INSTRUCCIONES PARA PERDERSE EN EL PRADO

Una joven lectora de este blog me informó ayer de que este sábado visitaría por primera vez el Museo del Prado. Desde el momento en que me comunicó la noticia, un montón de ideas acudieron a mi cerebro. Por encima de todas ellas, lo confieso, una cierta envidia; estar en vísperas de semejante momento de privilegio me parece un instante único, irrepetible. Multitud de recuerdos empezaron también a agolparse en mi memoria: las visitas de niña en compañía de mi padre, que fue la primera persona –es el mejor de todos los regalos que me ha hecho, y me ha hecho muchos- que se preocupó de enseñarme las salas del Prado; las visitas posteriores, a solas y acompañada, en grupo algunas veces y casi siempre en pareja. Mis autores favoritos de cada momento, mi enamoramiento infantil de Murillo, mi fascinación por el desbordamiento escenográfico de Rubens y sus acólitos, mi asombro frente a las pinturas negras de Goya, mi gusto por esos magos del color que son los venecianos del XVI. La joven lectora me pide alguna recomendación para su primera visita, y no he podido evitar la tentación de escribir esta entrada. Ahí van mis instrucciones para perderse gozosamente en el Museo del Prado, la primera vez y todas las sucesivas.

PRIMERA. No hay que dejarse deslumbrar por las apariencias. En ocasiones, en el fondo de un lienzo aparentemente negro, ocre o gris, habita una criatura llena de vida: como ejemplo, válganos el Autorretrato de Tiziano. La primera vez que uno se encuentra con esta pintura corre el riesgo de pasar de largo frente a la monotonía de sus colores, pero si tiene la astucia de detenerse, descubrirá el perfil del maestro octogenario emergiendo de la oscuridad del fondo y hablando al espectador moderno desde la distancia de los siglos. Un simple viejo vestido con un austero traje negro, y parece contener toda la sabiduría del mundo. Es imposible pintar más con menos, captar más humanidad con una mayor limitación de líneas y colores: todo un premio para el visitante observador. Idéntica actitud indagadora nos llevará a descubrir la cabeza del conmovedor perrillo que se escapa casi por una esquina del lienzo en el Perro semihundido de Goya.

SEGUNDA. Mirar largamente a los ojos de los personajes de los cuadros es una actividad que puede resultar incluso hipnótica. Algunos nos sorprenderán siguiéndonos implacables con la mirada por toda la sala, como El Cardenal de Rafael o Santo Domingo de Silos de Bartolomé Bermejo. Pero en los ojos de otros nos reconoceremos y encontraremos concentrada toda la tristeza, el dolor, la incertidumbre frente a nuestra condición humana. Nos sentiremos pequeños y vulnerables pero a la vez confortados por esa mirada idéntica a la nuestra, por la constancia de que nuestros sentimientos no son, en realidad, más que la eterna repetición de los sentimientos de los que nos han precedido. Es lo que puede suceder si se le sostiene la mirada durante el tiempo suficiente a El bufón don Sebastián de Morra, uno de los conmovedores retratos de los personajes más desfavorecidos de la Corte realizados por ese auténtico pintor de almas que fue Velázquez.

TERCERA. Por qué no jugar a entrar en el interior de un cuadro. Los hay que invitan claramente a ello. De todos es sabido que, en Las hilanderas, Velázquez fue capaz de pintar incluso el aire que media entre sus personajes; está claro que, si consiguiéramos saltar al interior de la escena, habría espacio suficiente para que pudiéramos deambular entre las atareadas mujeres que hacen girar sus ruecas. A mí desde niña me gusta especialmente jugar a colarme en El Lavatorio de Tintoretto. Basta con concentrarse unos minutos en las baldosas azules que cubren el suelo del cuadro: cuando quiere uno darse cuenta, está caminando sobre ellas, sorteando al perro, codeándose con los discípulos, asomándose a las aguas azuladas del canal del fondo.


CUARTA. Lo más interesante no siempre está en el lugar de honor. Recorrer con los ojos los aledaños de un cuadro nos traerá muchas y gratas sorpresas: encontraremos pequeñas criaturas divertidas, niños que juegan, animales que se persiguen, objetos curiosos, personajes que siguen con sus acciones, ajenos a la trama principal. Las ventanas de las pinturas flamencas suelen abrirse a diminutos paisajes que pasan desapercibidos en una visión general y que solo podremos contemplar si nos fijamos mucho: en Santa Bárbara, de Robert Campin, tras la figura de la santa leyendo hay una ventana desde la que se divisa un delicioso paisaje con una figurita a caballo y varios personajes a pie que ascienden por el camino de una torre. Aguzad la vista hasta descubrir cada pequeño detalle. Merece la pena el esfuerzo.


QUINTA. Los personajes que nos dan la espalda en los cuadros son los que más alimento proporcionan a nuestra imaginación; son, por ello, mis preferidos. En el Prado se expone un cuadrito precioso de Andrea Mantegna que se titula El Tránsito de la Virgen. Es también una de esas escenas que invitan al espectador a entrar, siguiendo la perspectiva de las baldosas blancas y rojas del suelo. De todas las figuras que pueblan el cuadro, siempre me ha atraído como un imán el apóstol –probablemente San Juan- que sostiene una palma en primer plano a la izquierda y del que apenas llegamos a entrever la línea de su mejilla. De niña estaba convencida de que era la figura de un ángel, con la caída solemne de su túnica, con su rostro que imaginaba bellísimo bajo la melena rizada.

SEXTA Y QUE INVALIDA TODAS LAS ANTERIORES. Sobre todo, hay que perderse. No llevar una idea previa, huir de los planos que nos lanzan sin piedad por pasillos y escaleras y nos obligan a pasar desdeñosos frente a salas en las que nos apetecería detenernos. Y, por encima de todo, no huir jamás del reclamo de ese cuadro desconocido que llama nuestra atención al pasar. Será, sin duda, el cuadro más importante del museo para nosotros. Cada visitante tiene el suyo.

Feliz primera visita. Y sucesivas.

Comentarios

  1. BEATRIZ. MUCHÍSIMAS GRACIAS POR TUS RECOMENDACIONES, LAS SEGUIRÉ. TENGO MUCHAS GANAS DE IR; DE LEVANTARME PRONTO E IR EN TREN, DE LLEGAR Y ENCONTRARME CON TANTAS Y HERMOSAS OBRAS DE ARTE Y SOBRE TODO DE RECORDAR TUS PALABRAS. ME ALEGRA HABLAR CON UNA PERSONA TAN CULTA Y COMO TÚ. POR CIERTO, LLEVO BASTANTE LEÍDO TU LIBRO Y DEBO DECIRTE QUE ME ENCANTA. CASI HE PODIDO OLER EL MAR SALADO Y LA HIERBA FRESCA, HE SENTIDO LA TRISTEZA DE ALMA Y LA CURIOSIDAD DE MARGA. GRACIAS UNA VEZ MAS POR COMPARTIR ESTO CONMIGO. CON TODOS.

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  2. Gracias a ti por tu capacidad para valorar lo que se te ofrece. Disfruta tu visita de mañana. Estoy deseando que me cuentes tus impresiones.

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