PECADORAS ARREPENTIDAS (I)

Varias escuetas menciones en los evangelios canónicos, alguna alusión enigmática en los apócrifos, más una serie de leyendas creadas por la fantasía y el fervor populares: esta es la fórmula que dio origen a uno de los personajes más atractivos de la tradición cristiana, que será elevado con el tiempo al nivel de mito por la imaginación de los artistas. Ya he comentado varias veces en este espacio mi fascinación por la figura de María Magdalena, fascinación que sé compartida por algunos de los lectores de este blog.
 
Hermosa, torturada, fiel a Jesucristo, con un pasado oscuro que la corroe, turbadora en su belleza, a la vez mística y sensual, rechazada por los hipócritas, determinada a borrar sus pecados a base de amor y de penitencia. Lo que era una figura plana resuelta con la habitual prosa descarnada de los evangelios se ha convertido con el paso de los siglos en el recipiente en el que hemos ido volcando cualidades que nos conmueven y perturban. El resultado es un personaje intenso y novelesco que ha sido plasmado en una larga lista de obras de arte basadas sobre todo en la tradición apócrifa y popular. Se representa a María Magdalena en su retiro en el desierto, meditando o leyendo, en pleno rapto extático, sufriendo por la muerte de Cristo o maravillada por su resurrección. No conozco, en cambio, ni una sola plasmación del terrible pasaje de Lucas en el que se alude a los siete demonios que abandonaron su cuerpo por intervención de Jesucristo. Mejor así.

Llevo coleccionando representaciones de María Magdalena desde que comencé a interesarme por el arte. Lo mismo que sucede con San Jorge y San Sebastián. También con los ángeles, criaturas singulares a las que dedicaré un espacio más adelante. Los que me conocen bien me señalan detalles de pinturas o me hacen llegar imágenes que contribuyen a aumentar esa colección, que, por fortuna, es interminable. Comienzo con ésta una serie de entradas en las que compartiré mis versiones favoritas de esta compleja figura femenina, erigida entre todos prácticamente a partir de la nada.

Tenía que ser Caravaggio, el enérgico creador de personajes agitados por pasiones violentas, el que nos diera una visión más dulce y conmovedora del tema en su Magdalena penitente, también conocida como Magdalena llorosa. Yo prefiero esta última denominación, que refleja mejor la actitud dolorida de la modelo, recogida sobre sí misma en un enternecedor gesto de niña triste. La visión del artista es tan humana como siempre, y nos parecería estar contemplando a una simple muchacha abrumada por sus problemas, de no ser por los escuetos elementos simbólicos que la acompañan: las joyas abandonadas en el suelo, alusión al pasado de pecado, y el frasco que hace referencia al pasaje bíblico en el que la mujer unge los pies de Cristo. Esta Magdalena es la más pequeña, sencilla y vulnerable que recuerdo haber visto. Un oasis de ternura en la obra grandiosa y encendida de su creador.

En la tradición de las magas del mundo clásico y medieval, Carlo Crivelli crea esta representación exquisita y suntuosa del mito cristiano. Estamos muy lejos de la visión habitual del tema: aquí María Magdalena no se cubre con ropas sencillas ni se retira de los bienes mundanos, sino que está en el esplendor de su belleza y su elegancia. Crivelli es un artista exquisito y no pierde ocasión de recrear con todo detalle el peinado y la vestimenta de su personaje. Sólo el halo de santidad nos previene de que no nos encontramos ante el retrato de una cortesana o de una mujer mágica y peligrosa, una Circe o una Morgana que obtienen su beneficio a costa de la perdición de otros. Hasta el emblemático frasco del ungüento parece adquirir un significado amenazador en manos de este personaje sinuoso e inquietante.

Antonio Ciseri se sitúa en la línea emotiva y sentimental más reconocible para todos: esta mujer de larga melena y pies descalzos que llora saliendo por una enorme puerta excavada en la roca sólo puede ser María Magdalena abandonando la tumba de Cristo. La mezcla de sensualidad y sincero dolor es el aspecto más explotado de este personaje y probablemente una de las causas de su enorme popularidad. Cualquiera puede sentirse identificado con la emoción de esta mujer que acaba de perder a un ser querido; cualquiera puede también admirarse ante su belleza, que aflora en su esplendor bajo su sencilla indumentaria. El hallazgo de Ciseri radica en el hecho de ocultar la cara de su personaje y apelar a nuestra imaginación para ponerle un rostro acorde con su figura, que es a la vez airosa y conmovedora, vulnerable y exuberante.

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