ANTITAURINOS

Los que me conocen bien saben que soy una furibunda antitaurina. Los que me conocen a medias, me atribuirán sin duda la segunda de las cualidades, pero ignoran ―supongo― hasta qué punto llega mi exaltación en este sentido. Es un asunto sobre el que no escribo y que me reprimo de tratar ante según qué auditorio, porque me cuesta mucho mantenerme dentro del ámbito de lo razonable. Ya cuando era un auténtico mico, lanzaba discursos encendidos si alguien tocaba delante de mí este tema, presa de una rabia feroz.

Pero hoy no voy a ser yo la que hable. Se ha dado la casualidad de que en los últimos tiempos he releído por motivos distintos a dos grandes autores españoles de los considerados unánimemente “clásicos”. Hacía años que sus obras habían pasado por mis manos y me han sorprendido muchas cosas en su relectura. Una de ellas, su coincidente repulsa hacia la… ¿iba a decir “fiesta”? Rectifico: hacia el espectáculo de la tauromaquia.  

El primero es Miguel de Unamuno. Don Miguel, en lo sucesivo. Al abordar la lectura de Niebla, el sorprendido lector se encuentra con que es uno de los protagonistas de la novela el encargado de escribir el prólogo: una criatura de ficción, presentando la obra de su propio autor. Se produce así el divertido juego de presenciar cómo el personaje ficticio comenta las peculiaridades del personaje real, como si ambos existiesen en el mismo plano. En un momento dado, Víctor Goti, que tal es el nombre de tan inesperado prologuista, evoca la idea que su creador tiene sobre el pretendido ingenio español y cita sus palabras literales: «Pueblo que se recrea en las corridas de toros y halla variedad y amenidad en ese espectáculo sencillísimo, está juzgado en cuanto a mentalidad». Y añade al poco: «no puede haber mentalidad más simple y más córnea que la de un aficionado». Unas páginas más adelante, repasando otros tipos humanos que suscitan el rechazo de don Miguel (el mujeriego, el jugador y el borracho), el desparpajado Víctor Goti transcribe de esta forma una conversación que afirma haber tenido con su creador: «A un borracho se le puede hablar ―me decía una vez― y hasta dice cosas, pero ¿quién resiste la conversación de un jugador o un mujeriego? No hay por debajo de ella sino la de un aficionado a toros, colmo y copete de la estupidez». Como se ve, la animadversión de don Miguel hacia los taurinos era una cuestión puramente intelectual. Si queremos que intervengan las tripas, tenemos que acudir al gran Pío Baroja.

He releído El árbol de la ciencia en el mismo ejemplar que me compré para leerlo por primera vez, en mi primera juventud. Lo tengo subrayado a lápiz y lleno de anotaciones hechas con mi pulcra letra de universitaria que en el fondo sigue siendo una colegiala. Entre los pasajes resaltados figuran los que incluyo a continuación, que estoy convencida que hicieron vibrar a la joven que no había perdido un ápice de la exaltación de su infancia en lo concerniente al tema que me ocupa. El bueno de don Pío empieza la andanada a raíz de la descripción de uno de los innumerables personajes secundarios que pueblan las páginas de su novela:

«Don Juan era un manchego apático y triste, muy serio, muy grave, muy aficionado a los toros. No perdía ninguna de las corridas importantes de la provincia, y llegaba a ir hasta las fiestas de los pueblos de la Mancha baja y de Andalucía.

Esta afición bastó a Andrés para considerarle como un bruto.»

La cosa no termina aquí. Unos capítulos más adelante, con genial ironía, Baroja compendia la hipocresía y el envilecimiento de la sociedad de su época (¿solo de su época?) de esta contundente manera:

«Entre los dueños de las casas de lenocinio había personas decentes: un cura tenía dos, y las explotaba con una ciencia evangélica completa. ¡Qué labor más católica, más conservadora podía haber que dirigir una casa de prostitución!

Solamente teniendo al mismo tiempo una plaza de toros y una casa de préstamos podía concebirse algo más perfecto.»

Dejo para el final la cita más larga y también la más explícita y demoledora. Andrés Hurtado, alter ego del novelista, en pleno proceso de deterioro personal, vuelca su ira contra los aficionados a los toros, en los cuales personifica toda la barbarie nacional:

«Ideas absurdas de destrucción le pasaban por la cabeza. Los domingos, sobre todo cuando cruzaba entre la gente a la vuelta de los toros, pensaba en el placer que sería para él poner en cada bocacalle una media docena de ametralladoras y no dejar uno de los que volvían de la estúpida y sangrienta fiesta.

Toda aquella sucia morralla de chulos eran los que vociferaban en los cafés antes de la guerra, los que soltaron baladronadas y bravatas para luego quedarse en sus casas tan tranquilos. La moral del espectador de corrida de toros se había revelado en ellos; la moral del cobarde que exige valor en otro, en el soldado en el campo de batalla, en el histrión, o en el torero en el circo. A aquella turba de bestias crueles y sanguinarias, estúpidas y petulantes, le hubiera impuesto Hurtado el respeto al dolor ajeno por la fuerza.»

A mí me habría dado apuro llegar tan lejos, pero lo dijo Pío Baroja, no yo. El bronco, indignado y dolorido Pío Baroja. Mi gratitud eterna.

Comentarios

  1. Y además de una fiesta sangrienta, pretenden que sea nacional, la fiesta, "nuestra" fiesta y allá van subvenciones y privilegios, como si se tratará de conservar un tesoro... lo peor de todo es que, al final, tenemos que admitir que tienen una parte de razón... el festejo tiene que ver, mucho más de lo que nos gustaría admitir, con el alma de esta torturada nación...

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  2. Por mi trato diario con gente muy joven, creo que puedo afirmar sin temor a equivocarme que esta "fiesta" dista mucho de ser "nacional" y lo será aún menos en el futuro (se me agotan las comillas cuando hablo de este tema). Yo también me temo lo que afirmas sobre el alma de esta torturada nación..., pero confío en que la educación y la cultura den un cauce distinto a ese sustrato y lo alejen de la violencia y la insensibilidad ante el dolor. Pienso que en ese sentido vamos en el buen camino, aunque encontremos escollos como los "partidos políticos" (más comillas) que apoyan estas manifestaciones retrógradas y vergonzosas.

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