MIS FOTÓGRAFOS (IX)
No
puedo eludir mi condición de narradora y con frecuencia me descubro a mí misma
poniendo en pie historias que se sustentan sobre una imagen o una melodía. En
algunas ocasiones, me parece que esta tendencia mía es inevitable, dado el
poder de sugerencia de la obra en cuestión; tal es el caso de la fotografía que
traigo hoy aquí, debida al objetivo del fotógrafo eslovaco Martin Martinček
(1913-2004). Por la mañana es, quién
lo duda, una prueba de la pericia técnica y el exquisito acabado de las obras
de su autor. El horizonte alto, que hace que el mar de tejados parezca salirse
de los límites de la imagen; el contraste entre el fondo difuminado y la
nitidez de la silueta del hombre que desciende hacia el pueblo: nada hay casual
en esta imagen impactante, que atrapa de inmediato nuestra atención. Pero a mí
me parece que hay otra razón para el efecto que esta fotografía causa en el que
la contempla. El cotidiano regreso a su casa de un campesino madrugador se
convierte, por obra y gracia de la cámara de Martinček, en una causa de
inquietud: la figura negra que porta una guadaña se nos antoja una encarnación
de la muerte; el pueblo envuelto en la bruma matutina, un conjunto abigarrado
de destinos humanos entre los que se encuentra uno que está a punto de llegar a
su fin, por obra y gracia del siniestro personaje que desciende la ladera.
Conversaciones es el simpático título de esta fotografía del
alemán Wolfram Schubert, incluida en su álbum Viena. A primera vista, la escena nos parece rodeada de un halo de
antigüedad: hay en ella una placidez y una ingenuidad que nos remiten a otros
tiempos. Pero tal impresión inicial se despeja en cuanto se busca información
sobre su autor: los escasos datos sobre Schubert que circulan por la red nos lo
desvelan como un fotógrafo joven y en activo, incansable retratista del lado
más tierno y humano de las ciudades y con una mirada especialmente atenta a la
presencia animal. Como todas las fotografías que explotan el elemento
sentimental, esta es de una simplicidad absoluta. Bastan un sendero que sirve
de fondo blanco y las figuras de anciano y ardilla recortadas sobre él para
prender de inmediato nuestra atención. A mí la imagen entrañable de este
encuentro en el parque me parece casi una ilustración de cuento; hay un encantador
paralelismo entre las dos figuras, la grande y la diminuta, la humana y la
animal, gracias a la curva de sus espaldas, que une a ambos personajes en un
único óvalo central. El título añade un elemento de disfrute: si Schubert nos
habla de Conversaciones en plural es
sin duda porque esta singular charla no es un hecho aislado y los dos
protagonistas de su fotografía tienen mucho que decirse.
El
fotógrafo británico Simon Marsden (1948-2012) nació en el seno de una familia
noble en el condado de Lincolnshire, donde creció acostumbrado a las historias
de fantasmas y al misterio que rodeaba ciertas mansiones de la vecindad. Pasó
la infancia, tal como él mismo contaba, temiendo ver aparecer el espectro de la
Dama Verde, que, según la leyenda, se había suicidado por amor y rondaba la
vivienda del causante de su desdicha. No es de extrañar que, con el paso de los
años, su actividad fotográfica se encaminara a rastrear el lado más mágico y
con frecuencia tenebroso de la realidad. Paseó su objetivo por iglesias en
ruinas, criptas, cementerios, presuntas casas encantadas. Recogió detalles de
estatuas, ventanas cegadas por la vegetación, lápidas desgastadas por el
tiempo. Es un universo de una belleza inquietante, enormemente literario, que
parece pertenecer a un siglo distinto al que le tocó en suerte vivir a su
autor. Marsden emprendió numerosos viajes llevado por su afán de realizar un
inventario gráfico de lo sobrenatural; así nos dejó fotografías como esta,
titulada Palacio de Vlad Dracula. No
es necesario reconocer el edificio ni leer el título para captar el profundo
misterio de la imagen, acentuado por el encuadre, con la presencia de la
gastada cruz en primer término, y por la técnica que proporciona al conjunto un
aire de vejez, muy grato a este paladín de antiguos enigmas, heredero en el
arte del siglo XX del espíritu de la novela gótica.
Esta
fotografía de Antoni Arissa (1900-1980) es todo un relato en sí misma. Su
sugerente título, El perseguido, nos
pone en alerta de que hay algo especial bajo la apacible apariencia de esta
escena urbana: el viandante que camina abstraído con las manos en los bolsillos
y precedido por su sombra va completamente ajeno a la presencia de una segunda
sombra que escolta sus pasos. La imagen es en cualquier caso un prodigio de
delicadeza y de encuadre, un alarde de cuidado compositivo y de iluminación. La
calle que se pierde tras una curva y el contraluz que recorta la figura del
protagonista crean un ambiente mágico que inevitablemente atrae nuestra
atención. Si a ello unimos el misterio de esa sombra inesperada, esta
fotografía se convierte en una de esas que deja una huella imborrable. A mí me
gusta especialmente por lo que tiene de literaria: sería una maravillosa
cubierta para un libro de relatos o una novela. Y, por supuesto, porque hace
que se me dispare la imaginación. ¿Quién sigue los pasos de este caminante
solitario, tan de cerca que no es posible distinguir su presencia más que por
su proyección en el suelo? ¿O será que este peculiar paseante posee dos
sombras, una que le precede y otra que le persigue, de igual manera que a todos
nos van persiguiendo con los años los malos recuerdos?
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