CORRESPONDENCIAS (y II)
«En
vano trato de convencerme de que el Polo es la morada de los hielos y la
desolación; la imaginación siempre me lo presenta como la región de la belleza
y el deleite. Allí, Margaret, el sol es eternamente visible, con su ancho disco
orillando justo el horizonte y difundiendo un constante resplandor. Allí —pues,
con tu permiso, hermana, quiero depositar alguna confianza en los anteriores
navegantes— no existen la nieve ni las heladas; y, navegando por un mar en
calma, podemos arribar a una tierra que supera en maravillas y belleza a todas
las regiones del globo habitable hasta ahora descubiertas. .»
(Texto: Frankenstein o El moderno Prometeo de
Mary Shelley. Imagen: El mar de hielo de Caspar David
Friedrich)
«No tenía
valor para entrar en la casa. Prefería que continuara siendo para él uno de
esos sitios que nos fueron familiares y que a veces visitamos en sueños: en
apariencia son los mismos y, sin embargo, están impregnados de algo insólito.
¿Un velo o una luz demasiado cruda? Y nos cruzamos en esos sueños con personas
a quienes queríamos y que sabemos que se han muerto. Si les dirigimos la
palabra, no nos oyen».
(Texto: Para que no te pierdas en el barrio de
Patrick Modiano. Imagen: Interior 7 de Mateo Massagrande)
«¿No se ha
sentido nunca inquieto ante la alta fachada con persianas echadas de una vieja
casa italiana? ¿Esa impávida máscara, uniforme, muda y engañosa como el
semblante de un cura tras el cual continúan zumbando los secretos escuchados en
el confesionario? Hay casas que proclaman la actividad que albergan: son la
clara y expresiva cutícula de una vida que fluye próxima a la superficie. Pero
el palacio en su callejón o la villa oculta entre cipreses en su colina
resultan impenetrables como la muerte. Los ventanales asemejan ojos ciegos, y
el portón, una boca cerrada. En el interior tal vez podría brillar el sol, oler
a fragantes arrayanes… O podría percibirse algún latido de vida recorriendo las
arterias de la colosal estructura. O una soledad mortal en cuyo seno se
hospedan los murciélagos, entre las desencajadas piedras, donde las llaves se
oxidan en las cerraduras de puertas sin franquear…»
(Texto: La duquesa orante de Edith Wharton. Imagen: Villa italiana en primavera de Arnold Böcklin)
«De pronto Frodo vio ante él un abismo negro. En el extremo de la sala el piso desapareció y cayó a pique a profundidades desconocidas. No había otro modo de llegar a la puerta exterior que un estrecho puente de piedra, sin barandilla ni parapeto, que describía una curva de cincuenta pies sobre el abismo. Era una antigua defensa de los enanos contra cualquier enemigo que pusiera el pie en la primera sala y los pasadizos exteriores. No se podía cruzar sino en fila de a uno.»
(Texto: La comunidad del anillo de J. R. R. Tolkien. Imagen: Expulsion. Luna y luz de fuego de Thomas Cole)
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