LECTURAS DE ABRIL (2022)

¿Qué sucedería si cualquiera de nosotros se encontrara en una casa ajena y tuviera que fingir que es el cabeza de familia? La respuesta es evidente: que quedaría desenmascarado en cuanto se produjera el encuentro con alguno de los habitantes de la casa. Esta es la situación a la que se enfrenta el protagonista de El chivo expiatorio de Dafne du Maurier. Aunque, claro está, él tiene una pequeña ventaja a la hora de emprender tan extraña aventura: es físicamente idéntico al hombre cuya identidad se ve obligado a suplantar. Tiene, por tanto, parte del camino recorrido, pero aun así debe enfrentarse a numerosas dificultades. ¿Cómo orientarse en un enorme caserón que no ha pisado nunca antes? ¿Cómo disimular su ignorancia de las costumbres e historia familiares? Aún más grave: ¿cómo averiguar quién es quién en el denso entramado de relaciones existentes entre los desconocidos que clavan sus miradas en él la primera vez que irrumpe en el salón familiar? ¿Cómo tratar a personas con las que supuestamente le une un grado de parentesco que no sabe precisar? Y, una vez aclarado el mapa familiar, ¿cómo hacer frente al odio, a los rencores enquistados, al chantaje emocional y, por otra parte, a la dependencia y al excesivo afecto? Este es el apasionante proceso que disecciona Dafne du Maurier en su novela El chivo expiatorio. Y lo hace con tales pericia y sabiduría que resulta imposible sustraerse a su lectura. Acompañar al protagonista en su inmersión en una vida ajena es una aventura fascinante y reveladora, que nos enseña mucho sobre la dificultad de las relaciones, sobre la responsabilidad y las consecuencias de los propios actos en las vidas de los demás. He frecuentado poco a esta autora para lo mucho que me gusta y lo gratificada que he salido siempre de la lectura de sus obras. Agradezco haberla recuperado después de muchos años gracias a esta historia de raigambre clásica, que nos remite a otros ilustres dobles de la literatura, pero que tiene mucho que aportar por el hondo conocimiento del alma humana que se desprende de sus páginas. 

Las parejas desiguales funcionan muy bien en literatura. Que se lo digan si no a don Miguel de Cervantes, que tuvo la genial idea de emparejar a su fantasioso hidalgo con su tosco y prosaico escudero. La vida contada por un sapiens a un neandertal parte de la unión de dos caracteres divergentes, los de los personajes que figuran como coautores de la obra. Juan Luis Arsuaga, que es quien inspira el libro con sus enseñanzas, es el hombre de acción, dinámico, elocuente, dotado para la comunicación, perpetuamente preparado para la aventura, en el sentido anímico y también en el práctico. Es, en definitiva, el sofisticado sapiens que aparece en el título, capaz de explicar la evolución y las bases de la vida a su no tan eficaz compañero. Este último es Juan José Millás, el encargado de dar forma literaria a las enseñanzas de su compañero-maestro y contrapunto de este: sedentario, poco dotado para las proezas físicas, condicionado por los detalles prácticos que siempre operan en su contra, tendente a las divagaciones, coartado por su sentido del ridículo y caracterizado por una irreprimible tendencia a reírse de sí mismo. Es el neandertal del título, perteneciente a la especie que no triunfó en un medio hostil. El libro se articula por medio de los encuentros entre ambos en ambientes variados (la sierra, el Museo del Prado, una escuela infantil, un mercado, una cueva decorada con pinturas prehistóricas, un sex shop…), que el paleontólogo aprovecha para dar ejemplos prácticos de sus enseñanzas sobre los rasgos que nos definen como especie. El resultado es ameno y divertidísimo: he aprendido un buen puñado de cosas sobre un tema que siempre me ha resultado atractivo y también me he reído con las evoluciones de esta singular pareja, el sabio enérgico y resolutivo y su torpe compañero, siempre afectado por algún contratiempo físico (un dolor de muelas, ropa inadecuada, un resfriado…), pero lleno de fervor hacia su maestro. Ha sido inevitable que me identifique con la curiosidad y limitaciones prácticas de este último. Al final va a resultar que yo también soy una neandertal. 

Si no hubiera tenido información antes de abordar la lectura de este libro, habría pensado que Juan Gabriel Vásquez se había esforzado ―tal vez en exceso― en reunir anécdotas y situaciones llamativas para forjar la extraordinaria trayectoria vital de su protagonista. Pero lo realmente extraordinario de Volver la vista atrás es que se trata de una biografía real novelada, la del director de cine colombiano Sergio Cabrera. El punto de partida de la historia es la noticia del fallecimiento del padre, el actor y director de teatro Fausto Cabrera, que sorprende a su hijo Sergio en vísperas de asistir a una retrospectiva de su obra en Barcelona. La desaparición de este hombre de fuerte personalidad, auténtico pilar que marca el destino de su familia entera, es el detonante que lleva al protagonista, un hombre con una trayectoria sólida en el terreno profesional y no tanto en el personal, a “volver la vista atrás”, como indica el título de resonancias machadianas, para explicar su presente por medio de los apasionantes avatares que han jalonado su existencia. La historia familiar de los Cabrera es un continuo exilio: el marcado en primer lugar por la guerra civil, que los lleva a abandonar su España natal para buscar refugio en varios países hispanoamericanos; el que orienta más tarde los pasos de la pareja y sus hijos hacia China, cuna de una revolución que a sus fervorosos ojos habría de cambiar el mundo, pero que los envuelve con su terrible engranaje de intransigencia y fanatismo; el que los devuelve por fin a Colombia, su país de acogida, donde se unirán a la guerrilla en un nuevo intento por luchar contra una sociedad injusta. El lector presencia así el crecimiento y maduración del personaje central y asiste ―con frecuencia con angustia― a la dureza de las situaciones a las que debe enfrentarse desde la más tierna edad. Parece increíble que tan fascinante acumulación de experiencias se haya producido en una sola vida. A veces, la realidad tiene más potencia creadora que la más fértil de las fantasías.

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