LOS CUADROS DE NOVIEMBRE (2013)
Con el paso de los años, he aprendido a valorar cada vez más ese género aparentemente menor llamado “naturaleza muerta”. De jovencita era tal vez demasiado sentimental, o tenía excesiva tendencia a lo dramático y grandilocuente, y la atención se me iba siempre tras los cuadros mitológicos, los paisajes tormentosos y los retratos de personajes singulares. Ahora siento una inmediata atracción por las pinturas sin pretensiones que con frecuencia encierran un gran alarde técnico del autor y una capacidad para encontrar el alma de los objetos sencillos. Este Perro descansando del holandés Gerrit Dou (1613-1675) presenta además la deliciosa incorporación de un ser vivo, un perro que descansa enroscado junto a varios elementos cotidianos y que es un prodigio de naturalidad. La escena le sirve al artista para hacer un extraordinario despliegue de su dominio de las distintas texturas: el pelaje del animal, la rugosidad de la leña y el mimbre, la tersura del barro. Dispuestos frente a un fondo oscuro, iluminados por un foco de luz que les otorga enorme relieve, este animal de raza imprecisa y sus humildes acompañantes parecen expuestos frente a nuestra mirada en un escenario, como la perfecta encarnación de la vida doméstica.
Graham
Greene tiene un relato precioso en el que cuenta las increíbles aventuras de un
niño que escala montañas, huye del fuego y de las fieras y evita precipicios:
al final el lector descubre que lo que hace en realidad el protagonista es
dejar volar su imaginación mientras evoluciona sobre los colores y dibujos de
una alfombra. La primera vez que vi este cuadro del pintor italiano Felice Casorati
(1883-1963), titulado Niña sobre alfombra
roja, me acordé de la historia del pequeño explorador que recorría el mundo
entero sin salir del recibidor de su casa. Aquí, como en el cuento, una
alfombra ocupa un lugar preeminente; su diseño animado y multicolor es la
primera y más intensa impresión que recibe el que contempla el cuadro. Sobre
esa vistosa superficie, la joven modelo ha desplegado todos los elementos que
conforman su universo infantil: su mascota, una muñeca vieja, libros, pequeños
recuerdos. Rodeada por sus tesoros, la protagonista del cuadro descansa con una
encantadora actitud de abandono. Somos espectadores de privilegio de un momento
de intimidad y total relajación. Con enorme sabiduría, Casorati nos sitúa a ras
del suelo; la alfombra desborda así sus dimensiones reales y ocupa el lienzo
entero. Es una alfombra que, como en el relato de Graham Greene, parece abarcar
ella sola el territorio de la infancia.
Esta
impactante imagen es obra del pintor belga Léon Spilliaert (1881-1946) y responde al título de Vértigo. Las creaciones de este artista
son una constante exploración del lado oscuro de la existencia. Sus personajes
están con frecuencia solos y se mueven en un universo de sombras, por
escenarios que parecen extraídos de una pesadilla. Aquí lleva al extremo su
capacidad para plasmar de forma concisa e impactante el sentimiento de soledad
y de incertidumbre frente a la vida. Esta mujer que se dispone a bajar un
escalón de desmesurada altura nos encarna un poco a todos: aislada, perdida en
un ámbito de dimensiones que la superan, enfrentada a una tarea aterradora cuyo
sentido se desconoce. Los escasos elementos de este cuadro están dispuestos con
enorme habilidad. El contraste entre el negro y el blanco de la vertiginosa
escalera, el paisaje oscuro e indeterminado que se pierde en la distancia, el
serpenteante diseño del fular agitado por el viento: todo contribuye con
prodigiosa expresividad a crear una sensación de inquietud en el que lo
contempla. La protagonista, a la que el artista ha situado con gran sabiduría
por encima de la línea de nuestra mirada, se nos antoja una heroína que afronta
con decisión la difícil tarea de estar viva. Todos lo somos, en definitiva,
cuando conseguimos dominar el vértigo de vivir.
Comencé el mes de noviembre con un bodegón
clásico del pintor holandés barroco Gerrit
Dou y lo concluyo con una visión moderna del mismo género salida de los
pinceles de su compatriota Kenne Gregoire (nacido en 1951). Gregoire es autor
de naturalezas muertas en las que se conjuga un extraordinario realismo con un
toque de inquietante irrealidad. En la que encabeza estas líneas, lleva a su
extremo la pericia técnica en la captación de las texturas: la cerámica, el
metal, el cristal en sus distintos grados de transparencia, la madera
desgastada y llena de grietas. Es difícil ir más allá en la imitación fiel del
mundo material. Y sin embargo, este cuadro está en las antípodas del realismo
fotográfico. El intenso contraste entre los dos colores complementarios, rojo y
verde, así como la peculiar perspectiva que sitúa al espectador en una posición
elevada pero que le permite simultáneamente ver el lateral de los objetos,
crean una imagen singular, llena de sugerencias. El detalle de las flores que
se deshojan sobre la mesa proporciona un toque delicado y decadente. Estos
sencillos utensilios están llenos de alma. Como en todas las grandes
naturalezas muertas, lo único muerto es el título.
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