LECTURAS DE LA PASADA PRIMAVERA (2018)
Escucha la canción del viento es la primera novela de Haruki Murakami. Según cuenta
su autor, la escribió por la noche sobre la mesa de la cocina, después de
largas jornadas de trabajo en un local de jazz. Me habían llegado bastantes
noticias sobre esta novela primeriza y poco conocida; de hecho, Murakami le
dedica un capítulo en su libro De qué
hablo cuando hablo de escribir. Allí explica su deseo de narrador inexperto
de conseguir una voz propia; su lucha con el lenguaje, que le lleva a escribir
primero en inglés ―lengua que no domina y que le obliga por lo tanto a la
concreción y la eficacia― para después traducir el resultado a la lengua
japonesa. Fruto de ese peculiar proceso de ensayos, circunstancias adversas,
apreturas horarias y piruetas idiomáticas es esta historia melancólica y
diletante, cuya línea argumental se difumina como los contornos de la realidad
en un día de niebla. No sucede nada en apariencia y, sin embargo, percibimos
que por debajo de esa cotidianidad fluye un río de aguas oscuras. En la línea
de las novelas más tiernas y conmovedoras de Murakami ―After dark y La caza del
carnero salvaje―, Escucha la canción
del viento provoca en el lector una suave tristeza cuya causa no llega a
identificar y que es, por eso mismo, más honda e inevitable, consustancial al
hecho mismo de estar vivo.
«Yo sentía
una pasión enfermiza por escuchar relatos sobre tierras desconocidas». Ese es el sugerente
comienzo de Pinball 1973, una de las
novelas de juventud de Haruki Murakami. Los protagonistas son dos personajes
que resultarán familiares a sus lectores habituales: el narrador sin nombre,
que se deja llevar entre pasivo y asombrado por los acontecimientos de la vida,
y su excéntrico amigo, que responde al curioso apodo del Rata y que será una
presencia habitual en varias de las novelas de su autor. Ambos son jóvenes y
viven entre la angustia y el desconcierto de no encontrar su posición en el
mundo. Como en el caso de Escucha la canción del viento (primera novela de Murakami, que he leído
recientemente), se trata de una historia errática, que se desenvuelve sin un
rumbo definido y de la que se desprende una imprecisa sensación de malestar.
Con todo, es más fácil reconocer a su singular creador en este segundo intento
narrativo, a través de destellos como las enigmáticas y unánimes gemelas con
las que comparte su vida el protagonista o la obsesión de este por una máquina
de un salón de juegos recreativos: el joven Murakami se va ya orientando hacia
lo insólito y lo inexplicable; empieza a dar las pinceladas que conformarán ese
universo peculiar en el que se desenvolverán sus obras futuras.
Slade House es el título original de esta novela del británico
David Mitchell, traducida al español como La
casa del callejón. Slade House es el nombre de la misteriosa mansión que
existe o no según el momento del año y según quién se acerque a la sinuosa
calleja a la cual se abre ―o no― el portón trasero de su jardín. En ella habita
una pareja de mellizos vampíricos, cuya lucha por mantener la juventud y la
vida eterna es la base, bien clásica, de la que parte esta historia delirante
que juega a transgredir los cánones de la novela gótica tradicional. Y lo hace
de una forma que David Mitchell maneja con soltura: la alternancia de puntos de
vista narrativos. Serán los sucesivos personajes que se acerquen al inquietante
callejón y penetren por distintos motivos en el jardín (un niño, un policía
desencantado a lo Philip Marlowe, una joven aficionada a investigar fenómenos
sobrenaturales…) los que vayan narrando su aventura desde perspectivas muy
diversas. Cambia la voz narrativa y también el estilo e incluso el género;
Mitchell escribe así varias novelas en una. Ya lo hizo en el Atlas de las nubes. Ventajas de ser un
experto en Literatura Comparada.
Pálida luz en las colinas es el delicado título en el que, como no podría
ser de otra manera, el reciente premio Nobel Kazuo Ishiguro narra con
exquisitez dos momentos de la vida de su protagonista, Etsuko, una
superviviente al horror de Nagasaki, que busca la explicación de su presente en
la época en que, embarazada de su primera hija e inmersa en un matrimonio
carente de afecto, entabla relación con una misteriosa pareja de madre e hija
que se instala en su vecindario. Si el título evoca un paisaje difuminado y de
contornos imprecisos, así es también la historia que sirve de base a esta
novela. Todo es sutil y ambiguo, susceptible de ser completado por el lector;
para nuestro desconcierto, la protagonista no explora las raíces de su vida
actual en los grandes acontecimientos de su pasado (el horror nuclear y el
suicidio de la hija mayor, hechos terribles que, como en las grandes tragedias
griegas, suceden fuera de escena), sino en una serie de sucesos mínimos y
aparentemente ajenos a la trama, que sin embargo nos producen la impresión de
estar cargados de significado. Ishiguro retrata una sociedad ceremoniosa, encorsetada
en sus tradiciones, bajo cuyas férreas convenciones parece discurrir un río
subterráneo, oscuro y turbulento, cuyo rumor oímos pero que no veremos nunca
aflorar a la superficie. Gozne entre dos generaciones de hijos que no
comprenden las normas que rigen las vidas de sus padres, Etsuko es un personaje
conmovedor, desubicado en su juventud y en su madurez, mudo y contemplativo,
que observa en silencio un paisaje humano sutil e indefinido como el de las
colinas que dan título a la novela.
Cuando
pienso en Pierre Lemaitre, me vienen a la cabeza dos cosas: la increíble
capacidad de este autor para situar a sus personajes en situaciones límite y el
número de novelas suyas que me he leído casi de un tirón, con las paradas
imprescindibles que exige la rutina diaria. Si no me he metido en vena (literalmente)
Recursos inhumanos es porque la he
abordado en un momento especialmente complicado del curso; de no ser así, me habría
sido imposible apartarme de la caída en picado del protagonista y de su
descenso a las simas más profundas de la salvaje competitividad empresarial.
Alain Delambre, el protagonista de esta aventura terrible, es un tipo común con
el que la identificación es instantánea: en la segunda mitad de la cincuentena,
profesional eficaz, enamorado de su esposa y padre devoto, aunque no siempre
bien comprendido, de dos hijas ya adultas. Este tipo entrañable y
encantadoramente vulgar ve dinamitada su vida cuando tras la pérdida de su
puesto de trabajo y los infructuosos intentos por recuperar su posición en un
mundo que invalida a las personas que han dejado atrás la juventud, se enfrenta
a un peculiar proceso de selección de una importante empresa. A partir de ahí,
todo se precipita cuesta abajo para este hombre colocado en el disparadero de
las apreturas económicas y la pérdida de la autoestima. Frente a la
desesperación, Delambre solo tiene la opción de tirar de los recursos que sabía
que tenía y de otros que ignoraba poseer. El lector asiste estupefacto a la
carrera de obstáculos en la que este tipo normal convertido en hombre de acción
lucha primero por recuperar su dignidad y más adelante tan sólo por sobrevivir
y proteger a los suyos.
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