reales, de igual manera que, por detrás de la tela negra que sirve de fondo, se deja ver el entorno que rodea a estos personajes en su día a día: el desierto, las tiendas de campaña, los barracones de los campos de refugiados.

Las veinticuatro fotografías que componen la exposición van acompañadas por unos carteles en los que se narra la historia de los retratados y de aquello que consideraron lo más importante en el momento de su huida, aquello que no podían, bajo ningún concepto, dejar atrás. En algunos casos se trata de objetos prácticos, que son su medio de vida y sin los que no podrían salir adelante: una máquina de coser, una red de pesca; en otros, de recuerdos que vinculan con su pasado a personas condenadas a vivir fuera de su tierra, como es el caso de las familias tuaregs que se retratan con la tienda que les servía de vivienda o con la almohada que les recuerda las noches plácidas pasadas en el desierto. Los niños aportan los toques más entrañables y divertidos, como la chiquilla siria que muestra sus pulseras a la cámara pero se lamenta de haber dejado atrás su muñeca Nancy, o el muchacho sudanés que se retrata abrazado a su mono blanco, sin el que no concibe la vida. Son, también, los que dejan la puerta abierta a la esperanza: la congoleña Fideline solo tuvo tiempo de salvar sus libros y muestra uno a la cámara, convencida de que en el estudio está la clave para un futuro mejor. Hay algunas imágenes especialmente desgarradoras, como la de la joven siria ciega e inválida que declara que no pudo salvar nada, ya que la silla de ruedas sobre la que posa es parte de su cuerpo; en su huida precipitada, afirma, solo pudo llevarse su alma.

Contemplar esta exposición es una experiencia impactante. Sus protagonistas humanos son víctimas de una situación extrema e injusta, pero también héroes que atraviesan distancias impensables portando a sus hijos en rudimentarias cestas o llevando en brazos a sus inválidos. Y son, sobre todo, supervivientes que han aprendido el enorme valor de la vida cotidiana y sus pequeñas recompensas. Es por ello por lo que los otros protagonistas de estas fotografías, los objetos, adquieren un enorme valor simbólico: el instrumento musical que brinda la alegría en medio de las penalidades, las joyas que representan la individualidad que algunos persiguen con encono, el bastón en el que se encarna la resistencia frente a las dificultades, el documento legal que supone el reconocimiento de la propia identidad. Un curandero y maestro de Corán huido de Mali exhibe solemnemente frente a la cámara de Sokol un reloj digital barato. Tan humilde objeto adquiere su auténtico valor tras leer la explicación que da su propietario: un verdadero líder debe hacer que el tiempo se respete. La misión más elevada de una persona, lo que le da sentido a su existencia, se recoge en un objeto insignificante que cobra, de pronto, una extraordinaria dimensión. Esa es la esencia de este emocionante trabajo de Brian Sokol, que por medio de rostros y detalles da concreción a un acuciante drama humano que, como tantos otros, se queda para los que lo contemplamos de lejos en el frío limbo de las cifras.
 
 


 

Comentarios

  1. Gracias por hacernos siempre reflexionar. Estas fotos y la manera en que lo narras, me recordó una poesia de Thich Nhat Hahn Monje budista, escritor, y activista por la paz. Llámame por mis verdaderos nombres. Angélica de Puebla

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    1. Qué alegría tenerte de nuevo en este espacio, Angélica, y poder leer tus comentarios. No conocía el poema al que haces referencia; te agradezco que lo hayas mencionado. Es una hermosa formulación de la unidad de todas las cosas, de lo bello y lo terrible, que en el fondo nacen de una misma fuente y albergan en nuestro corazón. Se lo recomiendo vivamente a todo el que lea estas líneas.

      Bienvenida, como siempre.

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