EL SUEÑO DEL COLEGIAL

Es el sueño de cualquier estudiante: el regalo de una hora más de asueto, la mágica prolongación del fin de semana sesenta minutos por encima de lo esperado. Un don sólo equiparable al que se nos otorgaba de niños cuando nuestros padres se retrasaban al venir a buscarnos a una fiesta de cumpleaños, cuando la maestra tenía una obligación inaplazable y se nos permitía prolongar el recreo en el patio. O al que obteníamos de adolescentes cuando, tras múltiples tácticas de persuasión, la autoridad familiar nos fijaba una hora más tardía para regresar a casa por la noche.

La madrugada del 26 al 27 de octubre es el momento elegido para que se opere un milagro semejante. Los medios de comunicación lo expresan de forma clara y escueta: A las 3:00 de la mañana el reloj se cambiará a las 2:00 de la mañana. Es el inicio del horario de invierno. Como consecuencia de ese cambio, dispondremos de una hora más para dormir, descansar, salir o cualquiera de las maravillas que encierra ese invento de la sociedad moderna llamado fin de semana. El retorno al trabajo del lunes se aleja un poco más en el horizonte. El sueño que tuvimos de niños, hecho realidad. Y sin embargo, no conozco un cambio que suscite un rechazo más unánime por parte de los que se ven afectados por él.

No voy a entrar aquí en las molestias físicas que dicen padecer aquellos que mañana charlarán incansablemente sobre su falta de apetito, sus dificultades para conciliar el sueño y su desconcierto general, males achacables todos ellos, en su opinión, a este cambio horario. Tampoco discutiré las opiniones prácticas de los que echan cuentas sobre el supuesto ahorro de energía y afirman con contundencia que lo que se gana por un lado se pierde por el otro. Lo que me afecta es el hecho incontestable de que con este retraso de una hora le estamos dando un impulso considerable al ya por sí inevitable decrecer natural de los días en este momento del año. A mí, que no soy especialmente amiga del sol ni del verano, la perspectiva de los tempranos anocheceres que tendrán lugar a partir de mañana me llena de tristeza. No quiero ni pensar lo que les sucederá a criaturas más diurnas y más amantes de la luz que yo.

En cualquier caso, disfrutemos del cumplimiento del sueño que tuvimos de niños. Mamá llama para decir que llegará tarde a recogernos y podemos jugar un rato más con nuestros amiguitos. La maestra nos permite seguir en el patio más allá del toque de campana. Papá consiente finalmente, harto de tanta insistencia, y nos concede una prórroga en las diversiones nocturnas. Disfrutemos de la hora más de asueto, a ser posible sin pensar. Intentemos olvidar que mañana, cuando el reloj marque como ahora las ocho menos cuarto de la tarde, será desde hace rato noche cerrada.

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