TIEMPO AL TIEMPO
Tengo tan poco últimamente, que no
paro de pensar en él: el que se me escapa, el que no se estira lo suficiente
para dar cabida a tanta actividad, el que parece haber menguado de repente, el
que tiene una textura distinta al de momentos más plácidos y felices. El
tiempo, esa palabra polivalente que lo mismo usamos para hablar del paso de las
horas, de las épocas que hemos vivido o de la sustancia que compone nuestra existencia.
Tengo muy poco, en efecto –tiempo,
me refiero—, pero no querría dejar pasar más –tiempo, de nuevo— sin que este
blog tan marchito en los últimos tiempos (perdón por la reiteración) tuviera al
menos un mínimo latido que diera fe de su vitalidad. Contaré, pues, una
anécdota muy breve que viene al caso por la cualidad poliédrica de este término
que me resisto a mencionar de nuevo, al menos hasta el siguiente párrafo.
Los que me conocen saben que no
estoy atravesando buenos momentos en el terreno personal. Hace cosa de un mes
me reincorporé al trabajo tras una dura pérdida y andaba por los pasillos en
dirección a un aula especialmente apartada, sintiendo un peso de toneladas que
me impedía avanzar. He de decir en honor a la verdad que hubo un buen número de
personas ese día que con su comprensión y calidez me sirvieron de apoyo. Me lo
esperaba de casi todas ellas; el que me sorprendió al acudir en mi ayuda fue don
Miguel de Cervantes.
Aclararé aquí que los pasillos de
mi instituto están adornados desde el último Día del Libro con carteles que
recogen citas cervantinas, por aquello del rotundo aniversario que hemos celebrado
este año. Han sido realizados por alumnos de distintos niveles y están sujetos
a las paredes de manera no muy firme, lo cual trae el resultado –no siempre
desagradable—de que con frecuencia se desprenden y caen al suelo cuando alguien
pasa junto a ellos. Y precisamente ese día en que caminaba yo con dificultad y
rumiando mi pena, vino a parar a mis pies uno de estos letreros. Me agaché, le
di la vuelta y me encontré con la siguiente cita de La gitanilla: «Se dará tiempo al tiempo, que suele
dar dulce salida
a muchas amargas dificultades». Sonreí. Me pareció que el gran Miguel me brindaba el
único consuelo que podía darme: sus palabras.
Podéis creerme si os digo que el camino que me quedaba hasta
llegar al aula lo recorrí con paso más ligero.
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