LOS CUADROS DE SEPTIEMBRE (2017)
Tengo
la costumbre desde hace años de saludar el reinicio de las clases trayendo a
esta sección un cuadro relacionado con la enseñanza. Para este mes de
septiembre, que por mis circunstancias personales tiene una doble condición de
principio (al habitual comienzo de curso se une mi incorporación a un instituto
nuevo), he elegido una obra que me parece especialmente adecuada; una obra que
habla del miedo ante lo desconocido y del valor para afrontar las novedades, y
que se sitúa, de la forma más gráfica y expresiva posible, en un umbral. La
pintó el artista ruso Nicolay Bogdanov-Belski a finales del siglo XIX y lleva
el título de A las puertas de la escuela.
No fue la única vez que este pintor llevó al lienzo un motivo semejante; se
trata de un artista especializado en la pintura de género, que retrató la
sociedad de su época centrándose en el mundo de la infancia y las clases
humildes. A las puertas de la escuela
es una obra que me resulta conmovedora. Asistimos a la entrada en clase de un
alumno al que presuponemos nuevo por su actitud de indecisión. Ha llegado tarde
y observa desde la puerta a sus compañeros, ajenos a su presencia y embebidos
ya en sus tareas. La situación no tendría más trascendencia de no ser por la
indumentaria del recién llegado, vestido con ropas andrajosas y pertrechado con
unas bolsas mugrientas en las que lleva sus utensilios. Este niño humilde que
no se decide a entrar y que observa la escena escolar sujetando en la mano su
gorro con gesto respetuoso me parece un símbolo de muchas cosas: de la cruel
desigualdad que margina a muchos desde la infancia, de los obstáculos en
apariencia insalvables, del miedo a afrontar las dificultades de la existencia.
Da la impresión de que un abismo imposible de franquear separa a este muchacho
de los otros, los integrados, los que han llegado a tiempo de traspasar el
umbral. Pero si miramos con atención, descubriremos un detalle que nos
tranquilizará: uno de los chiquillos sentados en la primera fila tiene los pies
descalzos; nuestro recién llegado será sin duda admitido en esta aula que acoge
a todo tipo de alumnos, sin atender a su condición social. Con su estilo
realista y emotivo, Bogdanov-Belski hace un hermoso canto al poder de la
educación para superar obstáculos y acortar distancias entre individuos.
Precisamente eso en lo que creemos los que septiembre tras septiembre
emprendemos con energía el curso que comienza.
En
mi reciente visita a la multitudinaria exposición Piedad y terror en Picasso del Museo Reina Sofía, me encontré
detenida frente a un cuadro pequeño y en el que no mucha gente reparaba, pero
con el que sentí una inmediata conexión. No es algo extraño en mí. Se trata de
un dibujo de reducidas dimensiones que Picasso dedicó a su amigo Paul Éluard y
que responde a un título poético y sugerente: El lápiz que habla. Las razones de que esta obra discreta y en
apariencia menor reclamara de esa forma mi atención están para mí claras:
frente al tono hiriente y agresivo de la mayoría de los cuadros y bocetos que
formaban la muestra, este dibujo tiene un aire de ensueño que le proporcionan,
en primer lugar, la suavidad envolvente de sus colores. Éluard, aparte de amigo
de Picasso, era uno de los grandes del surrealismo, y el pintor se deja llevar,
en consonancia con ello, por el mundo oscuro del subconsciente. Nos presenta un
espacio onírico, con un misterioso edificio cuyo interior reluce como si
estuviera en llamas, y a una de cuyas ventanas conduce una escalera de mano que
al observador curioso le gustaría subir para asomarse al interior. Una figura
yacente de reminiscencias clásicas, brazos que se abren en el cielo como
surgidos de la nada y un árbol de tronco retorcido completan este escenario
personal, oscuro y plagado de sugerencias. En el centro de la composición,
Picasso escribe una larga dedicatoria a su amigo el poeta, con su letra
apresurada y llena de energía. Toda la obra en realidad tiene algo de mensaje
entre almas afines, de alusión a conocimientos comunes que los demás ignoran,
de corriente de comunicación entre dos personalidades que usan el lápiz, cada
una a su manera, de la forma más elocuente posible.
Hace
algo más de una semana, visité una exposición del artista holandés Maurits Cornelis Escher
y me di cuenta de que era uno de los grandes ausentes de esta sección. Quizá
porque encontraba que su obra había sido sobradamente difundida e incluso
banalizada, no había salido de mí el impulso de comentar ninguna de esas
imágenes artificiosas, audaces e impactantes que forman parte del imaginario
colectivo casi con la misma popularidad que El
grito de Munch o las visiones más personales y enloquecidas
de Van Gogh. La exposición a la que me refería arriba tuvo, entre otras, la
virtud de descubrirme a un Escher para mí desconocido, previo al creador de
arquitecturas imposibles y mundos compuestos por formas que encajan de forma
matemática. El joven Escher viajó por Italia y quedó fascinado por ciertos
pueblos y paisajes rurales que le inspiraron hermosas litografías como la que
encabeza estas líneas, titulada El puente. Entre
todas las obras de esta época a las que he podido acceder, elijo esta porque,
haciendo honor a su título, es un tránsito entre el artista clásico que
reproduce la realidad desplegada frente a sus ojos y el visionario que extrae
de su cerebro un mundo único y fascinante. El
puente no es la plasmación de un paisaje real, sino que aúna
elementos sacados de entornos distintos; es una especie de compendio de lo que
motiva y llama la atención a su autor y tiene ya mucho del carácter onírico de
sus creaciones posteriores. Hay, de hecho, algo inquietante en las dos
poblaciones vecinas pero separadas por abruptas paredes rocosas, de edificios
claros la una y oscuros la otra, como fichas de ajedrez enfrentadas en una
partida. La realidad que capta la mirada de Escher empieza a ordenarse en
formas geométricas que se ensamblan con misteriosa precisión. El mundo del
artista se recompone para encaminarse hacia ese universo a la vez fantástico y
sometido a rigurosa lógica que desarrollará en su madurez. El nexo de unión es
este puente tendido sobre dos espacios separados por un abismo.
Hay
ocasiones en que las artes plásticas y la literatura se acercan hasta casi
tocarse. Así sucede en el dibujo El
pintor y el aficionado de Brueguel el
Viejo. Con sabiduría de cuentista experto, el gran maestro nos presenta a dos
personajes cuyo objeto de atención se sitúa fuera de los márgenes del papel. El
maduro pintor ―se cree que un autorretrato del artista― y su entusiasta
seguidor fijan su mirada (crítica el uno, embelesada el otro) en el lienzo que
el primero está pintando y que queda fuera de nuestro alcance. Es un recurso
eficaz para que se nos dispare la imaginación. ¿Se tratará de uno de esos
preciosos paisajes, tan característicos de Brueguel, que reflejan el paso de
las estaciones? ¿Una de sus geniales aglomeraciones de figuras humanas, cada
una de las cuales es una pequeña maravilla por sí misma? ¿O uno de esos
expresivos y terribles cuadros simbólicos que encarnan el espíritu de la
todavía reciente Edad Media? Nunca lo sabremos; lo que sí tenemos frente a
nosotros es un extraordinario despliegue de fineza psicológica en la
caracterización de los dos personajes que son el único motivo del dibujo: el
pintor serio, exigente, puntilloso y tal vez malhumorado; el aficionado
ingenuo, sencillo y devoto. Podrían ser los protagonistas de un relato que
funcionaría por medio del contraste entre opuestos. Lo son ya, a través del
arte sin palabras de su creador y a la imaginación del que los contempla.
Cada vez que leo uno de tus posts pienso que tienes una forma única de escribir. Así que este año, aunque sabes que solo consigo terminar libros de Economía, Matemáticas o Ajedrez, porque con la novela después del tercer capítulo paso directamente al final, a ver si los protagonistas se mueren o se casan; y que tengo en mente demasiados proyectos (como todos los años más o menos), voy a dedicar una horas (yo leo muy despacio) a leer al menos uno de tus libros.
ResponderEliminar¡Qué alegría leerte por aquí, compañero! Y eso de que solo consigues terminar libros de Economía, Matemáticas o Ajedrez... ¿Es que en esa cuenta no incluyes las innumerables obras de teatro que has leído y hasta aprendido de memoria? Me alegro en cualquier caso de tu propósito de dedicarle tiempo a alguno de mis libros. Y aumentaré tu posible incertidumbre: mis personajes casi seguro que no se casan al final, así que la duda puede estar entre que se mueran... o cualquier otra posibilidad.
EliminarEspero volver a encontrarte por aquí. Un abrazo.