CONDICIÓN HUMANA

La fotografía podría pasar inadvertida en medio del impresionante conjunto de imágenes que la rodean: fachadas de casas acribilladas por los bombardeos aéreos durante la Guerra Civil española, difusas y dinámicas vistas de soldados desembarcando en Normandía, las ruinas de Stalingrado tras la Segunda Guerra Mundial, la emblemática muerte de un miliciano. Robert Capa levantó testimonio de los principales hechos históricos que coincidieron con sus cuarenta y dos años de vida. Aparte de la expresividad y hondura de sus imágenes, sobrecoge el contraste entre su amplia actividad y la brevedad de su existencia. Da la impresión de que cada minuto vivido por este fotógrafo y reportero de guerra fue relevante. La exposición Robert Capa. Icons del Círculo de Bellas Artes de Madrid permite hasta el mes de enero experimentar esta intensa impresión de vida aprovechada al máximo.

Pero volvamos a la fotografía a la que me refería al comienzo de esta entrada. Puede no llamar la atención a primera vista. Presenta un grupo humano, en actitud bastante estática, que desborda por los laterales del encuadre. Se trata de población civil; no hay uniformes, no hay armas, gestos grandilocuentes ni violencia aparente. Sería una simple escena ciudadana de no ser por las dos figuras que, en primer término, dan la espalda al espectador. De su indumentaria y complexión se deduce que son mujeres. Llevan unas prendas sencillas que las hacen parecer pacientes de un hospital o tal vez reclusas. Pero el detalle sobrecogedor es que tienen el pelo cortado al cero. Desconcertado, quien contempla la escena busca de inmediato una explicación y la encuentra en la cartela, la cual, más que un simple título, contiene toda una historia. Dice así: «Chartres, Francia, 18 de agosto de 1944. Una madre (con vestido oscuro) y su hija (con vestido blanco), acusadas de colaboradoras, son rapadas en señal de humillación. La hija lleva en brazos un bebé concebido con un soldado alemán».

Dos cosas me llaman especialmente la atención en esta fotografía estremecedora. La primera, la posición de las víctimas de este escarnio público, de espaldas al espectador. Inicialmente, percibí en ello la piedad del fotógrafo. Bastante humillación, bastante vergüenza sufrieron estas dos mujeres en su momento; dejemos que sus rostros queden ocultos para la posteridad. Pero la elección del punto de vista de Capa tiene otras implicaciones. Estas mujeres sin rasgos individuales se convierten en símbolo de todas las víctimas. Colocados detrás de ellas y viendo desde su perspectiva el terrible panorama que las rodea, nosotros mismos, los que contemplamos la fotografía, comprendemos la terrible crueldad del castigo como si, por un breve instante, lo experimentáramos en propia carne.

El segundo detalle que me impactó está relacionado con la actitud de los testigos de la escena. Hay rostros ceñudos, bocas que se abren para proferir gritos o insultos, hay simples miradas de curiosidad, pero también está presente la risa. En este sentido, resulta llamativo el gesto de dos mujeres que contemplan desde el lado izquierdo el paso de las expuestas a la humillación pública. Una de ellas, de perfil, tiene los ojos clavados en las dos rapadas y la boca abierta en una expresión de alegría. Otra, más joven, mira a esta primera y es toda jocosidad y dentadura al aire: está soltando una carcajada. El contraste entre la vulnerabilidad de las castigadas y el despiadado regocijo de estas mujeres bien vestidas resulta insoportable. Si uno hace el esfuerzo de ponerse en el contexto histórico, puede llegar a entender la ira, la violencia, el castigo desmesurado, el odio, el rencor, pero resulta inasumible semejante alarde de frivolidad. Cómo hieren esas risas desalmadas; qué pericia la de Capa para dejarlas fijas para la posteridad. Por un momento, fantaseé con la idea de que algún descendiente de las implacables burlonas las reconociera y sintiera vergüenza de ellas, en un azaroso acto de justicia póstuma. Otro pensamiento se superpuso a este: si la guerra se hubiera resuelto en sentido contrario, tendríamos imágenes similares con las protagonistas cambiadas. Y una pregunta inevitable: ¿qué habría hecho yo? Esta imagen que tantas dudas me suscita me conmociona más que otras que muestran de forma más explícita la brutalidad y la muerte. Robert Capa inmortaliza en ella la confusión y el horror que se establecen cuando cesa el estallido de las bombas. Nos muestra lo que otros hicieron y nos interpela sobre lo que podríamos llegar a hacer. Nos demuestra que para infligir dolor no es necesaria otra arma que el más humano de los gestos: una simple carcajada. La condición humana es esto, parece decirnos el fotógrafo, desde detrás de su cámara.

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