NOTICIAS DEL INVIERNO
Aunque
el calendario no lo reconozca, el invierno está ya aquí.
Lleva
días asomando la cabeza. Está en la ráfaga de viento que cada mañana me saluda,
como a tantos trabajadores, al salir del portal. En las aparatosas vestimentas
de los operarios que se protegen de la intemperie en las obras cercanas a mi
casa. En los paseos inquietos con que los transeúntes ahuyentan la corriente fría
venida directa de la sierra mientras esperan a que se abra el semáforo en Plaza
de España. En los expresivos gestos con que hombres y mujeres del tiempo
señalan en el telediario un mapa cubierto de briosos símbolos de borrascas. En
las hiperbólicas expresiones de los locutores de radio y televisión que
comentan con preocupación o entusiasmo ―depende de la situación― la gruesa capa
de nieve que lo mismo atrapa a conductores en las autovías que bendice las
estaciones de esquí con una prematura celebración. En la ola de resfriados,
catarros y afecciones varias que recorre nuestros distintos entornos y
convierte nuestras clases y puestos laborales en una sucesión de ausencias.
Pero
yo tuve noticias del invierno antes de que todo esto empezara, una mañana que
aún creía otoñal, al levantar la persiana. Es una acción que me gusta
especialmente, ese primer contacto con el mundo exterior, que se despliega
frente a mí como un escenario teatral cuando se alza el telón. Por muy dormida
que esté, siempre siento curiosidad: ¿estará lloviendo, hará viento, los coches
se habrán adueñado ya de la calle vecina…? Pero lo que vi en esta ocasión fue
por completo inesperado. Sobre el fondo oscuro de la calle ―aún no había
amanecido del todo― distinguí claramente unas patas de color blanco que se
apoyaban en el cristal. Pensé: Es el invierno, que llama a mi ventana. El
hechizo de esas extremidades que me parecieron de nieve duró unos instantes,
justo lo que tardé en darme cuenta de que eran el reflejo de unas patas bien
reales, las de mi gata, que había acudido corriendo, según su costumbre, y se
había apoyado en el cristal para otear el mundo exterior. Sonreí con cierto
desencanto. Las malas pasadas que me gasta mi fantasía traen consigo
aterrizajes poco gratos en la vulgar realidad. Cuando salí a la calle, seguía
pensando en lo hermoso que sería un mundo en el que el invierno se anunciara de
semejante manera. Fue entonces cuando una corriente de viento helado me saludó
con su zarpa.
qué sería de nosotros sin tu mirada literaria que hace que los días tengan otra dimensión.
ResponderEliminarPues así, como quien no quiere la cosa, acabas de decir algo que está entre lo mejor que me han dicho nunca sobre mi escritura. Gracias, una vez más.
ResponderEliminar