LECTURAS DEL PASADO OTOÑO (2019)

«Me he instalado en esta ciudad para esperar el fin del mundo». Este es el contundente ―e intrigante― comienzo de Tus pasos en la escalera, última novela de Antonio Muñoz Molina. La ciudad a la que se hace alusión es la hermosa Lisboa, tan unida a la trayectoria vital y novelística de su autor. Quien se instala en ella es un hombre de mediana edad, recién apartado de su trabajo, que decide consagrar lo que le queda de vida (a él o al planeta) a las cosas que realmente importan. El cercano fin del mundo es la inevitable consecuencia de la cadena de incendios y desastres naturales que asolan a una Tierra exhausta de resistir los envites de la especie humana. Y la espera que se menciona es también la de Cecilia, la esposa ausente, cuya inminente llegada para instalarse en la nueva casa del matrimonio es el motor de la acción y de la existencia entera del narrador protagonista. Todo el universo de esta novela misteriosa y emocionante está, por tanto, encerrado en esta frase de apertura: la amenaza del exterior, la belleza de la ciudad que se ha erigido como refugio, la gozosa espera de la mujer a punto de llegar. Con una prosa pausada y bellísima, Muñoz Molina va dando cuenta de detalles materiales que son, al mismo tiempo, datos reveladores de los misterios del corazón. Instalado en el punto de vista del personaje central, el lector avanza por esa realidad cotidiana, al principio con placidez y poco a poco con incertidumbre, con la sensación inexplicable de estarse adentrando en terrenos nada tranquilizadores.

Cuando una relación termina, nada acaba en realidad: se abre una puerta que conduce a una amplia gama de posibilidades, desde la añoranza hasta el rencor, desde la imposibilidad de olvidar hasta los recuerdos basados en malentendidos que nunca se disiparon. Esto es lo que plantea Graham Greene en su novela El final del affaire, recientemente traducida de nuevo al castellano y publicada, con su cuidado habitual, por Libros del Asteroide. El planteamiento de la historia atrapa de inmediato al lector (o, al menos, a esta lectora). Un encuentro casual entre dos amigos que llevan un tiempo sin verse deriva de inmediato hacia el terreno de las confidencias. Uno de ellos está casado y se siente abrumado por la sospecha de que su mujer tiene una aventura. Lo que ignora es que se lo está contando precisamente al hombre que tiempo atrás fue también el amante de su esposa y que, ante la revelación, siente que se avivan sentimientos que creía apagados. A partir de ahí, la trama podría derivar ―y, de hecho, lo hace― en múltiples direcciones: el análisis de la pasión, la recuperación de lo perdido, la extraña alianza entre los dos hombres que se sienten engañados, el doble juego del confidente que fue un traidor en el pasado. Hasta ahí llegaría un novelista al uso. Pero Graham Greene no lo es y guarda un as en la manga que sorprende hasta al más avisado. Los rescoldos del amor, nos demuestra, son más ricos en matices y en posibilidades narrativas que el amor en sí.

Un nido de víboras es la primera novela protagonizada por el comisario Montalbano que leo después de la muerte de su creador, mi querido Andrea Camilleri. Estuve dudando entre varios títulos de la serie, pero me decidí por este en cuanto me informé por la sinopsis de la naturaleza de la escena inicial: el comisario sueña que se encuentra con su eterna novia Livia en el interior de un cuadro de Henri Rousseau. ¿Camilleri + pintura…? En ese mismo instante, mis dudas se disiparon. Reconozco que la lectura ha tenido en esta ocasión un carácter agridulce. Los desencuentros entre el comisario y su novia, los esfuerzos de Mimì Augello por atenerse a su condición de honrado padre de familia, la dignidad ofendida de la asistenta Adelí cada vez que otra mujer usurpa su puesto en la casa del comisario y las memorables intervenciones del sin par Catarella me han hecho sonreír, pero dejándome un regusto amargo. No podía desprenderme de la idea de que estas criaturas de ficción, privadas de su padre, están condenadas a no vivir una aventura nueva nunca más. A esto se une el hecho de que en Un nido de víboras se narra el caso más sombrío de cuantos he leído de Montalbano. Con un estilo muy sintético, a base de rápidos brochazos, Camilleri nos conduce por un mundo oscuro que hace honor al título del libro. No comentaré nada sobre la trama, porque lo mejor es acercarse a la historia sin ideas previas y dejarse sorprender. Aunque lo confieso: en esta bajada a territorios perturbadores, me olí el desenlace desde muy pronto. Será que tengo una mente más bien tortuosa.

Esta novela de Leonardo Padura que llevaba años queriendo leer sin encontrar el momento adecuado (ya se sabe que las circunstancias que traen un libro a nuestras manos son variadas y complejas) tiene un punto de partida extraordinariamente ambicioso. El padre literario del policía Mario Conde se propone en esta ocasión hablar de disidencias, un tema muy apropiado para un escritor cubano que nació en los preludios de la revolución y que a día de hoy sigue viviendo en su barrio natal en La Habana, a pesar de su doble nacionalidad cubano-española. Lo curioso es que estos “herejes” que dan título a la novela pertenecen a épocas y contextos muy distintos: la Cuba de finales de los años treinta, a la que acuden judíos centroeuropeos huyendo del horror nazi; el Ámsterdam del siglo XVII, aparente tierra de libertades en la que no todas las mentalidades son tan abiertas como parece; la Cuba actual, con las tribus urbanas que buscan vías de escape a una realidad insatisfactoria. Conocemos así a judíos que pierden la fe y rompen con las tradiciones de sus mayores, o se casan con gentiles, o se enfrentan a prohibiciones ancestrales llevados por una profunda vocación de pintar. Y, junto a todos estas almas libres y divergentes, la figura enorme del maestro Rembrandt, autor de obras demasiado modernas y osadas para encajar en los cánones artísticos de su época. Un misterioso retrato pintado por él es el hilo conductor de esta historia de renuncias personales y valentías, en la que Mario Conde, superviviente de mil desencantos, sigue el rastro de todos estos personajes separados por el tiempo pero unidos por su deseo de vivir con libertad.

«Aquella mañana en que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años». Así de contundente es el comienzo de la novela de la autora moldava Tatiana Tîbuleac que responde al sorprendente título ―y no es lo único sorprendente en ella― de El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes. El narrador protagonista, un afamado pintor, evoca el verano en que su progenitora lo sacó del centro de salud mental en que estaba internado para compartir con él unas vacaciones muy especiales. Los dolorosos recuerdos de familia y la complicada relación entre madre e hijo nos llega así filtrada a través de la perspectiva de un personaje con una grave perturbación psicológica: la realidad más descarnada y las alucinaciones de una mente enferma se conjugan para componer un relato complejo, que sorprende al lector con sus inesperados cambios de rumbo, con su desconcertante mezcla de ternura y humor cruel. Llevo un tiempo siguiendo a la Editorial Impedimenta en las redes sociales y este es uno de los títulos a cuyo reclamo no me he podido resistir. Se une a la lista de gratas sorpresas de esta editorial cuyos libros pueblan mis estanterías y últimamente también ―cosas de la falta de espacio― la memoria de mi libro electrónico.

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