ENCUENTROS CASUALES

Nada como intentar explicar un adelanto técnico a alguien que no lo conoce para captar en toda su dimensión el asombroso mundo en que nos desenvolvemos a diario con perfecta indiferencia. Hace poco, me vi en la situación de ilustrar a una persona de avanzada edad sobre la naturaleza de ese ente intangible y eficaz llamado “buscador”. La persona en cuestión no había manejado nunca Internet y me escuchaba con una mezcla de admiración e incredulidad. ¿Un recurso que nos permite obtener al instante la información que necesitamos, introduciendo pistas tan vagas como un par de palabras inconexas o un apellido escrito de forma aproximada? ¿Una especie de genio de la lámpara que, cobijado tras la pantalla de nuestro ordenador, traza instantáneas conexiones entre los datos que le hemos proporcionado, o nos corrige si hemos cometido alguna falta con la cortés fórmula de “quizás quisiste decir…”?

Curiosamente, a medida que iba avanzando en mi explicación, me encontré compartiendo el asombro de la persona a la que me dirigía ante esa herramienta capaz de extraer lo que nos interesa de las confusas aguas de la red. Pero me di cuenta de algo más. Cuando realmente es algo mágico, cuando un buscador se revela como un prodigioso instrumento del azar, es cuando saca a la superficie, enredado con el dato solicitado, un cierto número de elementos relacionados con él y que nos eran desconocidos por completo. Y es más: que tal vez habríamos tardado en conocer, o no habríamos descubierto nunca, de no ser por su insustituible mediación.

Mi último descubrimiento casual, la última de esas adherencias que ha emergido de las profundidades de Internet enredada como un alga en la información que estaba buscando, es un fotógrafo madrileño llamado Pablo Genovés. Quería yo encontrar un cuadro del pintor Juan Genovés para comentarlo en este blog cuando me di de bruces con una imagen desazonante que captó de inmediato mi atención. Se trataba de una fotografía que mostraba una violenta tromba de agua irrumpiendo en la nave de una catedral. La imagen poseía para mí una curiosa mezcla de extrañeza y familiaridad; los edificios y el mar ―un mar inesperado, que invade espacios que no le corresponden― son dos elementos muy presentes en mis sueños. Busqué información sobre el fotógrafo y descubrí que la coincidencia de apellido con Juan Genovés no es casual, ya que se trata de su hijo. Descubrí también que Pablo Genovés lleva años dando corporeidad, por medio de una curiosa mezcla entre fotografía, pintura y digitalización, a las imágenes que pueblan mis sueños y supongo que los de muchos otros.


En la obra de Pablo Genovés, espacios suntuosos sufren el ataque de elementos imprevistos: el agua y la vegetación invaden iglesias y bibliotecas, las bóvedas estallan, los suelos de palacios y museos se hunden y dejan ver un entramado de tuberías. Las estatuas emergen entre bloques de hielo a la deriva, las olas chocan contra rejas y pinturas. Se crean así sorprendentes escenas de belleza, destrucción y decadencia. Incluyo a continuación algunos ejemplos de este universo convulso y atrayente. Pertenecen a las series tituladas Precipitados y Antropoceno.

 




Un último eslabón en esta cadena de casualidades que me ha conducido a tan singular artista: tenía en proyecto esta entrada desde hace un par de meses y cuando hoy me he puesto a la tarea de encontrar las imágenes que habían de acompañarla, el buscador ha emergido a la superficie trayendo una grata sorpresa. El pasado lunes se inauguró en la sala del Canal de Isabel II, bajo el literario título de El ruido y la furia, una exposición de fotografías realizadas por Pablo Genovés entre 2009 y 2014. La muestra permanecerá en dicha sala hasta el próximo mes de marzo, pero supongo que no es necesario decir que la visitaré mucho antes. En la faceta más ilógica de mi cerebro, que es la que conecta con este artista, albergo la esperanza de que esta sucesión de encuentros casuales no se haya terminado; cierro, por tanto, esta entrada con un clásico y esperanzado continuará.  

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