LECTURAS DE MAYO (2021)

Una mujer joven regresa a la localidad donde pasó su infancia. Allí la esperan su hermana enferma y el peso de una historia terrible: la inexplicable desaparición, años atrás, de tres niñas del vecindario, con quienes la unieron lazos de cercanía y amistad. Este es el planteamiento de Las chicas Van Apfel han desaparecido, una novela negra que, como sucede siempre en las obras interesantes de este género, encubre mucho más que una trama policial y de misterio. Pronto se impone el punto de vista de la protagonista niña y asistimos así a la vida cotidiana de una ciudad de provincias, contada con gracia y frescura; conocemos las relaciones entre sus miembros, el devenir cotidiano en la escuela, los turbios secretos de algunos habitantes y, sobre todo, el inquietante mundo privado que se esconde tras la puerta de la casa de la familia Van Apfel. Tikka, la pequeña narradora, ocupa esa posición no siempre cómoda que es la de hermana menor: su hermana Laura es amiga íntima de la mayor de las Van Apfel y Tikka se encuentra un poco a remolque, sin entender del todo lo que sucede, ignorante de los planes que las mayores de ese grupo de hermanas y amigas ocultan con cierto desdén a las pequeñas. Su emparejamiento casi forzoso con la menor de las Van Apfel, una niña poco agraciada que se enfrenta a frecuentes burlas por sus problemas físicos, es una preciosa plasmación de cómo una relación no buscada puede derivar al terreno del afecto y la protección mutua. Esta novela que habla sobre la infancia, la familia, los secretos y el peso del pasado es mucho más que una historia policial, pero tiene también el interés y la capacidad de intrigar de las buenas novelas negras. El recurso de revelar y ocultar, propiciado por la perspectiva de la narradora que interpreta los sucesos desde su punto de vista infantil, es un imán para el lector. Empezar a leerla y no poderla dejar es todo uno.

En una mesa redonda de un festival literario coincide una serie de escritores de la misma generación. La mesa redonda lleva el sugestivo título «Que veinte ―o treinta― años no son nada» y en ella se reúnen varios autores nacidos en la década de los sesenta y que coincidieron en las aulas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid. También en el bar (tal vez en este sitio más que en las aulas), que es donde se fraguan las grandes amistades universitarias y se sueña con un futuro que casi nunca llega a ser. Uno de estos escritores es Rafael Reig, que evoca aquel momento de su vida como «antes de terminar la carrera, cuando todos éramos genios y todavía inmortales». Este es el punto de partida de Amor intempestivo, una recuperación del pasado realizada con sentido del humor y aplastante sinceridad. Los primeros intentos literarios, la loca convicción de ir a lograr en algún momento una obra maestra, el mundillo universitario, los amoríos, la familia y, sobre todo, las conmovedoras figuras del padre y la madre son la columna vertebral de este relato escrito con aparente ligereza bajo la cual se esconde el dolor por los grandes golpes de la vida y un deseo de restañar viejas heridas a través de la literatura. Ese “amor intempestivo” del título es el que une a los padres del escritor, ya ancianos y enfermos, unidos por una vinculación inquebrantable y un entusiasmo que parece remitir a los viejos tiempos del noviazgo. La divertida mirada de Rafael Reig, su distancia irónica con respecto a sí mismo y a sus grandes expectativas, se tiñe de emocionada ternura cuando se detiene en esta pareja entrañable.

En el diccionario de la RAE aparece el término “vindicta” como sinónimo de “venganza”, aunque luego se añade la expresión “vindicta pública”, que se define como «satisfacción de los delitos, que se debe dar por la sola razón de justicia, para ejemplo del público». Este libro editado por Páginas de Espuma es, por lo tanto, la satisfacción de una gran deuda: la que se debe a una serie de narradoras latinoamericanas del siglo XX a las que la posteridad ha silenciado en favor de sus colegas de sexo masculino. Las así “vengadas” son veinte autoras de las que se seleccionan otros tantos cuentos en los cuales, con frecuencia, se presenta el tema de la posición de la mujer, su arrinconamiento social, su supeditación al hombre, su sufrimiento por la violencia de la que es objeto. Y dichos temas se tratan con un lenguaje exuberante y expresivo, poblado de localismos y de imágenes de gran fuerza poética. Destaco dos relatos que me han gustado de forma especial. El primero es Barlovento, de la colombiana Marvel Moreno, alucinante periplo de la protagonista para recuperar el cuerpo de su difunta abuela, en el que se incluye una potentísima descripción de la selva y sus habitantes. El segundo es el sorprendente Muerte por alacrán, de la uruguaya Armonía Somers, divertido e inquietante juego de intriga centrado en la presencia de una peligrosa criatura camuflada en un cargamento de leña que porta consigo la muerte. Todo un descubrimiento. 

Siempre que leo a Kafka tengo, junto a otras percepciones que me remueven por dentro, la de encontrarme ante un autor con una concepción de la literatura increíblemente adelantada para su tiempo, que conecta con formas de escritura muy posteriores. Puedo imaginar el extrañamiento de sus contemporáneos y la sensación de soledad del propio Kafka cuando alumbró historias tan desazonantes y difíciles de encuadrar como la titulada En la colonia penitenciaria. Desde sus primeras líneas, tuve la impresión de estar frente al planteamiento de una obra de teatro del absurdo; de hecho, gran parte del relato se podría convertir al género dramático sin problema, pues el elemento que lo articula es la confrontación entre dos personajes. Se trata de dos individuos enfrentados por sus visiones antitéticas, un militar adepto a las arcaicas formas de impartir justicia y un observador venido de lejos para juzgar la idoneidad de tales sistemas. El diálogo entre ambos tiene lugar en una escena que es a la vez escalofriante y de una comicidad feroz: el militar explica el funcionamiento del mecanismo judicial mientras pone en marcha una estrafalaria máquina de tortura. El preso que será víctima de ella y el soldado que lo custodia observan con interés sus maniobras como si se tratara de la exhibición de un sofisticado electrodoméstico. El observador contempla el despliegue de barbarie con curiosidad de entomólogo. Ecos de las solitarias criaturas de Samuel Beckett y de su cruel visión del mundo sobrevuelan esta historia terrible y desconcertante que habla del sistema que aplasta al individuo, del sinsentido al que nos conducen la rutina y las convenciones de las que no somos capaces de escapar.

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