SOMBRAS EN EL JARDÍN
Hace una semana visité en el Museo
del Prado la exposición Fra Angelico y los inicios del Renacimiento en
Florencia. Entre otros atractivos, dicha exposición suponía el reencuentro
con uno de los cuadros de mi infancia. Es una de esas imágenes que tengo
integradas en mi vida desde hace más años de los que me gustaría reconocer. No
recuerdo la primera vez que la vi; siempre he sabido que estaba ahí, dulce y
armoniosa, con su aparente facilidad y el juego musical de las actitudes de sus
personajes.
La Anunciación de Fra Angelico ha sido restaurada para recuperar la milagrosa luminosidad que tenía ―o que creemos que tenía― cuando salió de las manos de su creador. Sea o no sea la original, es milagrosa, en cualquier caso: lo más cercano a los escurridizos conceptos de misticismo y elevación espiritual que está al alcance de una mente escéptica como la mía. Las palabras se estrellan a la hora de capturar la impresión que produce esta nueva Anunciación limpia de los estragos del tiempo, así que voy a dedicar esta entrada a contar una historia relacionada con la restauración y que sí que admite ser narrada.
Esta composición plácida y llena
de optimismo tiene un elemento que siempre me ha parecido sorprendente. En la
zona de la izquierda, que representa el jardín de la casa donde la Virgen
recibe la visita del ángel Gabriel, aparecen dos caminantes de rostro apenado
que se abren paso en la espesura. Son Adán y Eva en el momento de ser
expulsados del Paraíso. Conceptos teológicos aparte (la vinculación entre el
pecado original y el inicio de la redención, según recuerdo que me explicó una
profesora en mis lejanas clases de arte), me resulta inquietante la presencia
de estos dos personajes atribulados y su contraste con la felicidad
de la escena que tiene lugar tan cerca de ellos. Eva observa con expresión
compungida a su compañero, que se seca las lágrimas en un conmovedor gesto casi
infantil. Ambos están plasmados al límite del espacio del cuadro, que se
convierte así en un trasunto del Jardín del Edén. El brazo de Eva casi roza la
madera del marco. Da la impresión de que, si Fra Angelico hubiera elegido pintar lo sucedido unos segundos después, la mítica pareja habría salido de nuestro
campo de visión y estaría perdida en la fealdad del mundo, lejos de la belleza sin
mácula de esta visión celestial. Privados del dramatismo desgarrador de sus
coetáneos pintados por Masaccio en la capilla Brancacci, estos Adán y Eva tan
ingenuos me han producido siempre una mezcla de simpatía y lástima: son como
dos niños expulsados del jardín en el que han desarrollado sus juegos y enfrentados
a un mundo para el que no están preparados.
Pero volvamos al reciente proceso
de restauración. Cuando la obra de Fra Angelico fue sometida a la visión
penetrante de la luz infrarroja (delatora de tantos cambios de opinión y
arrepentimientos en pinturas célebres), se descubrió que, en origen, Adán y Eva
no estaban ahí. Toda la zona izquierda del cuadro estaba ocupada por la
vegetación del jardín de la casa de María y por algún elemento arquitectónico. La
intención inicial de Fra Angelico fue, al parecer, la de realizar una Anunciación
en la línea de las que pintó en el convento de San Marcos en Florencia,
centradas en el encuentro entre la Virgen y su sobrenatural visitante. La
inclusión de Adán y Eva en el jardín obedece a una decisión posterior. Lo
curioso, según descubrí en la misma exposición del Prado, es que este jardín no
es el único de Fra Angelico aderezado por una presencia perturbadora.
La historia del enfrentamiento entre
el apóstol Santiago el Mayor y el nigromante Hermógenes es un relato
rocambolesco, más digno de un libro de caballerías que de un texto religioso. Para
resumir, digamos que se trata de la confrontación entre un ser luminoso y otro
oscuro, que termina con la victoria del primero y su magnánimo perdón hacia el
segundo. Dicho desenlace aparece plasmado en el cuadro de Fra Angelico titulado
Santiago el Mayor liberando al mago Hermógenes, en el que se puede ver
al apóstol dando la orden de desatar a su rival de sus propios demonios, que lo
mantienen prisionero. La composición tiene la misma estructura que La
Anunciación del Prado: una arquitectura estilizada a la derecha y un jardín
en el lado izquierdo. Lo curioso es que en ese jardín se apelotonan en confuso
tropel las criaturas demoniacas que aprisionan al villano Hermógenes, de igual
manera que Adán y Eva sufrían su profunda desventura en el entorno vegetal de
la casa de María. El mundo ordenado del interior, frente a un mundo exterior
oscuro y lleno de amenazas. En su afán por reelaborar la realidad en nombre de
la armonía, Fra Angelico deja fuera el dolor, el pecado y el miedo. El ámbito
doméstico, el que está a su alcance dominar, es luminoso y limpio, claro y
ordenado. Más allá de sus límites, comienza lo imprevisible: el poder maléfico
de los demonios de Hermógenes, el aterrador futuro incierto de Adán y Eva lejos
del Edén. Bajo su plácida apariencia, este pintor de la serenidad sabe hablarnos de las fuerzas oscuras que
nos acechan, de los jardines sombríos llenos de presencias agazapadas y a los
que, como niños asustados, tememos asomarnos en cuanto cae la noche.
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