LAS CÁRCELES DEL ALMA
Giovanni Battista Piranesi era un individuo curioso. Fue arquitecto, grabador, diseñador y estudioso de la antigüedad clásica. Según consta en su biografía, vivió en la Italia del siglo XVIII, pero en el fondo de su corazón se sentía habitante de una Roma a medio camino entre la histórica y la inventada por su fecunda fantasía. Era un tipo inspirado y excéntrico, original y visionario. Dibujó edificios hasta la extenuación, pero cosechó escaso éxito como arquitecto: fueron muy pocos los que se atrevieron a encomendarle la puesta en práctica de uno de sus arriesgados proyectos. Como todos los artistas al margen de la norma, tal vez resultara exasperante para los que convivieron o trabajaron con él, pero su figura encierra un singular atractivo para el que se pasea en un museo frente a sus creaciones.
Los grabados de Piranesi son todo un espectáculo. En ellos inmortaliza paisajes urbanos y monumentos bien conocidos para el espectador moderno, que siente, sin embargo, un punto de inquietud al contemplarlos: ese Foro Romano, ese Panteón, ese Arco de Trajano, tienen unas dimensiones y una perspectiva diferentes a las que él recuerda; con su imaginación desbordante y su tendencia a la desmesura, Piranesi convierte tan familiares ámbitos en los escenarios de un sueño. Pero donde da rienda suelta a esa capacidad suya para hacer visible lo irreal es en una extraordinaria serie de grabados que responde al título de Le Carceri d'Invenzione.
Las cárceles imaginarias de Piranesi son un viaje al interior de un espíritu complejo y atormentado. Hace unos meses, contemplé por primera vez dos de estos grabados en la exposición Arquitecturas pintadas del Museo Thyssen; ahora he tenido la oportunidad de conocer un número mayor de ellos gracias a la exposición monográfica que Caixa Forum de Madrid dedica estos días a su autor. Se trata de una impresionante sucesión de espacios imposibles, de arquitecturas inverosímiles, que transmiten al que se asoma a contemplarlas una profunda sensación de inquietud. Las escaleras que no conducen a ninguna parte, los recintos enrejados, los pasadizos laberínticos, las poleas de misteriosa utilidad, las falsas columnas y los arcos que se sostienen por arte de magia, son más la plasmación de un estado de ánimo que de un espacio físico. Mirándolas, uno tiene la impresión de estarse asomando al alma de su autor: un alma llena de recovecos, de recuerdos dolorosos, de sentimientos escondidos que cuesta sacar a la luz. El alma de alguien que ha vivido mucho y sentido más todavía.
Mientras paseaba frente a estas prisiones espirituales, me vino a la cabeza el recuerdo de un libro que leí hace muchos años, cuando era una voluntariosa estudiante universitaria que devoraba cualquier obra sugerida por los profesores. Se trata de una novela sentimental de finales del siglo XV titulada Cárcel de amor. El autor, Diego de San Pedro, relata en ella una historia de desesperación amorosa muy al gusto de la época, y retrata al protagonista, por supuesto joven y apasionado, viviendo encerrado físicamente en el interior de una cárcel.
Recuerdo que el profesor que me impartía la asignatura correspondiente, y del cual he olvidado la identidad, comentó que precisamente ese carácter real y corpóreo de la prisión del protagonista era lo que hacía que la novela resultara muy arcaica, y que el lector moderno la entendería mejor si el héroe estuviera atrapado en una cárcel psicológica, la de la pasión de la que no puede escapar. No estuve de acuerdo entonces, y sigo sin estarlo: creo que si no he olvidado la novela, que no he vuelto a releer en todo este tiempo, es por la poderosísima imagen de una celda opresiva en la que vive encerrado el protagonista, sin perspectiva alguna de escapar. Para el hombre medieval, el símbolo era un elemento cotidiano y estaba acostumbrado a descifrarlo; para el hombre contemporáneo, que ha navegado con éxito por las alucinadas fabulaciones de los narradores del siglo XX y que sabe leer entre líneas cuando el protagonista de una historia se despierta una mañana metamorfoseado en un insecto gigantesco, estas cárceles físicas de la novela sentimental y de los grabados de Piranesi, construidas en apariencia con piedra y hierro, le hablan con perfecta claridad de sentimientos tan inaprensibles como la angustia de vivir.
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