UNA LECTURA SIN FIN
En días grises como el de hoy, de una opacidad
que nada tiene que ver con el tiempo lluvioso (hay grisuras que salen del alma
y se instalan en ella sin tener contacto alguno con el mundo exterior), me
viene a la cabeza el recuerdo de una escultura que vi este verano en el Museo
de la Catedral de Mondoñedo. Era una talla de madera policromada que
representaba a una mujer recostada en lo que a primera vista parecía un lecho,
con un libro en la mano. La escultura estaba rodeada por un marco dorado que le
daba un cierto aire de nicho funerario. Eso fue lo que pensé al verla en
primera instancia: un monumento fúnebre dedicado a una dama a la que se detenía
para la eternidad en el maravilloso acto de leer.
La información que figuraba en la cartela me
hizo comprender que, como me sucede a menudo, la imaginación me había gastado
una mala pasada. Y es que, a menudo, veo más lo que quiero ver que lo que tengo
delante de los ojos. El caso es que la escultura en cuestión no estaba dedicada
a difunta alguna, sino que representaba a María Magdalena meditando en su
retiro del desierto. He de decir en mi descargo que se trataba de una
iconografía peculiar, en la que la habitual semidesnudez de la santa penitente
se había sustituido por una vistosa vestimenta roja y dorada, y las rocas sobre
las que estaba instalada tenían la pulcra disposición de una mullida cama. Pero
lo más llamativo era para mí la actitud de la santa: lejos del gesto
atormentado o extático de otras magdalenas penitentes, concentradas en la expiación
de sus pecados, esta deja vagar la mirada por un punto impreciso, con expresión
ensimismada. Yo estoy convencida de que semejante estado de ensoñación se debe
a lo que acaba de leer en el libro cerrado que sujeta en una mano; se trata,
sin duda, de una santa lectora. Una lectora detenida en el momento de perderse
en las sugerencias que despiertan en ella las palabras de un libro.
En días grises como el de hoy, me da envidia
esta Magdalena de madera, a resguardo en su nicho, sumergida en una lectura sin
fin. Sin urgencias, sin contratiempos, sin pesadumbres. Me parece que ha
encontrado, como quería Bastian Baltasar Bux, un libro que no se acaba nunca.
La sensación de leer, sin tiempo o con todo el tiempo a mi disposición, me aporta tanta libertad como necesito para vivir. Una imagen preciosa e impactante por todo lo que tiene detrás y que tu me has dezcubierto. Lola
ResponderEliminarTú lo has dicho: leer sin restricción de tiempo proporciona una maravillosa sensación de libertad y, añadiría yo, de paz. A mí me cura de todas las zozobras.
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