EN BABIA

Y también en las nubes. O más arriba aún, en la luna. En la higuera, a saber por qué. En el limbo, algo absolutamente impropio de mi natural descreído. O pensando en las musarañas, animalitos que me parecen muy graciosos pero que dan ―creo― poco margen para la reflexión. En todos esos lugares, en semejantes compañías, me encuentro a menudo. Cada vez más.

Busco gafas que llevo puestas, pierdo manojos de llaves que por suerte suelo encontrar después de periodos de extensión variable pero idéntica incertidumbre. Apunto con precisión frenética cualquier evento en perspectiva, antes de que se me olvide, en calendarios y agendas dispuestos estratégicamente en mi entorno. Me encuentro de pie en medio de una habitación o un pasillo, sin idea alguna sobre lo que me dispongo a hacer. Me doy cuenta de que he pasado por alto alguna gestión importante o ―casi me preocupa más― estoy convencida de no haberla hecho y de pronto descubro que sí, que presenté los papeles de turno en fecha, como muestra un justificante que ha aparecido por arte de magia en una carpeta o un archivo de ordenador. A veces se me ocurre que este despiste mío se está acrecentando con los años. ¿Estaré perdiendo la memoria y la capacidad para concentrarme? Puestos a ser funestos, ¿será este el preludio de una enfermedad de amenazador apellido alemán…?

Hace unos días, durante esa ola de frío que nos plantó en el invierno sin contemplaciones, quedé con una amiga para ir a ver una exposición de fotografía. Nuestro lugar de encuentro habitual es la salida del metro, pero ella me envió un mensaje que decía: «En las taquillas, que hará fresquito». No sé en qué mundos de ficción andaría yo perdida, pero el caso es que lo primero que me vino a la cabeza fue un día de pleno verano, una plaza castigada por el sol y unas acogedoras taquillas con aire acondicionado. Pensé: «Al fresquito mejor, que fuera hará un calor insoportable». Mi calendario interior se había adelantado nada menos que seis meses.

Esta tarde, última de mis vacaciones y por ello presidida por una inevitable melancolía, andaba yo curioseando por Facebook, cuando en el muro de una amiga, directora de una librería española en Atenas, he leído la siguiente cita de Tres hermanas de Chéjov: «La gente no se da cuenta de si es verano o invierno cuando es feliz». El encuentro con mi querido maestro ruso ha disipado un poco mi humor melancólico. No recuerdo el contexto de la frase en la obra a la que pertenece ni sé si su sentido se puede aplicar a la anécdota que acabo de contar, pero la casualidad me ha complacido. Quién sabe si, después de todo, mi despiste es una forma algo sui géneris de felicidad.

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