REGALOS DE IDA Y VUELTA
Eric Emmanuel Schmitt
hace decir al protagonista de su hermosa novela El señor Ibrahim y las flores del Corán que lo que mejor retrata la
esencia de un barrio son sus contenedores de basura. Su presencia o ausencia
durante el día, su estado de deterioro o pulcritud, la inexistencia o
proliferación de desechos que rebosan sus límites e inundan las aceras. Yo
añadiría que esos elementos familiares del mobiliario urbano delatan también la
cercanía de fechas señaladas. Hoy, por ejemplo, es ese día del año en que los
contenedores se pueblan desde media mañana de cajas vacías, de embalajes
vistosos y coloridos, de papeles de regalo. Es el día de Reyes. En torno a esos
mismos contenedores, los más pequeños circulan con sus recién estrenadas
bicicletas.
En
este día de intercambio de regalos, me viene a la cabeza una novela que leí
hace años y de la que guardo un recuerdo muy grato. Su autora es Elizabeth von Arnim, nombre con el que firmaba sus obras la escritora australiana
Mary Annette Beauchamp. Su
título, que nos da la clave de su carácter autobiográfico, es Elizabeth y su jardín alemán. Se trata
de un libro que llamó mi atención ―una vez más: me sucede con cierta frecuencia―
por su título y su cubierta. No tenía noticia alguna sobre él ni sobre su
autora, pero aun así no vacilé en llevármelo a casa cuando lo encontré mientras
curioseaba entre los estantes de mi biblioteca pública habitual. Es curioso
cómo esas intuiciones no me suelen fallar: su lectura me resultó deliciosa.
Ojalá tuviera una intuición semejante para juzgar a los seres humanos que me
rodean.
Elizabeth y su jardín alemán cuenta en forma de diario la experiencia de una
mujer que, al casarse con un conde extranjero (trasunto del conde von Arnim,
marido de la escritora), se ve transportada a un territorio hostil en el que
intenta abrir un espacio familiar por medio de la creación de un jardín. El
libro cuenta con detalle la lucha de esta dama de la alta sociedad para, con
sus propias manos y sin vacilar en cubrirse de suciedad, arrancar belleza a una
tierra especialmente ingrata. También lo es otro terreno más personal, el de su
matrimonio: su marido, al que ella no duda en referirse como “el hombre
airado”, no la comprende en absoluto. Sus tres hijas no dejan de ser niñas y
están lejos de su sensibilidad y sus necesidades. Elizabeth está muy sola, no
gusta de acudir a las ocasiones sociales propias de su posición, y se refugia
en la lectura y en sus plantas. Pese a la impresión que pueda causar todo lo
anterior, este diario novelado no incurre en el sentimentalismo ni en la
autocompasión: su autora desgrana su devenir diario con brío y unas buenas
dosis de humor.
Hay un
episodio en la novela que me divirtió especialmente y que viene al caso por la
festividad de hoy. No recuerdo con exactitud todos los detalles y no tengo el
libro a mano, pero las líneas esenciales vienen a ser algo así: Elizabeth tiene
una amiga que guarda la misma distancia irónica que ella con respecto a las
convenciones de la buena educación. Rodeadas de opulencia y de una desorbitada
atención a lo material, las dos deciden jugar a saltarse las normas dentro del
limitado margen que la época, finales del siglo XIX, impone a las mujeres de
buena familia. Todo empieza cuando Elizabeth regala a su amiga por su
cumpleaños una bonita lámpara de cerámica. En correspondencia, cuando llega su
propio aniversario, recibe por parte de su amiga un cuaderno donde podrá dar
salida a sus inquietudes literarias. Hasta aquí, todo está dentro de los cauces
de la normalidad y la cortesía. Pero la cosa deriva hacia otros territorios
cuando, en el siguiente cumpleaños de su amiga, Elizabeth decide regalarle el
mismo cuaderno que ella recibió en la ocasión anterior y que no ha llegado a
estrenar. Ni que decir tiene que, cuando llega el siguiente cumpleaños de la
protagonista, esta recibe, cuidadosamente envuelta, la lámpara que le regaló el
año anterior a su amiga. Así comienza un ritual que se extiende a lo largo del
tiempo: la lámpara y el cuaderno vienen y van de las manos de la una a la otra,
y siempre, y aquí está lo singular del asunto, su recepción es acompañada por
un gran alarde de alborozo por parte de la regalada, que manifiesta su sorpresa
y gratitud ante tan inesperado detalle.
A mí me
parece maravilloso este juego de ironía y complicidad entre dos mujeres que
sólo tienen a su alcance esos pequeños atisbos de rebeldía frente a las normas
imperantes. Y encuentro que esos dos objetos que pasan de una a otra a lo largo
de los años sellan más una amistad y demuestran más afecto que muchos de los
regalos que he visto buscar y adquirir a la carrera estos últimos días, en
medio de una furia compradora dictada por el calendario. En cualquier caso, el
concepto de regalo de ida y vuelta también está presente entre nosotros: mañana
los centros comerciales se abarrotarán de personas que irán a cambiar los regalos
recibidos por otros que sean más de su gusto. Mientras tanto, los contenedores
se van llenando poco a poco de cajas y papeles de regalo rotos.
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