LECTURAS DE LA PASADA PRIMAVERA (2019)
La colección Cuadernos
de la Editorial Acantilado está dedicada a la publicación de textos breves que
normalmente aparecen integrados en volúmenes de mayor tamaño, junto a otras
obras de sus autores. Ensayos cortos, relatos y colecciones de cartas son así
desgajados de conjuntos más amplios y alcanzan, en su edición en solitario, una
relevancia de la que normalmente se ven privados. De este modo surgen joyas
como este precioso y diminuto volumen dedicado a albergar en exclusiva el que
es, en mi opinión, el más hermoso ―y también el más triste― de los cuentos de
Stefan Zweig: Mendel, el de los libros. Se trata de un relato que yo ya
había leído dentro de una colección de narraciones cortas de su autor. Una
buena amiga que me conoce bien ha tenido el acierto de regalarme esta edición
que es una auténtica delicia ya desde su cubierta. Un detalle del lienzo La
biblioteca del pintor francés Félix Vallotton es la delicada imagen que
abre paso a la historia de Jakob Mendel, el portentoso librero de viejo judío
capaz de albergar en la memoria una increíble cantidad de datos editoriales.
Sentado en su modesta mesa en un café de la Viena imperial, aislado en la más
absoluta de las concentraciones y dedicado a su perpetua tarea de leer, Mendel
es un personaje inolvidable por el que todo amante de los libros siente un
afecto inmediato. Es, también, el símbolo de un mundo en trance de desaparecer,
amenazado por el horror de la guerra y por el sucio y zafio espíritu mercantil
de los nuevos tiempos. Volver a esta figura enternecedora me ha emocionado una
vez más. Mendel, el de los libros pertenece a ese conjunto de obras que
hay que releer de vez en cuando, para confirmar que siguen intactos en nosotros
el amor a los libros y la capacidad para conmovernos con el destino de la buena
gente.
El
nombre de Aurora Bertrana no me decía nada antes de que este libro llegara a
mis manos. Supongo que lo mismo les pasará a los que lean estas líneas: se
trata de una más de las autoras silenciadas por la posteridad, que les ha
negado un hueco en los libros de literatura para cedérselo a sus compañeros
masculinos, en este caso, a su padre, el escritor Prudenci Bertrana. Esta
biografía novelada escrita por Natividad Ortiz Albear pone de manifiesto que
Bertrana fue mucho más que una mujer de letras que publicó con bastante éxito
entre los años treinta y setenta del siglo pasado. El libro está estructurado
en dos tiempos: la Aurora octogenaria que recuerda, rodeada de fantasmas del
pasado, y la joven Aurora que inicia la complicada carrera de obstáculos que fue
la búsqueda de su lugar en el mundo. El movimiento de vaivén entre una y otra
produce un sentimiento de melancolía, de añoranza de los años perdidos, de
conciencia del fracaso de las expectativas. Virtuosa del violonchelo, viajera
incansable, rompedora de las trabas derivadas de su condición femenina,
activista política entregada a la labor de difundir la cultura entre las
mujeres de clases más humildes, Aurora Bertrana fue un personaje apasionante,
creado a base de reiterados fracasos que la obligaron a recomponerse una y otra
vez, con idénticas fortaleza y valentía. Una mujer con un espíritu demasiado
grande para el estrecho papel que la sociedad de la época le concedía, dotada
de esas “alas hiperbólicas” que dan título al libro y que la llevaron a volar
–y también con frecuencia a caerse— muy por encima de lo que se esperaba de
ella.
Ha
vuelto a ocurrir: la segunda parte de La muerte del comendador ha
llegado a mis manos, tal como ocurrió con la primera, al inicio de unas
vacaciones. Se trata de una casualidad en el sentido más estricto, ya que me
apunté hace ya tiempo en una larga lista de espera en mi biblioteca digital.
Así que la decisión de ponerme a leer esta novela precisamente ahora no ha
dependido en absoluto de mí; me gusta pensar que los personajes de Murakami han
elegido este momento de tranquilidad para venir a hacerme compañía. El
resultado es que estoy disfrutando lo indecible con ellos. La muerte del
comendador es una especie de compendio de los elementos habituales en la
narrativa de Murakami. Hay espacios bajo tierra, como el memorable pozo de Crónica
del pájaro que da cuerda al mundo. Hay inexplicables comunicaciones entre
lugares distantes entre sí como en Kafka en la orilla. Algún personaje
está sumido en un misterioso sueño como la muchacha durmiente de After dark.
Hay un alucinante viaje a un universo irreal como en El fin del mundo y
un despiadado país de las maravillas. Y, por supuesto, como en casi todas
las obras de este autor, hay seres fantásticos, profundamente divertidos, que
se materializan frente al protagonista con sorprendente soltura. Todo un festín
para los devotos de Murakami, entre los cuales ―¿alguien lo dudaba a estas
alturas?― creo ocupar un puesto nada desdeñable.
Flâneur es el adjetivo francés que significa “paseante”.
El hecho de que este libro de Lauren Elkin tenga como título su forma femenina es
toda una declaración de intenciones. Se trata de un ensayo centrado en la
relación de la mujer con su entorno y, por tanto, con la sociedad que le toca
vivir. Desde las pioneras que se atrevieron a pasear en solitario en un momento
en que la tutela de un hombre se antojaba imprescindible, hasta las que
decidieron desarrollar su vida en distintos entornos y países, libres de las
ataduras que las vinculaban tradicionalmente a un hogar y a una familia, Flâneuse
es una exploración del proceso de liberación de la mujer a través de varias
figuras femeninas vinculadas a una ciudad que recorrieron y aprovecharon para
sus experiencias personales o para su proceso creador. Se nos presenta así a
Virginia Woolf paseando por Londres, a George Sand participando en las
revueltas de 1848 en París, a las protagonistas de la cineasta Agnès Varda
recorriendo esta misma ciudad en un intento de huir de sus propias angustias, a
la artista conceptual Sophie Calle siguiendo a un extraño por las calles de
Venecia para crear su peculiar proyecto Suite veneciana, a la
corresponsal de guerra Martha Gellhorn dejando testimonio de un Madrid
devastado por la Guerra Civil. Lauren Elkin ha tenido en algún momento de su
vida una intensa relación con las ciudades en torno a las cuales orbitan los
distintos capítulos de su obra y da cuenta de sus experiencias personales en
ellas, con lo cual sus páginas son una curiosa mezcla entre la evocación
autobiográfica y el ensayo. Hay que señalar que flâneur, euse presenta
en el diccionario la segunda acepción de “errante, vagabundo”. Lauren Elkin se
siente así en cierta medida: una mujer incapaz de asumir la vida sedentaria que
se esperaba de ella y que ha recorrido el mundo, igual que las protagonistas de
Flâneuse recorren las calles, en un intento de encontrar su lugar.
El
premio Goncourt 2017 lanzó a la fama a Éric Vuillard, un escritor que llevaba
casi dos décadas explorando temas históricos. La toma de la Bastilla, la
conquista del lejano oeste o la colonización del Congo son algunos de los hitos
que sirven de base a sus novelas anteriores. En esta ocasión, se centra en un
acontecimiento de la historia reciente: la anexión de Austria por la Alemania
de Hitler. Desconozco cuál es el tratamiento que da Vuillard a los materiales
históricos que maneja en sus anteriores libros; lo que puedo decir es que El
orden del día es una obra atípica e inclasificable. No es, por su puesto,
un libro de historia, ni tampoco una novela histórica. Me atrevería incluso a
decir que no es siquiera una novela, o al menos no se ajusta a los criterios
cada vez más amplios que aplicamos para dar dicha denominación a una obra
literaria. El símil más ajustado que se me ocurre es el de una conferencia o
una clase magistral impartida con desparpajo por un profesor experto, cuyo
principal objetivo es transmitir sus conocimientos de la forma más vívida
posible. Con frecuencia nos parece estar frente a fotografías de la época, que
la voz del nada oculto narrador comenta como si, subido en una tarima, nos
estuviera señalando los detalles con gestos expresivos. La estupidez y la
egolatría de los líderes, la connivencia de los grandes empresarios y la
inercia de los pueblos son los ejes sobre los que pilota esta trama
sobradamente conocida por el lector en lo que respecta a sus líneas generales,
pero no en lo referente a los entresijos que Vuillard nos revela con pulso
implacable y un cierto ―y amargo― sentido del humor.
Fungus, última novela hasta la fecha del escritor catalán
Albert Sánchez Piñol, es probablemente el libro más estrafalario que haya leído
nunca. El autor parte de la leyenda pirenaica de los minairons, seres
mágicos de extraordinaria disposición para trabajar al servicio de un humano.
Estas criaturas mitad benéficas y mitad amenazadoras, capaces de obedecer
ciegamente a su dueño, pero también de matarlo si no les proporciona tarea, se
convierten de la mano de Sánchez Piñol en unas setas monstruosas, desgajadas de
la tierra y animadas por el personaje más extremado y absurdo que se pueda
imaginar: Ric-Ric, el ácrata borrachín huido de Barcelona por problemas con la
autoridad y refugiado en un recóndito paraje de los Pirineos. Con semejantes
ingredientes, la locura está servida. Un ejército de fungus, gigantescos y
descerebrados, sigue con fidelidad sin fisuras las órdenes de un caudillo que
lo mismo se inflama por el deseo de destruir el orden establecido que cae en el
más absoluto de los abandonos tras una borrachera. Farsesca, extremada, cruel y
delirante, Fungus no es un libro apto para todos los paladares, pero sí
una experiencia de lectura que no se parece a ninguna.
Hola Beatriz, que casualidad!alguna vez has mencionado a una autora o autor que estoy leyendo en este momento, como es el caso de Stefan Zweig. Tengo entre mis manos, Momentos estelares de la Humanidad. Que capacidad la de este escritor para introducirte en la época y los acontecimientos que narra. Leo con gran pasión tanto el momento del nacimiento del Mesías de Haendel, como el de caída de Bizancio como si estuviera escondida tras las murallas de Estambul sufriendo el acoso de los Otomanos, por no decir el asesinato de Cicerón... Tengo esperando para cuando acabe ,la lectura de Castello contra Calvino y por supuesto este Mendel, el de los libros que me ha apetecido leer por tus siempre interesantes comentarios. Gracias y un abrazo.
ResponderEliminarQué rabia me da tardar tanto en responder a los comentarios. Este final de curso ha sido de aúpa y sigo con cabos sueltos que voy poco a poco atando.
ResponderEliminarMe encantan las casualidades como esta que me cuentas, Marga, y que unen a los lectores habituales. Tienes razón con respecto a la capacidad de narrar de Zweig. Ya verás cómo en "Mendel, el de los libros" consigue trasladarte al rincón del café vienés donde pasa las horas el singular protagonista.
Gracias a ti por tus comentarios. Un abrazo.