LA NOCHE MÁS LARGA
Esta joven que ilumina su entorno doméstico con una lámpara de aceite llegó a mí saltando las barreras de un doble camuflaje: el de la oscuridad del lienzo donde habita y el de la profusión de pinturas que la rodean en el rincón del museo en que se exhibe. Porque este cuadro del pintor barroco alemán Wolfgang Heimbach pertenece a los fondos de la Galería Doria-Pamphili de Roma, una pinacoteca que sigue los cánones de los antiguos gabinetes de casas nobles, con paredes abarrotadas de pinturas entre las que el ojo actual, acostumbrado a la racionalidad de los museos modernos, debe esforzarse para encontrar un asidero y un foco de atención. En íntima proximidad con Vírgenes y mártires, retratos de nobles sin identificar y paisajes poblados de animales, Muchacha con lámpara de aceite parece esforzarse por emerger de la escasa porción de muro que le ha correspondido en el reparto. Detenida en medio de una estancia en tinieblas y recién venida de otra cuyos detalles no llegamos a distinguir, sujetando entre sus manos una lámpara que ilumina su pulcra indumentaria y proyecta misteriosas sombras sobre su rostro, esta joven posa una mirada intensa en un espectador que, siguiendo la lógica del cuadro, se encuentra de pronto sumido en las sombras. Por un momento, quien contempla el lienzo se aísla del confuso ruido visual de la galería y se siente unido a la joven desconocida en su lucha contra la oscuridad.
Me ha venido a la cabeza el recuerdo de este cuadro que conocí hace unos meses porque estamos a punto de sumirnos en un periodo de tiempo que, no por repetirse anualmente, deja de resultarme perturbador: la noche más larga del año, culminación del proceso de pérdida de horas de luz que cada otoño nos abruma a las criaturas diurnas. Dicho momento, que por estas latitudes oscila entre el 20 y el 21 de diciembre, me acerca aún más a nuestros amigos los perros y a todos esos animales salvajes cuya existencia se amolda a las horas de claridad. Me siento hermana de halcones y pájaros carpintero, de elefantes y jirafas, de ardillas, orangutanes y ciervos, de mariposas y abejas. De los gatos domésticos, que han cambiado —aunque no del todo— sus hábitos nocturnos al contacto con los humanos. De la literaria alondra, a la que Shakespeare inmortalizó marcando con su canto el final de la noche de amor por antonomasia, la que une a Julieta con su Romeo. Me asustan la oscuridad y esa posibilidad irracional de que el día no sea capaz de ganarle la batalla a la noche para empezar su paulatina expansión camino de la primavera. Me asusta quedarme como la muchacha del cuadro de Wolfgang Heimbach, atrincherada en la oscuridad, luchando por defender un hueco entre las sombras con la ayuda de una sencilla lámpara de aceite.
Esta entrada tiene un epílogo que yo no esperaba. Buscando en Internet una reproducción del cuadro de Wolfgang Heimbach que le hiciera más justicia que la precaria fotografía obtenida con mi móvil, descubrí que este pintor había sacado buen provecho del tema del contraste entre la luz exigua y la oscuridad dominante. Un abundante número de obras firmadas por él plasman a personajes de variada condición que emergen de espacios en sombras gracias a la débil luz de una lámpara. Esto no tiene nada de especial; tales juegos de iluminación son muy queridos por los pintores barrocos y la pericia demostrada por Heimbach al recrearlos justifica la repetición de un motivo que, sin duda, le procuró el éxito comercial.
Lo que llamó mi atención fue la existencia de un cuadro de este autor titulado Hombre con lámpara de aceite y que, no solo por el título, parece formar un dúo con la muchacha que es el motivo central de esta entrada. Ambos lienzos presentan rasgos comunes que los vinculan: medidas idénticas, ubicación en el mismo museo (aunque, en mi visita, la versión masculina de la lucha contra la oscuridad me pasó inadvertida) y una unidad de espíritu y ambientación; se diría que este joven cuya lámpara proyecta fantásticas sombras en la pared está recorriendo una estancia aledaña a la de la joven de su cuadro gemelo. Si nos fijamos, descubriremos al fondo a la derecha una cortina que se abre para dar paso a una silueta femenina. Dejemos sitio a la imaginación: ¿la muchacha ha abandonado su puesto para saltar al cuadro vecino, buscando algo que la conforte más que la débil luz de su lámpara…? Qué duda cabe de que, en buena compañía, incluso la noche más larga no resulta tan oscura.


Comentarios
Publicar un comentario