LECTURAS DE AGOSTO (2024)
Carlos del Amor vuelve a
aplicar la fórmula que tanto éxito le reportó en su ensayo sobre pintura Emocionarte:
una selección de treinta y cinco cuadros que le dan pie para reflexionar,
aportar datos sobre los artistas y las personas representadas o dejarse llevar
por las sugerencias que despiertan las obras para inventar meditaciones y
diálogos entre pintores y modelos. En este caso, como el mismo autor explica en
el prólogo por medio del lenguaje cinematográfico, prescinde del plano general
o medio predominante en las pinturas comentadas en su anterior libro para
centrarse en el primer plano. Surge así Retratarte, emocionante
repertorio de rostros humanos que abarca desde los albores del Renacimiento
hasta el reciente retrato de la reina Isabel II de Inglaterra realizado cinco
años antes de su fallecimiento. He utilizado el adjetivo «emocionante» a riesgo
de caer en la reiteración, pero es que la emoción es lo que predomina una vez
más en la cálida y sensible mirada de Carlos del Amor. Alternando obras muy
conocidas con otras que no lo son en absoluto para el lector medio, nos lleva
de la mano por esa galería ideal que ha creado a base de retratos que le llaman
de forma especial la atención por su calidad, por el interés de la historia
humana que encierran o por las singulares circunstancias de su creación.
Sabemos así del amor de Federico de Montefeltro por su esposa Battista Sforza,
con la que se quiso inmortalizar en un retrato doble después de la muerte de
ella; de los vanos intentos de Klimt por recoger una imagen de la joven Ria
Munk que sirviera de consuelo a sus padres tras el suicidio de su hija; de la
provocativa irreverencia de Jean Dubuffet, empeñado en crear un arte feo que
fuera como una bofetada en el sentido estético del público convencional; del
atrevimiento del tándem formado por Élisabeth Vigée-Lebrun y María Antonieta a
la hora de crear un retrato en el que la reina aparecía en lo que sus
contemporáneos consideraron paños menores; de la triste historia de adulterio y
suicidio que subyace al inquietante retrato del Dr. Haustein pintado por
Christian Schad; del respeto y devoción con el que Durero retrató a su anciano
maestro, el hombre que lo acercó a la pintura. Estas y otras muchas historias
se contienen en este libro emotivo (una vez más), que huye de tecnicismos pero
que resulta una fuente riquísima de información, que rebosa amor a la pintura e
interés por la existencia humana y que demuestra la profunda alianza que existe
entre vida y arte.
Ricardo Cupido es un
detective peculiar. No solo por su curioso apellido (que también), sino sobre
todo por su aspecto y su actitud. Cuantos se cruzan con él tienen el mismo
pensamiento en el momento de conocerlo: no parece un investigador privado. No
se corresponde, al menos, con el cliché que funciona en el imaginario colectivo
gracias a los clásicos de la novela negra. No es un hombre maltratado por la
vida, no bebe ni fuma compulsivamente, no es torvo, violento ni sarcástico.
Tiene, eso sí, un pasado carcelario en el que no se regodea e intenta llevar
una vida sana, alejada del tabaco y con la ayuda de su gran afición, el
ciclismo. En El interior del bosque, segunda novela de la serie
protagonizada por Cupido, nos lo encontramos de vuelta en Breda, una localidad
extremeña imaginaria en la frontera con Portugal y con una hermosa y bien
conservada naturaleza que será parte importante de la trama. Allí es contratado
para resolver un asesinato terrible, el de una joven que caminaba sola por el
bosque. Este detective que no se parece a los clásicos del género comienza sus
pesquisas y el lector comprende pronto que tampoco se parece a la última
hornada de investigadores que pueblan los superventas en la actualidad: no es
especialmente brillante, no tiene un don singular ni un comportamiento
estrafalario, no experimenta revelaciones inesperadas. Es un hombre trabajador,
implicado en sus casos, que observa y dialoga con los testigos y va sacando sus
conclusiones. Es, en definitiva, un hombre normal, lo cual lo convierte
(paradojas de la literatura) en un personaje singular. En torno a él construye
Eugenio Fuentes una trama realista con dos pilares básicos: las relaciones
entre los personajes y la presencia del mundo natural. «El bosque todo lo
engulle y lo oculta, al bosque le gustan los cadáveres tanto como los odia el
mar, que siempre termina devolviéndolos», reflexiona el detective en el curso
de sus investigaciones. Este bosque al mismo tiempo bello y amenazador, que
ofrece bienestar y esconde secretos, se erige en símbolo de la opacidad del
alma humana, poblada de emociones reprimidas y rencores enquistados, que
acechan a los inocentes paseantes que se adentran en la espesura.
Tal vez, querido lector,
pese a tu seriedad actual y a tu estable posición en el mundo, recuerdes un
momento de tu vida en que el amor ocupó un lugar tan desmesurado que todo lo
demás pasó a un segundo plano. Un momento en que tus sentidos se exacerbaron en
la misma medida en que se daba a la fuga tu sensatez, en que los lugares del
idilio cobraban dimensiones fabulosas, en que no cabía otra opción que saltar
al vacío sin mirar atrás, ni a los lados, ni hacia abajo, en prevención del más
que probable descalabro. A ese rincón tal vez olvidado de tu biografía es al
que sin duda le hablará Son de Mar, la novela de hermoso título y
resonancias míticas de Manuel Vicent, una de las más locas y radicales
historias de amor que he leído jamás. A las costas de una localidad valenciana
llegan, en el momento de mayor afluencia turística del año, los cadáveres de
dos ahogados, un hombre y una mujer ataviados como novios. La conmoción es
mayúscula al reconocer en ella a la esposa de un poderoso constructor local. A
ello se une pronto el desconcierto al comprobar el extraordinario parecido del
hombre con un vecino de la localidad que se ahogó diez años atrás. Este es el
planteamiento mágico e intrigante de la historia de Martina y Ulises, un
romance en dos tiempos que es una auténtica celebración de la carnalidad, del
poder de los sueños y la fabulación, de la fuerza envolvente de un mundo
natural en el doloroso proceso de pérdida de su belleza primigenia. La muchacha
soñadora y el profesor de latín y griego conocedor de un sinfín de historias
legendarias se encuentran y se aman en dos momentos de su vida, en su primera
juventud y diez años después, en el inicio del camino a la madurez. Su relación
es explosiva, irracional, llena de sensualidad y fantasía. Vicent la aprovecha
para hablar de las ataduras de la pasión, de la imposibilidad de retener al ser
amado, del profundo enigma que yace en el fondo de toda relación amorosa, que
tan estrechamente ata a dos desconocidos. Todo ello, bajo la radiante luz del
Mediterráneo, invadido por la explosión del turismo, pero siempre surcado por
los viajeros y los héroes de las historias clásicas.
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