ILUSTRADORES ILUSTRES

Uno de los aspectos hermosos de la literatura es su carácter personal. No hay dos Macondos iguales, como no hay dos Tierras Medias o dos reinos de Camelot: cada lector construye los suyos en su mente, los colorea con los tonos que encuentra más adecuados y los amuebla a su gusto para recorrerlos en compañía de la familia Buendía, Bilbo Bolsón y los caballeros del rey Arturo. Pero algunos afortunados pueden hacer tangibles esas imágenes mentales y compartirlas con los demás. Traigo hoy a esta entrada a cuatro de ellos: son pintores que se dejaron inspirar por lo que otros habían escrito e hicieron surgir del lienzo y el papel paisajes y personajes ajenos. Nunca serán iguales a los del resto de los lectores, y por eso mismo resulta un juego tan sugerente compararlos con los que hemos creado los que solo podemos pintar con el poder de nuestra imaginación.


La tempestad, probable última obra de William Shakespeare, abre con una escena inicial que es un prodigio de brío y dinamismo. Un barco naufraga a causa de un sortilegio frente a las costas de la isla encantada donde habita Próspero, un mago que pretende así vengarse de pasados agravios. Desde la orilla, Miranda, la hija de Próspero, observa aterrada el peligro que corren los navegantes. El pintor británico John William Waterhouse (1849-1917) plasma ese momento en Miranda, cuadro que recoge con singular viveza los dos elementos principales del planteamiento del drama: la violencia del mar que arrastra el buque hacia las rocas y la ingenua belleza de la muchacha que contempla impotente la tragedia, con su melena roja al viento. Fuerzas incontrolables, amenazas, magia y venganza, pero también juventud, amor e inocencia. La historia de Próspero, el mago que quiere saldar viejas deudas, y de su hija Miranda, enamorada de un hombre que sobrevive a un naufragio, está servida.

El pintor francés Eugène Delacroix (1798-1863) se sintió fuertemente atraído en su juventud por la obra de Goethe y creó una serie de grabados que recrean el mito de Fausto, el hombre presa del ansia de saber que hace un pacto con el diablo. Entre ellos se encuentra el titulado Faust cherchant a séduire Marguerite. Con un voluntario estilo arcaico que evoca la expresividad de los grabados de Durero, Delacroix detiene para nosotros el momento en que Fausto intenta rendir a la hermosa Margarita con la ayuda de Mefistófeles. Es fascinante la similitud en la representación del galán y su diabólico colaborador: idéntico escorzo, facciones similares, actitudes paralelas, como de bailarines que interpretan al unísono una coreografía. El enamorado y el príncipe del mal son como un único personaje desdoblado por un juego de espejos. En este tipo de lides, parece decirnos el artista, los límites entre amor y maldad se difuminan. Así flanqueada por sus dos acompañantes simétricos, nos parece que para la joven Margarita no hay salvación posible.


Cuenta Homero en La Odisea que, a su regreso de la guerra de Troya, el griego Ulises recala en la isla de la ninfa Calypso, con la que vive una historia de amor que retrasa –aún más- su reencuentro con la fiel Penélope. El pintor suizo Arnold Böcklin (1827-1901) nos da esta versión sombría del idilio entre el guerrero y la deidad en Ulises y Calypso. Destacados sobre el fondo monocromo, la blancura de la piel de la ninfa y el vivo rojo de la tela sobre la que esta descansa se erigen en protagonistas del cuadro; pese a ello, sus encantos ya no son suficientes para retener junto a ella al inquieto mortal. Convertido en una siniestra figura negra recortada sobre el cielo, Ulises otea en el horizonte buscando lo que hay más allá de esas costas, o lo que es lo mismo, lo que hay fuera de esa relación abocada a un fin próximo. La isla que fue en tiempos escenario de su pasión aparece representada como un inhóspito pedregal, como una cárcel rocosa. Hermosa metáfora del amor que se acaba.


Una recreación nueva y rompedora de una figura clásica: Ofelia de noche, de la pintora holandesa contemporánea Iris Van Dongen. Atrás quedan las ingenuas muchachas coronadas de flores de las múltiples versiones del personaje que nos legó la pintura del siglo XIX. Van Dongen crea una Ofelia inquietante, de mirada hermética, perdida en algún punto remoto de su propio pensamiento. La naturaleza que la rodea no es tampoco un delicado muestrario de formas y colores. Un bosque nocturno que parece poblado de extrañas criaturas al acecho envuelve a nuestra heroína. La locura ha desbordado su cerebro y ha convertido su entorno físico en un mundo oscuro y desasosegante, en el que los contornos del personaje se diluyen irremediablemente. Poco a poco, esta Ofelia moderna se va hundiendo no ya en el río que la arrastrará hacia la muerte, sino en sus propios demonios interiores.

Comentarios

  1. Que preciosas pinturas e ilustraciones! =D Pero me quedo con la de Ofelia, que me encantó.

    Siempre es genial cuando artistas recrean los mundos o a los personajes que aparecen en obras famosas de la literatura. Yo también tengo cierta afición por dibujar, y hubo un tiempo en que me dio por hacer ilustraciones sobre los cuentos de Edgar Allan Poe.

    Saludos! =)

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    1. Qué suerte, ser capaz de dibujar. Fue mi primera vocación, cuando era niña, pero la he abandonado por completo. Lo que me dices de Poe me recuerda que hace poco vi una exposición del pintor francés Odilon Redon en la que se incluían algunas recreaciones suyas de los universos de este escritor. Lo cierto es que Redon era un artista tan inquietante que a menudo parecía estar encarnando las fantasías de Poe, aunque no fuera así.

      Saludos y hasta pronto.

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  2. Es cierto, somos libres para crear los ambientesde nuestras lecturas, en nuestra cabeza, por supuesto, porque la capacidad para plasmarlas no se me ha concedido. Quizá por eso, salvo raras excepciones no me gusta ver películas sobre libros que he leido. Me parece que se entrometen en mi imaginación. Las ilustraciones, por el contrario, ayudan. Lo que me fascina es de dónde sacas cosas tan hermosas. Estaba deseando tener tiempos tranquilos para este encuentro con el blog porque es increible hasta que punto me anima. después de leer tus comentarios sobre las lecturas que haces me entra una especie de inquietud que no termina hasta que me hago con ellos. Maravillosa tu aportación de Carson McCullers. Nos vemos pronto. L
    Y ahora a pelearme con el ordenadorpara que edite esto.

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    1. Has definido muy bien la impresión que causan las adaptaciones sobre libros que uno ha leído: es, en efecto, como si se "entrometieran" en nuestra imaginación. En cambio, las ilustraciones dan la sensación de ser una propuesta, con frecuencia sorprendente, que complementa la idea que nos hemos hecho de un protagonista o su entorno.

      Me alegra que te guste mi entrada sobre Carson McCullers. Es mi último descubrimiento, y ya sabes que, en cuanto me gusta algo que leo, me siento impelida a compartirlo con otras personas que puedan apreciarlo.

      Hasta muy pronto.

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  3. Sólo sé que yo no soy capaz de pintar la imaginación y admiro a estos hombres, que han compartido sus sueños e imaginación con nosotros.

    Me ha encantado la entrada. Me quedo por aquí.

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    1. Me alegro de que te haya gustado la entrada, Emilio José. Yo tampoco soy capaz de pintar, y por eso siento la misma admiración que tú por estos artistas. Espero verte por aquí a menudo. Bienvenido.

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