VOLVER A LA CASA USHER

He releído los cuentos de Poe para la asignatura de Literatura Universal que imparto este curso. Soy incapaz de precisar las veces que he leído estos relatos, especialmente los más populares y macabros (El pozo y el péndulo, El corazón delator, El gato negro…), por razones académicas y de gusto personal. Lo que singulariza esta relectura con respecto a las precedentes es que la he realizado a través de dos ediciones de características bien distintas, que remiten a momentos de mi vida muy alejados entre sí.

Compré la edición en dos volúmenes de los Relatos de Poe en Alianza Editorial cuando era una adolescente. Es de esos libros que me han acompañado toda mi vida y a los que nunca les he perdido la pista, pese al sinnúmero de traslados, mudanzas y préstamos a lectores amigos –y no tan amigos-- que han traído consigo la misteriosa desaparición de más de un habitante de mi biblioteca. El caso es que ahí siguen los dos hermanos gemelos, con sus cubiertas cuarteadas y sus páginas amarillentas, endurecidas por el tiempo: un milagro de supervivencia. Por medio de ellos me acerqué por primera vez, en la traducción de Julio Cortázar, a las aventuras del condenado a la Inquisición que escapa a la terrible tortura del péndulo, al perturbador testimonio del asesino atormentado por el latido de un corazón, a las pesquisas del investigador que le sigue los pasos al brutal asesino de la calle Morgue. Lo he vuelto a hacer en los últimos días. Las páginas crujían bajo mis dedos y mis ojos cansados han resistido apenas la pequeñez de la letra. Perdida entre sus líneas, he sentido simultáneamente la proximidad y la cercanía de aquella adolescente fascinada al descubrir un universo extraño e inquietante en el que, curiosamente, se sentía retratada.

Pero en esta ocasión ha habido un nuevo miembro de mi biblioteca que me ha acompañado en la relectura: la preciosa edición de Edelvives con ilustraciones de Benjamin Lacombe que, bajo el título de Cuentos macabros, recoge algunos de los textos más célebres de Poe. Me la regalaron hace años –tengo buenos amigos que se hacen eco de mis caprichos bibliográficos-- y la había hojeado para recrearme con sus imágenes, pero no había leído pasaje alguno. Me he alegrado de darle una nueva función: gracias a ella, perdida entre sus sugerentes ilustraciones y el misterio de sus letras blancas sobre páginas negras, he presenciado de nuevo el triunfo del amor sobre la muerte en Ligeia y he vuelto a traspasar los muros sombríos y amenazadores de la casa Usher.

Nada puedo decir sobre Benjamin Lacombe que no se haya dicho ya. Este ilustrador francés de corta edad y brillante trayectoria tiene una sorprendente capacidad para aunar lo infantil y lo morboso, lo romántico y lo malsano, en una curiosa amalgama. Su universo visual es una perversión de lo más íntimo que tenemos todos, el mundo de la infancia; no es extraño, por tanto, que consiga remover algo en nuestro interior con sus perturbadoras creaciones. De todas las que adornan la edición de Poe a la que me acabo de referir, me quedo con dos. La primera es la emocionante ilustración a doble página que representa al narrador de La caída de la casa Usher contemplando el siniestro edificio en el que se dispone a entrar. La segunda, el retrato de Roderick Usher embebido en sus lecturas, con la mirada desorbitada y perdida en su alucinado mundo interior. Palpar, mirar, oler, recrearse en el tacto de las cubiertas y de las gruesas páginas, comparar las dispares sensaciones que produce leer en negro sobre blanco o en blanco sobre negro: volver a la casa Usher ha sido una experiencia distinta en esta ocasión.




Comentarios