SOLITARIOS
He vuelto a Ámsterdam después de treinta años. Esto supone ―aparte
del inevitable sobresalto que producen ciertas cifras― una acumulación de
nuevas impresiones, el registro de imágenes que se superponen a las ya
antiguas, la dificultad de discernir el origen de ciertas discrepancias: ¿es la
ciudad la que ha cambiado, o los ojos que la miran? Supone también, y es la
razón de esta entrada, la continuación
de historias que habían quedado abiertas.
La historia que voy a contar tiene como escenario la hermosa
ciudad de Haarlem, a cuarenta kilómetros de Ámsterdam. Uno de sus puntos de
interés es el Museo Frans Hals, en el que se exhibe un buen número de obras de
este pintor, indiscutible gloria local. Allí me reencontré con un personaje al
que no esperaba, el risueño caballero Stephanus
Geraerdts. Hace más de ocho años, cuando este blog era un recién nacido,
escribí una entrada titulada El camino de la rosa, que contaba el
desafortunado periplo que condujo a la separación del retrato de Geraerdts y el
de su esposa, la no menos sonriente Isabella Coymans. Por azares de la guerra y
de la economía, cada miembro de la pareja se exhibía en un emplazamiento
distinto, él en un museo de Amberes, ella en una colección privada de París. Es
un caso especialmente lamentable, porque no se trata del clásico dúo de
retratos gemelos, sino que la maestría de Hals dotó de tal vida a sus
personajes que estos se comunican saltando el espacio existente entre los dos
lienzos. Lo que no esperaba el artista
es que dicho espacio se dilatara hasta alcanzar los cuatrocientos kilómetros.
Pero volvamos a mi reciente visita a Haarlem.
Yo no esperaba encontrarme al bueno de Stephanus en el museo consagrado a la
figura de su creador. Fue una sorpresa agradable, casi como cruzarse con un
viejo amigo en un lugar inesperado. Me dieron ganas de preguntarle por la encantadora
Isabella. ¿Habría emprendido este voluntarioso marido un periplo de museo en
museo, en un intento por acercarse a ella…? Entonces me di cuenta de que
Stephanus Geraerdts ya no se encuentra tan solo. En su misma pared cuelga el
retrato de otro solitario.
Pocos
años antes de que Hals inmortalizara a Stephanus e Isabella, su paisano Johannes
Cornelisz, conocido con el sobrenombre de Verspronck, pintó este retrato de un
hombre sobre cuya identidad no se tienen datos. Este desconocido elegante y
algo melancólico contrasta de forma notoria con el jovial compañero que le ha
deparado el azar. Reconozco que en un principio me chirrió un tanto este
emparejamiento: privado de la compañía de una esposa a la que ―vamos a creer
a Hals― le unían el afecto y la complicidad, Stephanus Geraerdts se ve obligado a compartir espacio con un
tipo serio que le da la espalda. El pobre caballero anónimo me pareció por un
momento el culpable de la separación de los enamorados, pero tras contemplarlo
unos segundos, me rendí ante la dignidad de su pose y la exquisita factura de
la obra. Me acerqué a leer la cartela. Me enteré así de que este cuadro de Verspronck
hace pareja con el de una mujer también desconocida, pintado diez años después.
No se daba ningún dato sobre el emplazamiento de este segundo cuadro ni sobre
las razones de que se dilatara tanto la finalización del retrato doble. No me
importó demasiado. Acababa de comprender la curiosa alianza entre el sonriente
Stephanus y el solemne caballero anónimo. Me pareció hermoso verlos allí,
vecinos y desparejados, ayudándose mutuamente a sobrellevar su obligada
condición impar.
Ya
de vuelta en Madrid, he buscado en las redes el misterioso retrato femenino que
vino a completar con diez años de retraso el dúo planeado por Verspronck.
Suponiendo que se trate de una cifra aproximada, cabe pensar que se trate de un
Retrato de mujer desconocida que aparece en el catálogo de las obras de
su autor fechado en 1652, once años después de la creación de su compañero.
Dicho retrato pertenece a una colección privada cuya localización no se
precisa. Tampoco hay reproducción alguna en Internet. Me parece un bello
desenlace: sobre el rostro de la compañera de nuestro anónimo caballero, solo
nos queda fantasear.
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