EN EXPOSICIÓN (IX): VISIONARIOS ROMÁNTICOS

Hay exposiciones que me atrapan ya desde el título. Así me ha sucedido con la muestra organizada por el Museo Lázaro Galdiano en torno a tres pintores que, llevados por el más puro espíritu del Romanticismo decimonónico, lanzaron sobre el paisaje una mirada cargada de subjetividad y emoción. Estos «visionarios románticos» son un español, Eugenio Lucas Velázquez, y dos noruegos, Peder Balke y Lars Hertervig. Según pude leer en los carteles informativos, el Museo Lázaro Galdiano posee la mayor colección de obras del primero; en cuanto a la inclusión de los segundos en la muestra, no es extraña, dada la fuerte vinculación del fundador de la colección con la cultura noruega. 

Visionarios románticos es una exposición pequeña (ocupa una sola sala) pero que ofrece mucho más de lo que sus reducidas dimensiones hacen presagiar. En primer lugar, porque los cuadros están dispuestos a la manera de los museos clásicos, con una notoria acumulación en cada una de las paredes; en segundo lugar, porque las obras seleccionadas son de una belleza y una capacidad de sugerencia tal que atrapan al que ingresa en ese espacio íntimo y cargado de resonancias. Me habría costado mucho elegir las piezas que componen esta reseña de no ser porque me he dejado llevar por la atracción inmediata que me causaron tres de ellas: nada como la impulsividad para hablar de estos pintores intensos, misteriosos, fascinantes. 

Faro en la niebla es una de las hermosas pinturas de Peder Balke en las que se otorga al color blanco un lugar de excepción. Las cartelas informan del profundo impacto que los paisajes árticos causaron en la sensibilidad de este artista; desde mi absolutos desconocimiento y osadía, me atrevo a aventurar que Balke ya llevaba el más sutil de los colores en su interior y que su encuentro con las latitudes altas no hizo más que sacarlo a la luz. Este cuadro que llamó mi atención como un imán y que me tuvo un buen rato clavada frente a él presenta el contraste entre dos realidades: el océano turbio y agitado del primer plano frente al faro encaramado en la roca, pálido y purísimo. El brazo de la niebla nos escamotea el espacio intermedio entre ambos planos, el tránsito del color a la blancura, de lo detallista a lo estilizado, de lo real a lo imaginario. Faro en la niebla me parece por ello una especie de portal de acceso a la personal visión del artista, a su capacidad de transformar y reinventar la realidad, de tomar el paisaje circundante como medio para hacer aflorar su propio interior. 

Los cuadros que me dispongo a comentar se entienden mejor juntos y de hecho están expuestos en el mismo tramo de pared, uno encima del otro, en un estrecho diálogo que los enriquece. Bosque primitivo es uno de los estudios sobre árboles realizados por Lars Hertervig en los que se aprecia una doble captación de los detalles del natural y del alma de las criaturas vegetales. Estamos ante un espacio primigenio, preexistente a la acción humana, poblado por ancianos venerables, que se yerguen en torno a una corriente de agua. Dos líneas transversales rompen el orden y la verticalidad: la rama que se tiende por encima del río, como trazando un puente en busca de sus congéneres de la otra orilla, y el tronco derribado que deja a la vista sus poderosas raíces. Lo inmutable y eterno frente a lo pasajero, lo caduco, lo que llega a su fin. Creemos sentir el dolor del coloso caído, que a estas alturas ha dejado de parecernos un árbol. 

La mirada de Eugenio Lucas Velázquez es la más abstracta y contemporánea de los tres pintores expuestos. Las cartelas informan sobre la influencia que ejerció Goya sobre este artista, influencia que resulta evidente en la soltura de sus pinceladas y en la creación de un mundo sombrío e inquietante, en el que se atisban presencias fantasmales. Paisaje con árboles muertos es un cuadro pintado a mediados del XIX que se adelanta unas cuantas décadas a la evolución de la pintura para situarse a pocos pasos de la abstracción. Del gigante caído de Hetervig pasamos a unas sobrecogedoras ramas que se despliegan frente a nosotros en una manifestación de angustia, en una llamada de auxilio. Podemos contemplar largamente este cuadro y descubrir laderas de montañas, vegetación agreste, un bosque lejano, una masa de agua; podemos, incluso, encontrarnos a nosotros mismos. Más que nunca, de la mano de este pintor vigoroso y osado, el paisaje se transforma en un estado de ánimo.

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