CUADROS RECUPERADOS (XXII): DURMIENTES


El título de este cuadro, Pequeña faunesa durmiendo, nos prepara para la contemplación de una obra de carácter mitológico, pero su autor, el fauvista francés Jean Puy, juega a ampliar su punto de vista y a introducir en el lienzo los entresijos de su propia creación. Vemos gracias a ello a dos hombres sentados frente a sendos lienzos en actitud de trabajo; la muchacha que da nombre a la obra se nos revela así como una modelo posando en un estudio de artistas. Pese a este artificio, la presencia del personaje femenino rebosa inocencia y autenticidad. Uno diría que está realmente dormida, que se encuentra en efecto reposando en mitad del bosque, expuesta a la curiosidad de las criaturas que por él merodean. Esta pintura sobre la pintura produce en mí el mismo doble juego que una representación teatral: soy consciente de la convención y la falsedad que implica, pero la emoción del actor convertido en personaje me resulta sincera y me conmueve. Como en los grandes prólogos de Shakespeare, la tramoya se desvanece y da paso a la ilusión; veo las telas y los caballetes, el montaje del estudio de pintores, y sin embargo esta faunesa me resulta más genuina, conmovedora en su simplicidad, que si el artista la hubiera situado junto a unas rocas y rodeado de vegetación. Y qué decir de la claridad que la envuelve. Sin olvidarse del vibrante colorido del fauvismo, Puy extiende frente a nuestros ojos una masa blanca que sitúa a su personaje en una dimensión aparte, en un mundo de silencio y soledad. Definitivamente, cuando más me gustan los fauvistas es cuando, en contraste con las locas tonalidades que parecen gritar desde sus cuadros, se acuerdan de la hermosa serenidad del blanco. 

(Los cuadros de diciembre. 2016)


Me encantan los gatos en la realidad y en cualquiera de sus reflejos en el arte. Con frecuencia me contengo para no incluir en esta sección más cuadros que los tengan como motivo central o secundario (en esos casos, me cabe siempre la duda de si mi inclinación se debe a motivos extrapictóricos), pero en esta ocasión me rindo a la expresividad y el rabioso colorido de la obra del pintor polaco Władysław Ślewiński titulada Mujer dormida con un gato. Como no podría ser de otra forma, lo primero que me atrajo fue la plasmación, tan cercana a su referente real, del sinuoso movimiento del animal que se restriega contra el vestido de su dueña y la plácida postura de reposo de esta. Dicha naturalidad en el reflejo de las actitudes de humana y felino está inmersa, curiosamente, en un universo que por su extremado cromatismo produce cierto extrañamiento en el que lo contempla, situándose en las antípodas de una escena cotidiana. A ello contribuye también una original inversión de la habitual asignación de colores: vivos tonos que contrastan violentamente para el fondo, el negro para las dos figuras centrales. El cuerpo de la mujer y el de su amigo felino son una superficie oscura en la que, sin embargo, se aprecian a la perfección los pliegues de la ropa y el volumen de los cuerpos. Ślewiński explora dos extremos y sale victorioso de ellos: es capaz de colocar juntos colores divergentes sin traspasar los límites de la armonía y de convertir una mancha negra en una superficie palpitante de vida.

(Los cuadros de diciembre. 2018)


Esta Niña dormida de la pintora española María Blanchard (1881-1932) parte de una fusión de elementos aparentemente contradictorios: los trazos enérgicos y dinámicos para plasmar un momento de reposo; la elección de colores serios y oscuros para retratar a un personaje de corta edad. La autora logra así una obra peculiar y expresiva, alejada de las edulcoradas visiones de la infancia en las que con frecuencia caen los artistas. Sin concesiones al sentimentalismo ni a la belleza fácil, Blanchard transmite una imagen conmovedora de esta muchachita que, con total abandono, se rinde a la somnolencia que tal vez le ha causado la lectura del libro que aparece sobre la mesa. Es encantador el gesto de cansancio de su rostro, los labios entreabiertos, y esa posición de la pierna flexionada que nos hace entrever que a nuestra protagonista la ha sorprendido el sueño sentada sobre su propio pie. Solo un niño es capaz de dormirse en una postura semejante.

(Los cuadros de octubre. 2012)


Los cuadros de la pintora polaca Tamara de Lempicka (1898-1980) producen siempre una enorme sensación de modernidad. Las superficies pulidas, los contrastes de luces y sombras, las líneas rotundas, trazadas con rápida resolución: todo remite al mundo dinámico y efectista de los carteles publicitarios y el cómic. Por eso me llama especialmente la atención cuando ese estilo tan de última hora se pone al servicio de un tema clásico, como en esta Mujer dormida. A esta bella modelo en su postura de abandono la podrían haber retratado los maestros italianos del Renacimiento, los neoclásicos con sus líneas escultóricas, los pintores victorianos en su búsqueda de la hermosura ideal. Pero Tamara de Lempicka le corta la melena a su musa y le pinta los labios y las uñas de un color rojo rabioso: es una mujer moderna, bajo la cual parecen resonar las voces de tantas y tantas mujeres dormidas de la historia de la pintura, delicadas y expuestas a la mirada del espectador, vulnerables y preciosas. 

(Los cuadros de octubre. 2011)

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