LECTURAS DE NOVIEMBRE (2025)


La última novela de Juan José Millás arranca con una de esas expresivas imágenes extraídas de su infancia que ya hemos tenido oportunidad de conocer en alguna de sus obras precedentes. El niño Millás, de cuyas ocurrencias y andaduras se nutrió la preciosa novela El mundo, observa ahora con curiosidad un rasgo peculiar de la sucursal del Banco Hispano Americano de su barrio: es un local que hace esquina y al que se puede acceder por dos puertas, situadas en calles diferentes. Su peculiar mirada infantil decide que, según por qué puerta se entre, lo que se encontrará en su interior será un espacio distinto. Esta imaginativa concepción de la realidad marca desde las primeras líneas lo que será el tema central de Ese imbécil va a escribir una novela: la dualidad. Este chiquillo que los lectores habituales de Millás ignoramos hasta qué punto es real o fabuloso (¿es posible distinguir entre loca realidad y lógica fantasía en el universo de este autor?) decide muy pronto que él también es un ser bifurcado, con dos cabezas, una visible y otra invisible, que es la fuente de sus ideas más afortunadas. Su sentimiento de duplicidad crece cuando al cabo de unos años conoce a Alberto, de quien se cree hermano ilegítimo, y del que teme que se disponga a usurpar definitivamente su lugar en el mundo, incluido su oficio de escritor. Este hermano quimérico es «el imbécil que va a escribir una novela» al que se refiere el título. No contaré más; basten estas pinceladas para dar cuenta de la delirante invención perpetua que es esta novela que tiene mucho de autoficción (o no) y de divertidísimo análisis de las propias neurosis, sean estas verídicas o inventadas. Millás se ha convertido a sí mismo en un personaje. Él es ese «hombre aturdido» que describe su relación con el mundo con las siguientes palabras: «Percibo la realidad con un ruido de fondo y lo peor es que no sé si el mensaje importante es el que procede de la realidad o el del ruido de fondo». Acompañarle a través de semejante confusión, de semejante juego de engaños, es la propuesta que Millás hace al lector. El camino está sembrado de jugosas anécdotas, personajes imprevisibles, situaciones hilarantes y un punto de vista lleno de humor sobre la propia condición. El tema de la duplicidad, que es la base de la novela y de la reflexión del escritor, adquiere numerosas variantes: el personaje que alberga dos caracteres en su interior, el que lleva una doble vida, el usurpador, el que parece lo que no es, el que podría ser algo pero quizá no lo sea… Frente a esa realidad resbaladiza e inaprehensible, cabría dejarse llevar por la angustia y el estupor, pero Millás opta por una mirada juguetona y nada solemne. Siento inmensa simpatía por las personas que no se toman demasiado en serio a sí mismas, y entre ellas ocupa un lugar privilegiado este «hombre aturdido» al que le debo tantos deliciosos ratos de lectura.


«El Capitán ha buscado entre las capas más oscuras de mis sueños y me ha encontrado y ahora viene a por mí.» Esta inquietante afirmación forma parte de la corriente de pensamiento de la niña Nada, una criatura medio salvaje y de origen enigmático que aparece internada en un sanatorio para enfermos mentales en el arranque de Crisálida, la sobrecogedora novela de Fernando Navarro. El edificio decadente, poblado de desconchones, suciedad y goteras, es el siniestro escenario donde se desenvuelve el presente de la protagonista y narradora, que evoca desde su estado de alucinación y precariedad física el otro escenario fundamental de su corta vida, el bosque en el que vivió con su familia desde que el padre, el Capitán de sus recuerdos, decidió arrancar a los suyos de la ciudad para echarse al monte y dar la espalda a una forma de vida que se le antojaba perniciosa. Crisálida es una novela original y durísima, que parte del planteamiento de niños en una situación terrible, fórmula harto eficaz que enlaza con las historias folklóricas de pequeños héroes enfrentados a brujas y monstruos, atrapados en casas amenazadoras o perdidos en el bosque, y apela por ello a nuestros miedos más primitivos e incontrolables. Cualquier lector aficionado al terror o a la literatura gótica recordará numerosos ejemplos de relatos que se ajustan a esta fórmula, pero difícilmente alguno que llegue a niveles tan oscuros y perturbadores como esta novela de Fernando Navarro. Las peripecias de los cinco hermanos arrancados de la civilización, la crónica de su progresiva animalización, el involuntario desapego de la madre y la brutal presencia del padre, compendio de todos los ogros que han existido en los cuentos tradicionales, forman un fresco impactante, a la vez hipnótico y difícil de digerir. Parte de la fascinación que ejerce la novela se deriva de la ambientación, a medio camino entre el realismo (la ciudad de Granada y los parajes más recónditos de Sierra Nevada son los referentes que anclan a un ámbito real esta historia imposible) y los inaprehensibles senderos del sueño, el mito y la alucinación. El lenguaje, a medio camino entre lo coloquial y lo poético, se pliega a este empeño narrativo que hunde sus raíces en la tradición y se abre a lo innovador. Enigmas de la buena literatura: con unos mimbres tan antiguos como las historias que nuestros antepasados contaban en torno a una hoguera, Fernando Navarro ha conseguido crear una novela que no se parece a nada.


Ha pasado mucho tiempo desde que leí Irene, la novela inaugural de la tetralogía de Pierre Lemaitre protagonizada por el comandante Verhoeven. Releo la reseña que hice en su momento y que terminaba con la siguiente afirmación: «Estoy pasando mucho miedo con esta historia tenebrosa». Así fue, en efecto. Hasta tal punto, que ha tenido que transcurrir casi una década antes de que me decidiera a volver al universo creado por Lemaitre en torno al singular comandante de corta estatura, agudo olfato policial, propensión a la ira y talento artístico que le lleva a expresar sus reflexiones por medio de dibujos, como una versión detectivesca del gran Tolouse-Lautrec. Ingreso así en Alex, segunda novela de la serie, y me encuentro una vez más con una historia terrible, llena de ambivalencias y de una dureza difícil de soportar, de la que sin embargo es imposible desvincularse por obra y gracia del talento narrativo de su autor. El secuestro de una joven zarandea de forma inmisericorde la atonía en la que vive sumergido el comandante Camille Verhoeven desde que su esposa muriera como consecuencia de una situación similar. Debatiéndose entre el dolor insoportable del recuerdo, el estímulo de reencontrarse con sus fieles compañeros y el profundo misterio que rodea el caso, Verhoeven da rienda suelta a su insaciable curiosidad y a su atinado instinto de investigador para seguir la pista de una enigmática víctima de la que se desconoce todo, empezando por su identidad. Como siempre, Lemaitre hace lo que quiere con el lector que reúne valor para seguir la historia hasta el final: lo engancha, lo intriga, lo engaña, lo sorprende, le hace incluso cerrar de golpe el libro con el firme propósito (que abandona de inmediato) de interrumpir la lectura. Por si fuera poco, Alex es además una reflexión sobre el espinoso tema de la víctima y el verdugo, papeles que se intercambian o llegan a fundirse en un mismo personaje, para incomodidad del, por otra parte, ya maltrecho lector.

Comentarios

Publicar un comentario