LECTURAS DEL PASADO VERANO

Parece que hace un siglo, pero no es así: llegaba a su fin el mes de junio, se acercaban las vacaciones, y yo me disponía a relajarme, cómo no, con una novela negra. Escribí entonces las siguientes líneas, dedicadas a la que iba a ser la primera de las lecturas del verano. No sé por qué me pone melancólica leer estas reseñas; será un sentimiento obligado, ahora que el otoño se ha instalado entre nosotros.

Estrenamos el verano, llega el final de curso, y el cansancio acumulado se impone. Es el momento de una pausa. Y resulta que ahí está Kurt Wallander, esperando prudentemente en una esquina de la estantería, como un novio fiel que nos perdona las veleidades porque sabe que, tarde o temprano, regresaremos a él. Este es mi momento de volver al punto de la saga donde había dejado las aventuras del inspector sueco, con sus pesadumbres cotidianas, sus problemas domésticos, su inquieta conciencia y su constante sensación de fracaso sentimental. Pisando los talones. Qué relax, una de crímenes, para inaugurar el verano.

Según se cuenta en el Evangelio de Mateo, El campo del alfarero era el nombre del terreno que compraron los sacerdotes con las treinta monedas que Judas había recibido por traicionar a Cristo y que arrojó al suelo del templo antes de ahorcarse. Es también el título de la última aventura del comisario Montalbano publicada en España, en la que su autor, el socarrón y octogenario Andrea Camilleri, traza una intriga ingeniosa y complicada, cuyos múltiples cabos ata con admirable soltura de veterano. En esta novela cuyo título evoca al traidor por antonomasia, el engaño y la deslealtad empañan las relaciones entre los personajes: que tiemblen las esposas, novias, maridos, colegas de trabajo y amigos; ninguno se verá libre de la fea sombra de la traición. Por suerte, tal vez para que el lector no se quede con mal sabor de boca, el sabio Camilleri, que no en vano va camino de los noventa y tiene claro lo que de verdad importa en la vida, salva finalmente la amistad por encima de todas las cosas.

Siempre que cae en mis manos una nueva novela de Irène Némirovsky, siento como si acabara de encontrar un tesoro. Me parece milagroso que la vida breve y azarosa de esta escritora fuera tan productiva: es como una fruta que no se cansa de dar zumo. Cada cierto tiempo, el panorama editorial me da una de esas gratas sorpresas, y me encuentro en las librerías con una novela de Némirovsky inédita en español, o, como en el caso de Los perros y los lobos, con una publicada hace años en una edición descatalogada e inencontrable. Llevaba yo tiempo siguiéndoles el rastro a estos perros y lobos de Némirovsky, símbolo de los humanos emparentados por su origen y condición pero separados inevitablemente por el dinero y las circunstancias sociales: el lado amable, doméstico de la vida, frente al lado oscuro y salvaje. Como siempre, la autora disecciona la condición humana con una maestría increíble en una mujer que nunca alcanzó una edad avanzada: la pasión, la fuerza de la raza, el amor que se desmorona, la torpeza en las relaciones entre padres e hijos, el impasible distanciamiento de la vejez.

En este libro, que lleva el subtítulo de Historias de viajes extraordinarios, Javier Reverte pasa revista a un variado repertorio de posibilidades viajeras: desde el niño de clase modesta que valora como un tesoro las mínimas oportunidades de salir de su rutina hasta las duras experiencias como corresponsal de guerra, pasando por el mundo artificial de los cruceros de lujo o el aparatoso despliegue de las visitas oficiales de la realeza. Me ha parecido el libro ideal para llevármelo de viaje y, contradicciones de la vida, los propios avatares del periplo han hecho que avanzar en su lectura me resultara tarea imposible. Ya en la tranquilidad del hogar, puedo empaparme a gusto de la aventura que todo viaje supone.

Termino este emocionante libro en el que Javier Reverte trasciende el tema inicial del viaje para embarcarse en una apasionada semblanza de la vida humana en las más variadas condiciones y latitudes. Acompañamos al autor en su singular evolución personal: el niño que en el primer capítulo se liberaba de la dura disciplina escolar en la excursión anual a la sierra se convierte primero en el sofisticado periodista que cubre eventos diplomáticos en un ambiente de lujo y disipación, más tarde en el arriesgado corresponsal de guerra que experimenta en sus propias carnes el miedo a las bombas y las descargas de los francotiradores, y finalmente en el viajero por libre que quiere ver mundo para conocer a sus semejantes y a sí mismo; en definitiva, para hacer literatura. Tras esta compleja transformación, retornamos en el último capítulo, en una hermosa pirueta circular, a aquel niño que planeaba como la mayor de las aventuras escaparse de casa para explorar en solitario la montaña y que ya entonces sabía que en el viaje estaba el sentido de su existencia. Javier Reverte no solo ha viajado mucho, sino que sabe mirar con solidaridad y hondura humana a los cientos de personajes con los que ha trabado conocimiento en distintos rincones del mundo: los guerrilleros nicaragüenses, los refugiados saharauis, los bosnios aterrorizados por la guerra, las refinadas geishas de Kioto, los curas de la Teología de la Liberación, los bereberes escondidos en lo profundo del Sahara. Y, claro está, también a sus compañeros de aventura: fotógrafos, reporteros, corresponsales, conductores; todos ellos desfilan por estas páginas, reflejados con la comprensión y el sentido del humor que caracterizan a quien sabe mucho porque ha viajado mucho, en el buen sentido de la palabra.

Hace poco, una amiga con la que comparto muchas lecturas me llamó la atención sobre la abundancia de caserones y jardines en los últimos libros que han pasado por nuestras manos. No le falta razón: en pocos meses, nos hemos adentrado en las páginas de La mansión, de Mujica Láinez, Espejo roto de Merçè Rodoreda y El jardín de los Finzi-Contini, de Giorgio Bassani. Este jardín de Bassani por el que ando deambulando en estos calurosos días de agosto es un hermoso refugio contra la crueldad del exterior. El novelista, con su estilo demorado y exquisito, nos envuelve en las fragancias y colores de esa edad de oro en la que ingresa el narrador –y junto a él, nosotros, los lectores- cada vez que es invitado a penetrar en el jardín de sus adinerados amigos. Pero el lector sabe que ese mundo de juventud y belleza es pura ilusión: al otro lado del muro del jardín, resuenan los ecos terribles de las leyes raciales de Mussolini, el rumor agitado de una sociedad que se remueve, convulsa, en vísperas de una guerra.

En un momento de Nobleza obliga, el comisario Brunetti afirma que el secuestro es el peor de los crímenes, porque en él se comete la atrocidad de ponerle precio a una vida humana. Es precisamente un secuestro lo que desencadena la trama de esta novela en la que, como siempre que las víctimas son jóvenes, el entregado guardián de la ley y afectuoso padre de familia creado por Donna Leon se siente especialmente afectado. El desarrollo de la acción le lleva, además, a enfrentarse con una de las labores más terribles para un policía: informar a unos padres de la muerte de su hijo. En semejante situación, este hombre común, al que casi nunca vemos empuñar un arma y mucho menos usarla, se le antoja al lector el más valiente de los héroes.


En 1970, el escritor albanés Ismail Kadaré publicó esta Crónica de piedra, en la que, desde la perspectiva del niño que él mismo fue, pasa revista a la época de la Segunda Guerra Mundial en su ciudad natal de Gjirokastra: su familia, las incansables comadres que traen y llevan noticias, las supersticiones locales, los bombardeos, la alternancia de invasores que se hacen periódicamente con el poder, la desbordante naturaleza que de vez en cuando amenaza con tragarse las calles en forma de lluvias torrenciales, y por encima de todo, el inamovible armazón de piedra de la ciudad encaramada en la ladera de la montaña como un gigantesco animal que no tiene intención de mudarse a pesar de las dificultades y peligros. Esta crónica tiene en ocasiones la deliciosa frescura de un cuadro de Chagall; en otras, la brutalidad descarnada del periodo caótico en el que transcurre, y siempre, un lenguaje hermosísimo. Todo un descubrimiento.

El maestro Auster consigue en apenas unos párrafos lo que todo novelista desea: que al lector no se le ocurra otra actividad mejor que la de seguir leyendo. El libro de las ilusiones comienza, como otras novelas de su autor, con un hombre al que la vida ha colocado en el disparadero. Ha perdido a su mujer y a sus dos hijos de corta edad en un accidente aéreo. No tiene ningún aliciente para seguir adelante, pero, por alguna razón inexplicable, sigue vivo. Aislado del exterior y hundido en la indiferencia y el alcohol, una noche ve por la televisión una escena interpretada por un cómico de cine mudo cuya existencia ignoraba. Y entonces ocurre algo prodigioso: nuestro protagonista se echa a reír. Esa simple carcajada le hace comprender que no está muerto del todo, que aún espera algo de la vida. A partir de ahí, se dedicará con ahínco a investigar la figura del actor, que desapareció misteriosamente varias décadas atrás, sin dejar rastro. Viaja, se documenta, escribe un libro. Y cuando al fin logra publicarlo, recibe una carta. La esposa del desaparecido cómico le informa de que su marido quiere conocerlo, y lo convoca a su rancho de Nuevo México. Todo esto lo cuenta Auster con la economía de medios del tirador certero que solo necesita una bala para acertar. Llegada a este punto de la novela, solo puedo pensar que, si en este momento alguien se empeñara en arrebatarme el libro de las manos, tendría que vérselas conmigo.

Un almacén en un cruce de carreteras. Autobuses que van y vienen de la ciudad, viajeros que descienden para quedarse en un sanatorio de enfermos terminales cuyo mal no se nos precisa nunca, igual que otros detalles de esta trama ambigua, que llega hasta nosotros envuelta en la nebulosa de lo que se transmite a través de intermediarios, no por sus mismos protagonistas. El dueño del almacén sirve bebidas a los viajeros, vende productos variados, ejerce de empleado de correos. Y, sobre todo, es testigo de la historia crepuscular de uno de los enfermos y de lo que en apariencia es su disyuntiva entre la vida ordenada que le ofrecen su esposa y su hijo pequeño y la última oportunidad de experimentar la pasión con una mujer más joven. Pero nada es lo que parece, en esta historia de gente que observa la vida de los demás. Desde las primeras líneas, desde el melancólico título, todo el relato está atravesado por la tristeza de lo que se escapa sin remedio, de lo que no puede volver atrás, de lo irrecuperable.

He hablado en más de una ocasión con personas preocupadas ante la posibilidad de que el libro electrónico desplace para siempre a ese objeto que tanto aman: el libro impreso, el libro por antonomasia. Para tranquilidad de todas ellas, he aquí esta maravilla: Nadie acabará con los libros, diálogo entre dos extraordinarios pensadores, el lingüista y escritor Umberto Eco y el guionista y dramaturgo Jean-Claude Carrière. Esta obra, atractiva ya por su mismo contenido, presenta el aliciente añadido de estar ilustrada con imágenes del fotógrafo húngaro André Kertész, infatigable rastreador de la belleza y trascendencia de las pequeñas cosas, que inmortalizó con su cámara preciosas escenas de lectura como la que incluyo al pie de estas líneas. Un detalle curioso: cuando un amigo me informó de su existencia, me apresuré a buscar este libro en mi biblioteca habitual, y me encontré con que el ejemplar que en ella tenían había sido sometido por un lector descuidado a una especie de ducha que le había dejado la sobrecubierta desteñida y las páginas arrugadas. Es casi seguro que nadie acabará con los libros, pero alguien, desde luego, casi lo ha conseguido con este.


Comentarios

  1. "Lo que se escapa sin remedio, lo que no puede volver atrás, lo irrecuperable". ¡Qué bien expresas una idea recurrente para mí!
    Pero no es esto lo que quiero comentar: me fascina la cantidad de lecturas y su variedad. Ideas para leer.

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  2. MUY INTERESANTE BEATRIZ! UNA VEZ MÁS DEMUESTRAS LA TERNURA QUE TE TRANSMITEN LAS PALABRAS Y LAS HISTORIAS.
    A PROPÓSITO, ACABO DE TERMINAR TU LIBRO "LO QUE ESCONDE EL BOLG". FRANCAMENTE, ME HA LLEGADO AL CORAZÓN. MI PERSONAGE FAVORITO ES ALMA,ES LUCHADORA Y UNA MUJER QUE DEBE CUMPLIR SUS SUEÑOS EN UN MUNDO DE HOMBRES. A TRAVES DE TUS PALABRAS HE SABIDO QUE SIEMPRE HAY ALGO BUENO QUE RENACE DE LO MALO Y QUE NO SE DEBE PERDER LA ESPERANZA. ESPERO QUE ME CREAS CUANDO TE DIGO QUE, EN MI CABEZA, LOS HE VISTO A TODOS, SUS CARAS, CASAS, CALLES Y PAISAJES, EL DESIERTO, EL MAR Y LO MAS IMPORTANTE, EL CUADRO...PERO LOS VEO CON ROSTROS QUE NO HE VISTO ANTES, LOS IMAGINA MI ALOCADA MENTE. TENGO GANAS DE VOLVER MAÑANA A LA BIBLIOTECA Y ZAMBULLIRME EN OTRO DE TUS FASCINANTES MUNDOS, EN LOS QUE TODO OCURRE.
    UNA COSA MÁS, CREO QUE ESTE RELATO PODRÍA ACABAR EN LA GRAN PANTALLA. MOLARÍA UNA PELICULA SOBRE ELLO, AUNQUE NINGUNA PELICULA ES COMPARABLE AL LIBRO =). MUCHOS BESOS Y QUE DISFRUTES DEL DOMINGO!

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  3. UY! ME HE EQUIVOCADO! JAJAJAJA! HE PUESTO "LO QUE ESCONDE EL BLOG", ES "LO QUE ESCONDE EL CUADRO" =/. JAJAJAJAJA!

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  4. Me gusta mucho cuando un lector me dice que es capaz de "ver" los rostros de mis personajes, los paisajes, las casas donde transcurren mis historias. Si yo escribo sobre todos ellos es, precisamente, porque los veo con absoluta claridad en mi cerebro. Supongo que es mi manera de pintar, la única de que soy capaz.

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