LOS LECTORES DE KERTÉSZ (I)

El fotógrafo húngaro André Kertész (1894-1985) era hijo de un librero judío que murió cuando él era un adolescente, y del que heredó la pasión por los libros. Durante más de setenta años, se dedicó a fotografiar personas de las más variadas condiciones abstraídas en la lectura. La imagen más antigua data de 1912; la más moderna, de 1984. Este emocionante homenaje visual al mundo de la palabra se conoce bajo el título de On Reading, y ha dado origen a exposiciones y a un hermoso libro que recoge una selección de sesenta y seis fotografías. Desde que el pasado mes de octubre llegó a mis manos, procedente del Reino Unido, un ejemplar de dicho libro, he adoptado la costumbre de que los lectores de Kertész ocupen un lugar de honor en este blog. Hasta ahora han sido seis los que se han ido pasando el testigo: al muchacho lector de cómics sucedió el caballero venerable, y a este la bailarina en reposo, y a ella los monjes en oración, la mujer que se solaza al sol y el muchachito que duda frente al quiosco. Todos encontraremos sin duda un punto de conexión con alguno o varios de ellos: con su concentración total, con su amorosa atención al libro, con su placentero abandono, con su gozosa vacilación a la hora de elegir la siguiente lectura.


Niño comiendo un helado sobre una pila de periódicos (Nueva York, 12 de octubre de 1944). No es el sitio más acogedor, ni el más limpio, para entregarse a la lectura, pero este joven aficionado al cómic no capta la dureza del suelo ni las miradas de los viandantes. Está sin duda en otra dimensión, en el mismo espacio que habitan las criaturas dibujadas en las viñetas. Y es que, en ocasiones, el deseo de leer resulta irresistible. Casi tanto como el de comerse un helado.


Hombre leyendo en un puesto callejero (Cuarta Avenida, Nueva York, 4 de junio de 1959). El libro, el mejor amigo del cerebro y de la imaginación, es también una compañía traicionera para la vista. Este caballero ha encontrado un ejemplar interesante en el expositor de una librería y lo examina con la espalda encorvada sobre las páginas, las gafas puestas y una lupa frente a los ojos. Sin duda, tiene tras sí años y años de intensa y apasionada lectura, y piensa tener por delante muchos más, mientras existan esos maravillosos aparatos ópticos que le permitan seguir distinguiendo a sus amigas, las letras impresas en el papel.


Mujer leyendo detrás del escenario (París, Carnaval de 1926). Todo el que es incapaz de sustraerse a la tentación de leer en cuanto le sobran unos minutos se sentirá identificado con esta joven bailarina concentrada en su libro en una pausa de su actuación. La fotografía tiene además el aliciente de presentar los entresijos de la representación teatral, los objetos dispuestos entre bambalinas, los intérpretes que esperan para entrar en escena. Bajo el abrigo descuidadamente echado sobre los hombros de la muchacha, adivinamos la indumentaria ligera, vaporosa, deslumbrante; podemos imaginar su rostro, ahora abstraído en la lectura, iluminado por los focos y por una sonrisa profesional. Para los que amamos tanto los libros como el teatro, la imagen resulta irresistible.

Dos en los bancos (Monasterio trapense de Soligny sur Orne, Francia, 1928). Oración, silencio, meditación, lectura: todo se vuelve uno en esta impresionante imagen de Kértész que nos habla de la necesidad de buscar dentro de nosotros mismos las claves de la existencia. El mundo exterior aparece en forma de esa luz blanca, hermosísima, que ilumina el pasillo y marca la separación entre los dos personajes. Sin duda, el rezo del uno y el libro del otro llenan de voces el universo silencioso en el que los dos monjes viven inmersos.


Mujer leyendo en una azotea (Greenwich Village, New York, 1962). Algunos de los grandes placeres de la vida, reunidos en esta imagen: la llegada del buen tiempo, la caricia del sol, un rato libre de obligaciones, las palabras de un escritor que nos habla al oído. Los hay que no necesitan nada más para sentirse dichosos. En medio de la rigidez de los tejados, de las líneas monótonas de los ladrillos, las piernas desnudas y la mente al vuelo de esta mujer son un auténtico oasis.



Chico frente a un quiosco (Nueva York, 1950). Este muchachito de tan seria indumentaria adulta guarda un tesoro en su mano izquierda, el dinero que le permitirá elegir un cómic entre los que se encuentran desplegados frente a sus ojos, en tentador muestrario. Es, sin duda, un momento crucial en la vida de nuestro pequeño protagonista: todas las posibilidades abiertas, pero también la terrible obligación de escoger. Los que amamos la lectura sabemos bien lo que es eso, y compartimos su gozo y su desazón.
 

Comentarios

  1. Qué bonito, Bea. Las fotos y tus comentarios son lo mejor, parece que se derriten las barreras del tiempo.
    Hoy he escuchado en la radio que Auster tiene un nuevo libro que se titula Diario de invierno, y me he acordado de tí. Queremos tanto a Beatriz Olivenza...

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  2. Me alegra que te gusten las imágenes de este maestro del detalle trascendente que es Kertész. ¿Sabes que lo descubrí gracias a un compañero común? Es lo que tiene nuestro trabajo: conocemos a mucha gente que tiene grandes cosas que aportar.

    ¡Qué alegría, que alguien se acuerde de mí al oír hablar de Auster! Es estupendo esto de poder compartir las cosas que la hacen a una feliz. Gracias, Confidente fiel, por estar siempre en disposición de apreciarlas.

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  3. Me encantan sus fotos de lectores, son absolutamente preciosas, es uno de mis fotógrafos favoritos y pude ver no hace mucho una muestra de sus imágenes en Madrid, impresionantes. Bsos

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  4. Yo también tuve la suerte de ver la exposición de la que hablas, Carol. Me la había recomendado un compañero de trabajo, al que se lo agradecí enormemente. Llegué a tiempo por muy poco: fui a verla, si no recuerdo mal, el último día, y fue una experiencia estupenda. Recuerdo en especial una imagen maravillosa de las manos de la madre del fotógrafo, y otra del interior de una casa, de una simplicidad y a la vez una fuerza extraordinarias. Kertész tenía el don de encontrar lo esencial en los pequeños elementos que nos acompañan en el día a día. Un beso para ti también.

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  5. Hace muchos años, cuando estaba estudiando comunes en la Complu, tuve un profesor de historia que nos contó que el único deporte que practicaba era ir a ver libros en los expositores de las librerías. Siempre que veo las fotos de K. que nos regalas me acuerdo de él y "veo" su foto observando y eligiendo. No se si me gusta tanto pasear por librerías porque él me dio la idea o porque sí, pero cómo me gusta mirar y descubrir un título, una portada, o la última publicación de uno de mis autores preferidos. Un beso. Lola

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  6. Hasta ahora, siempre que veía estas imágenes de Kertész jugaba a reconocerme en ellas: en la lectora que toma el sol, en la que aprovecha los minutos antes de la actuación, en el que no puede parar de leer ni siquiera mientras se toma un helado, en el que duda qué lectura elegir a continuación... A partir de ahora, Lola, jugaré como tú a reconocer a los otros, a esos múltiples tipos de lector que han desfilado por mi vida. El amigo de leer en lugares públicos, el maniático de las ediciones especiales, el proclive a la meditación, el capaz de abstraerse en medio de la vorágine... Cómo reflejamos nuestra personalidad en la manera de acercarnos a un libro, cuántas formas distintas hay de abordar ese acto universal de leer.

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