FELIZ INCERTIDUMBRE

Todos los días, al regresar a casa, atravieso una estación de tren. Ello supone un atajo que me evita una pronunciada cuesta y el rodeo por una glorieta abarrotada de tráfico y peatones. Además, añade un componente atractivo a mi camino de regreso: me gusta ver a los viajeros que se aprestan a sacar billetes, arrastran sus maletas con variada habilidad, consultan paneles informativos. Una masa que bulle, llena de vida y de posibilidades. El viaje es siempre una idea sugerente para mí, el comienzo de muchas historias posibles. 

Al pie de la escalera mecánica por la que tengo que bajar necesariamente, hay un altavoz que deja salir los avisos de las partidas de los trenes. El barullo de la estación me impide oírlos con claridad hasta que paso justo a su lado. De esa forma, me llegan los mensajes fragmentados: un terminante “destino Salamanca” o un lacónico “vía 3”. En cuanto la escalera me deposita al nivel de las vías, el ruido de las conversaciones y de los trenes que llegan o parten me impide oír nada más. Me pregunto si alguno de los viajeros que se apresuran llevando consigo maletas de ruedas, bolsas y niños lo hacen guiados por el reclamo de esa voz femenina que parece más bien un resto de épocas pasadas.

Hace unos días, cuando bajaba por la escalera mecánica, se me ocurrió una idea. He de aclarar aquí que se trata de una escalera larga y vertiginosa: el trayecto da tiempo para concebir ideas peregrinas, alentadas por la extraña sensación de estarse abismando en las profundidades de la tierra o entrando en otra dimensión. Me dio por fantasear con lo que pasaría si decidiera obedecer a la breve consigna que me lanza cada día el altavoz al pasar junto a él. Pensé: «Si me dice: “destino Ávila”, ¿me lanzaré a buscar un tren que me lleve en esa dirección? ¿Y qué ocurrirá si me señala simplemente el número de una vía? ¿Esperaré al primer tren que se detenga en ella y me subiré, decidiendo luego en qué parada bajarme? ¿Y qué pasa si solo distingo un fragmento impreciso, algo así como “tren con destino” o “va a efectuar su”? ¿Tendré libertad para completar el mensaje a mi antojo y podré decidir mi destino…?». 

Se me ocurre ahora, sin necesidad de bajar por escalera empinada alguna, que este 2023 tiene, como todos los años que empiezan, unas reglas parecidas al juego de la estación. Cuando el objetivo es evidente, no lo es tanto la forma de lograrlo. Si se atisba un camino, se ignora a dónde conduce. Otras veces, la confusión es mayor: no hay destino ni dirección en la que marchar; solo impulsos, percepciones fragmentadas, mensajes truncados que componemos como podemos. Es un juego cuyas reglas no tenemos claras, este año que acaba de empezar. Habrá que lanzarse sin conocerlas del todo. Ánimo con el juego, amigos lectores. Feliz incertidumbre.

Comentarios

  1. La incertidumbre,si es feliz, es la mejor manera de navegar por el tiempo...dejarse llevar por la vía que nos corresponde, sin hacer preguntas, disfrutando del viaje...lo malo es cuando se hace difícil esa incertidumbre. Controlar la incertidumbre es como cuadrar el círculo, una tarea tediosa, contradictoria y que hace largo y espinoso el camino

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  2. Aunque no descarto conseguirlo, aún me queda mucho para tener incertidumbres felices. Me contentaré de momento con que ese "navegar por el tiempo" del que hablas sea lo más grato posible; con llenarlo de personas y actividades que me conforten y me hagan olvidar lo imprevisible de su curso.

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